Fogwill, una autobiografía onírica

Cierto: es un catálogo de sueños, pero más que nada, y sobre todo, el libro de Fogwill es una inmersión en sus paseos inconscientes, en sus narrativas oníricas, en los recuerdos anclados en alguno de esos rincones perdidos de su cabeza. No es sencillo definir los textos que integran La gran ventana de los sueños . Sencilla es la lectura porque enseguida, en la primera oración de la primera página de esa suerte de prólogo, Fogwill de movida nos increpa: “Claro que vivo”. Fogwill retoma un diálogo pendiente, una pregunta estúpida que el lector pudo hacerse. Increpa y sacude, en un gesto necesariamente nihilista, al decir o aclarar, “pero esto es provisorio”. Es él. Está de vuelta. Y explica que lo “permanente es lo que no vivo”. Es decir: sus sueños. “Durante muchos años y hasta el final de su vida Fogwill anotó brevemente lo que soñaba cada vez en cuadernos de apuntes”, se explica en una nota que acompaña el texto. “A veces sus sueños aparecían mezclados con otro tipo de anotaciones personales y otras en cuadernos o libretas que reservaba exclusivamente para ese fin. Se trataba de apuntes muy sucintos que sirvieron de base a los textos que aparecen en este libro, pero ni todos los apuntes se convirtieron en sueños narrados ni todos tienen una correspondencia en las notas que se han podido encontrar”. Apuntes: “Quilmes, París, Italiano con el coya karateca con manos de goma y uñas de acero inoxidable”, escribe en el último de los textos. Es uno de los que fueron conservados, fueron tal vez los sueños finales de Fogwill, esos que llegó a soñar pero no alcanzó a escribir. Es interesante que hayan sido incluidos estos textos porque permiten observar el modo como el autor trabajaba sus sueños. De qué manera los procesaba, recordaba, narraba. Eso es: la obsesión por narrar. Estas son “formas del roce entre uno y la palabra. Y entre uno y el otro: el infinito divisible”.

Fantasía, recuerdo y trauma sólo pueden conjugarse sin barreras en estos viajes del sujeto. “Había una vez que yo soñé algo y lo olvidé. Ese sueño y sus imágenes me siguen hasta hoy, cuando han pasado casi treinta y nueve años”, escribió Fogwill en el prólogo a este libro. Narrar y recordar. ¿Acaso Gil Wolf no se queda prendado de Mariana en Vivir afuera por su forma de contar las cosas? “Es gato y sabe contar”, dice Wolf. ¿Acaso no es el narrador del cuento “Restos diurnos” quien recuerda cómo su padre mató a una rata con el taco de su bota y eso lo lleva a una sucesión de escenas en las que sueño y realidad se confunden?

 

La vida es un sueño

“Escribir estos sueños los traiciona”, dice Fogwill pero acepta que aún traicionados por el relato y agrupados por un insensato afán clasificatorio, siguen “conservando algo de su verdad para quien los narra”. Verdad para quien los narra, no para quien los lee. Eso es lo que le interesa al autor: que sean verdad para sí mismo. Porque el sueño, para Fogwill, fue también un aprendizaje de la irrealidad, un ejercicio indispensable para sobrevivir a la realidad de los otros.

Hay pretensión de comprender los sueños, pero más que nada a entender de qué manera se despliega la trama de su sistema narrativo. Es una exploración de Fogwill por una serie de canales, mares y pantanos de la memoria, la experiencia a través de la vejez, la política, el poder, la medicina, la literatura y el mar. Fogwill ansiaba aquello que expuso en su poema “Versiones sobre el mar”, de 1986: “Hombre/ marino/ late/ tu corazón/ y su pulso marino te suma y te sume en su mar/ sumar:/ una extensión inalcanzable/ una invención inalcanzable/ una intención inalcanzable/ el hombre flota sobre sí mismo.” Un hombre que flota en lo misterioso, en lo que permanece oculto en algún rincón del inconsciente. Por eso el libro se asienta en las costas del recuerdo.

 

La literatura onirica

En una batalla más de esa guerra de amor-odio que sostenía con la dictadura franco-freudiana (como solía llamar al psicoanálisis), Fogwill dice que dos de los cuatro psicoanalistas que escucharon sus relatos entre 1965 y 1982 coincidieron en interpretar las escenas de navegación solitaria como representaciones de la masturbación. “Ninguno de ellos conocía náutica ni el nombre que en competencias de mar se da a las regatas en solitario: single-handed ”, dice. Sin embargo, Fogwill supo aplaudir la perspicacia, pero la “coincidencia” no le corroboraba nada y consideraba que aprendió más sobre sus sueños de mar compilando poemas de Persé, Rimbaud, Homero, Pessoa, Mallarmé, Viel Temperley y, claro, de él mismo. El psicoanálisis –dice– sin duda fue una escuela de sueños. Pensar e imaginar durante el sueño a veces enriquece sus contenidos, otras lo estropea. “Pero cuando se ha abandonado cualquier propósito de conocimiento o de cura interesa más el goce del sueño que la producción de muestras para las biopsias del alma o del deseo”. Fogwill consideraba la literatura como un laboratorio y el lugar de goce de la lengua. Porque nunca pudo concebir forma alguna del goce que no integrara los indispensables ejercicios de imaginar y de pensar. Y así también con la escritura, porque para él, escribir era el resultado de la imaginación y el pensamiento. De eso se trata este libro: de un trabajo de introspección que Fogwill se obligaba a desarrollar cada día al despertarse, para tratar de revelar algún atisbo de respuesta a la pregunta sobre la condición humana: ¿quién soy? La gran ventana de los sueños es la autobiografía onírica de Fogwill. Es decir, un retrato íntimo de su personalidad y de su estilo. Nadie mejor que él para narrar sus obsesiones.

 

fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/Fogwill-autobiografia-La-gran-ventana-de-los-suenos_0_950904928.html

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