CARLOS CASTÁN: «La mala luz puede ser el sentido brillando por su ausencia».
Por Sara Roma
Carlos Castán es un autor que ha generado a lo largo de más de una década un grupo de lectores de culto en torno a sus libros de relatos y que lo siguen con auténtica devoción. Ahora irrumpe en la novela con una obra que acaba de publicarse. La mala luz (Destino, 2013) es una historia sobre el deseo y la búsqueda de la intensidad y, a la vez, un vertiginoso thriller que se lee con absoluta tensión. En esta entrevista Castán nos desvela los aspectos más interesantes de su nueva obra.
-Esta es su primera novela después de seis libros de relatos. ¿Por qué ha tardado tanto tiempo cuando muchos lectores hacía tiempo que querían leer una novela suya?
Me había venido sintiendo cómodo en el relato porque es un formato que se adapta muy bien a lo que yo pretendía contar y expresar. En esta ocasión he querido urdir un texto más complejo, poniendo en juego una variedad de intenciones que se entrelazan y se afectan entre sí. Creo que cada historia, cada texto, pide su propia extensión.
-¿Cómo ha sido el salto o la transición? ¿Qué aspectos le han parecido más difíciles de la escritura?
Lo más complicado para un escritor habituado a los textos breves es, sobre todo, en las fases finales del proceso, el conseguir tener toda la historia en la cabeza. Y no me refiero a la trama, que eso es sencillo, sino a todo lo que tiene que ver con el tono. También está el tema de la dosificación de la intensidad narrativa y el equilibrio entre las distintas partes de la novela, ese juego de pesos y contrapesos para que nada se caiga.
-Hablemos de La mala luz. De entrada su título es sugerente e inquietante. ¿Cómo se le ocurrió?
En la novela, La mala luz que da título al libro es símbolo de muchas cosas, tanto de sensaciones pasajeras como puedan ser el hastío o la modorra de la tarde de un domingo cualquiera, con el vacío del mundo posándose sobre los objetos, como de otros sentimientos más hondos y persistentes en relación con la falta de peso que a veces parece caracterizar a la existencia humana, la aparente inanidad de todo. La mala luz puede ser el sentido brillando por su ausencia.
-La novela se inicia con una frase muy reveladora, una cita de Faulkner que dice: «Recordaba que mi padre solía decir que la razón de vivir era prepararse para estar muerto durante mucho tiempo». La mala luz es una historia de muerte y asesinato ¿pero también de amor y de obsesión?
La pasión juega un papel fundamental en esta historia y también el amor en sus diversas manifestaciones: en relación con el miedo, sobrecogido y enfermizo, pero también el amor como arrebato imparable, como trampa, como fuerza salvaje, como causa y medicina de una misma herida.
-La novela parte del asesinato de Jacobo, un personaje importante de esta historia. Su amigo (el narrador de la novela) decide entonces tomar el relevo de la vida que había llevado Jacobo lo que lo llevará a conocer una mujer que se convertirá en su obsesión y junto a la que emprenderá la investigación de su asesinato. ¿Qué papel juega la mujer en su historia?
De entrada, aparece y lo cambia todo, la dirección de la mirada del protagonista, la percepción tanto de lo que ha ocurrido como de su propio pasado y de sí mismo en general. Es casi como si del asfalto surgiera la carne y la ciudad latiese de nuevo. Aunque las cosas no siempre traen exactamente lo que parecían anunciar y a menudo lo que salva también condena.
-Hablando de personajes, ¿cree que han desaparecido personajes estereotipados como el de la mujer fatal, el policía corrupto, etc.?
El personaje de la mujer fatal tal, como nos la ofreció el cine negro de los años 40 y 50, sí creo que ha desaparecido por puro desgaste tras haberse convertido en un mero y previsible cliché. Pervive, no obstante, bajo otras formas. Ya no se viste igual, seduce de otra manera y ha cambiado también su forma de relación con el misterio, con la trama y con el resto de los personajes. Al personaje del policía corrupto le sucede algo parecido, ahora ya no es un garbanzo negro infiltrado dentro de una institución intachable, sino que se cuestiona en general la corrupción de todo un sistema y de una forma de hacer las cosas. Lamentablemente, me temo que la mujer fatal, tal como la conocíamos, se nos ha ido bastante más lejos que el policía corrupto que continúa nuestro lado, a la vuelta de la esquina. Muchos hubiésemos preferido que fuera al revés.
–La mala luz transcurre en Zaragoza, ciudad en la que reside. Parece que últimamente muchos escritores, como Alexis Ravelo o Alejandro Pedregosa, coinciden en ambientar sus novelas en escenarios conocidos por ellos. ¿En su caso se debe al hecho de que como aludía en su relato Escuela de la muerte «en las ciudades grandes los muertos desaparecen y en las pequeñas se quedan»?
Las historias suceden en todas partes. Durante años ha existido entre autores y lectores una especie de creencia en que hay unos escenarios de primera categoría y otros que no son capaces de albergar según que tramas. Hacer discurrir la acción en un lugar conocido presenta numerosas ventajas a la hora de escribir y confiere a la historia más verosimilitud y mayor verdad. En el relato que mencionas hablaba de otro tipo de muerte que se produce en ciudades más pequeñas que Zaragoza. Hacía referencia a todas esas personas que, habiendo jugado en el pasado un papel determinante en la vida de uno, han vuelto progresivamente al estado inicial de desconocidos. Ya no se les saluda, se les ve envejecer caminando por la acera. Todos los personajes del pasado de uno, en vez de simplemente desaparecer como sucede en las ciudades grandes, caminan por las calles como una legión de muertos.
-Este año también publicó Polvo en el neón (Tropo editores, 2013) un libro ilustrado, con fotografías de Dominique Leyva sobre la Ruta 66. ¿Es una historia también de viajes interiores y de búsqueda de la verdad?
Polvo en el neón es una nouvelle en forma de road movie, narrada de forma veloz e intimista a un tiempo, cuyos personajes se encuentran en un momento vital de dolor y encrucijada y, efectivamente, huyen, buscan, persiguen como pueden su lugar en el mundo y su ración de dicha. Es una historia de carretera y de moteles pero también de viaje interior que pretende ahondar un poco en el lado amargo de la libertad.