El sueño de la aldea Ding
Por Carmen Moreno
El sueño de la aldea Ding. Yan Lianke. Traducción: Belén Cuadra Mora. Automática editorial. Madrid, 2013. 368 páginas. 25.90€
Dijo Plauto: “Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit.” (Un lobo es el hombre para el hombre, y el no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Esta es la tesis que plantea el escritor chino Yan Lianke (Henan, 1958) en su novela El sueño de la aldea Ding.
Desde su condición de muerto, Xiao Qiang, narra los acontecimientos de su aldea. Una aldea pobre que luchaba por subsistir en los años 90 y que, en este mismo periodo, vivieron un momento de mejora económica promovida por el gobierno chino. La fórmula tan terrible como eficiente: cambiar dinero por sangre.
Habría que reformular, por tanto, el principio de esta reseña. Tal vez comenzar preguntándonos: ¿Pierde el hombre su mezquindad cuando está al borde de la muerte? ¿Puede el amor ante la palabra más temida del siglo XX, SIDA?
De esto trata esta brillante novela: de la mezquindad del ser humano, del miedo, de la muerte, de la soledad y la soberbia. Yan Lianke se adentra en las fosas sépticas de lo que somos para contarnos el terrible drama que vivió China, cuando miles de campesinos vendieron su sangre destinada a la investigación y a la constitución de bancos de plasma, llevándoles a vivir una de las mayores epidemias conocidas por el país. El SIDA se extendió como la pólvora.
Lo que en principio comienza siendo un acto absolutamente filantrópico, se convierte rápidamente, en un modo de conseguir dinero fácil. En la aldea Ding, el padre de Xiao Qiang, será el mayor comprador de sangre, siendo, también, el mayor culpable de la transmisión del SIDA en la aldea. Desde entonces, el odio va creciendo entre los habitantes de la aldea y la venganza descansa latente en cada uno de los infectados.
Cómo afrontar la vida, cuando te la han arrebatado; cómo asumir el desamor de quienes no están infectados y se niegan a tocarte; cómo permanecer impasible ante la dejadez de un gobierno culpable… A todas estas cuestiones y muchas más responde Lianke.
Con un tono pausado, una vista panorámica y un ritmo lento, Lianke satiriza la corrupción inherente al ser humano y revisa nuestras prioridades como hombres que desconocen al que tiene enfrente y acaba devorándolo.