¿La culpa fue de la RAE?
Por Natalia Cárdenas. Tengo un amigo que cada vez que lee un artículo sobre las aceptaciones o renovaciones que hace la Real Academia de la Lengua Española, me llama completamente indignado y reabre nuestra vieja discusión de siempre. Una discusión sana porque además me encanta rebatirle pero llega un momento en que parece que gana él, ya que no puedo llevar la defensa de la RAE hasta el final. Sería como defender en un juicio al asesino con todas la pruebas delante y seguir justificando su crimen, llega un momento en que el letrado tiene que pactar con la otra parte.
Entiendo su punto de vista, a mi amigo se le revuelven las tripas al leer que la RAE incluye en su nueva edición términos como GUASAP y sus derivados tal que podemos decir guasapear, guasapeando, etc, por raro que suene. Viene escandalizándose con estas alteraciones en la lengua desde que la RAE comenzó a aceptar el uso de palabras, antes consideradas vulgarismos, como ALMÓNDIGA, TOBALLA, ASÍN, COCRETA…
Sobre lo de recomendar la eliminación de la tilde en SÓLO y ÉSTE es un tema del que ya hablé aquí en su día. Acabo de leer una noticia en la que cuentan que un miembro de la Academia de la Lengua reconoce que esta recomendación, hecha hace dos años, ha sido un fracaso. Parece ser que seguimos usando la regla tradicional.
Pero volviendo a la discusión con mi amigo. Es complicado explicar porque mientras mi amigo se escandaliza yo entiendo de manera distinta lo que está pasando y por qué la RAE se afana en adaptar la norma al lenguaje hablado, aunque algunos cambios se les escapen de las manos…
Lo que yo defiendo es que la lengua es un ente vivo que evoluciona al paso que lo hacen sus hablantes, debe actualizarse y así llevamos haciéndolo desde el Latín clásico, en el caso del español. Entiendo que se intente modernizar el español más tradicional que sería el que se habla en España frente al español de América (generalizando). Vivimos en un mundo en el que las comunicaciones provocan una mezcla de culturas y lenguas que enriquecen la autóctona. Me gusta que la lengua avance, que se abra al mundo que se acepten los términos que se cuelan en nuestro día a día en forma de Whattsapp para comunicarnos como en su día se aceptó bikini, ranking… Lo no me gusta es que tiendan a castellanizarlo todo. Si decimos bikini, rockero, whisky, parking, whattsapp porque las adoptamos del inglés no entiendo por qué al final acabamos escribiendo biquini, roquero, güisqui, parqui, guasap…
Otra cosa es lo de albóndiga y croqueta, aceptar almóndiga y cocreta escandaliza y horripila a muchos. Pero esto no es algo nuevo, los filólogos se han dedicado a estudiar todos estos tipos de cambios fonéticos o morfológicos que acompañan a la lengua desde la antigüedad hasta nuestros días. A nosotros nos parece algo nuevo, una extravagancia de la RAE, pero nuestro léxico está cargado de cambios que en su momento alteraron a los hablantes del latín culto frente a los del latín vulgar hasta que los primeros quedaron anticuados y así ha sido a lo largo de los siglos. Lo moderno se come a lo viejo. No podemos poner frenos a la lengua, le digo siempre a mi amigo, pero él dice que se niega a “hablar mal y destruir la belleza de nuestra lengua para que los incultos puedan seguir expresándose fatal”. Ahí es cuando tiro la toalla, no llegamos nunca a ponernos de acuerdo, es la eterna discusión.
En lo que los dos estamos de acuerdo es en que si los recortes en educación siguen por el mismo camino y la educación se va a convertir en un lujo al alcance de los más privilegiados, para qué preocuparnos de las normas de la lengua si el día de mañana volveremos a tener generaciones analfabetas como no hagamos algo ya para cambiar lo que nos espera.