El necesario pero imposible Javier Gomá
Por Rafael Balanzá.
Tuve noticia del filósofo Javier Gomá Lanzón por alguna entrevista pescada con mosca en Internet tras la aparición de su libro Necesario pero imposible. Fue, recuerdo, un repaso mañanero y primaveral de la prensa digital sin demasiadas esperanzas de catar algo distinto del tedioso pan nuestro de cada día: la política nacional y su caterva de corruptos, tan ridículos y poco ejemplares ellos, tan semejantes unos a otros como los seriados personajes de Magritte, esos hombres del bombín que flotan en el aire de la ciudad o se asoman sin permiso por la ventana del comedor.
Y de pronto allí estaba él, como por ensalmo. Un intelectual relativamente joven, un filósofo español (he dicho filósofo… ¿pero español?) actual y de reconocido prestigio hablando de inmortalidad sin cortarse un pelo. Peor aún: aludiendo, no a Jesucristo –ni el de las postales ni el Superstar-, sino meramente al Galileo, como figura insoslayable para el pensamiento contemporáneo. El fenómeno me pareció tan improbable, tan inverosímil, que busqué alguna cosa más para convencerme de que no era todo puramente virtual, o quizás una jugada de mi pobre cerebro que llevaba demasiado tiempo aislado, sumergido en el agua del acuario de casa, combatiendo la terrible jaqueca política a base de aspirinas efervescentes. Por fin di con alguna chocante grabación. El que hablaba era un sujeto de voz algo atiplada, con un peinado que recordaba sospechosamente al de Luke Skywalker y que vestía un traje caro de los que me hacen arrugar la frente y guiñar un poco el ojo izquierdo. A pesar de todo, me compré el libro.
Comencé la lectura con acerada, con filosa desconfianza; me fui adentrando en el texto con creciente curiosidad e interés y llegué a las últimas páginas con una avidez febril de la que no encuentro parangón, si no es remontándome a unos pocos hallazgos de mi bibliófila juventud.
Agnóstico doliente y hombre básicamente desesperanzado, debo confesar una fuerte propensión a correr en pos de cualquier tibio rayo de sol que logre filtrarse entre los perpetuos nubarrones de nuestro cielo, como hacían aquellos pobres de Miracolo a Milano. La luz de la prosa me pareció intensa y el rayo duradero. Se hablaba de la inmortalidad no como la eternización a la que se refería Unamuno en su magnífico (por muy digno de ser discutido) ensayo capital, sino como “prórroga” o “suplemento” de nuestra condición finita. Y más lejos, más alto: la noción de ejemplaridad, erigida en categoría central nada menos que de toda una innovadora ontología. Aquí la empresa me pareció saludablemente impúdica por su ambición.
Confusa, deconstructiva-mente creo recordar que el agudo Derrida explicaba en un breve ensayo sobre “Ante la ley” de Kafka, algo así como que ese texto no hacía otra cosa que comentarse a sí mismo en cuanto texto. Marraba el teórico, me temo, en su indirecta tentativa de eclipsar el significado con el comentario, al no advertir que una ironía mayor abarcaba su propia ironía –precisamente eso es lo que hace “además” el texto de Kafka-. Traigo a colación este curioso lance filosófico porque el ensayo de Javier Gomá se comenta mucho a sí mismo, sobre todo al principio y al final, y se propone principalmente como un texto literario. Pero el carácter autocrítico, típico de la posmodernidad, no se convierte en una cómoda coartada para ceder a la resignación escéptica y eludir todo esfuerzo de aproximación a la verdad. Tampoco se da, en el caso que nos ocupa, el peregrino intento de imponernos un único criterio hegemónico de significación –el otro feísimo vicio de la filosofía reciente-, sino que más bien la obra se abre al debate a modo de cortés provocación. Y veo todavía otro sentido en el que el texto “habla” tácitamente de sí mismo: me refiero a su carácter excepcional y ejemplar.
Ejemplar y excepcional, digo, porque nadie podía esperar en una tierra baldía, de tan desmoralizadora esterilidad filosófica como la España contemporánea –dejamos aparte la digna excepción de Eugenio Trías, junto con alguna otra- que apareciera inopinadamente una obra singular, de tan extraordinario mérito y valor. Albergo la esperanza de que en una segunda y próxima lectura la encuentre un poco más vacía y redundante, ya que a medida que las canas proliferan nos conviene mucho más una pose burlona, descreída –tongue in cheek, como dicen los anglosajones- , que estos juveniles raptos de entusiasmo.
Pero es el caso que ahora mismo, con la lectura de Necesario pero imposible tal vez demasiado reciente, sospecho que estamos ante el primer ensayo de trascendencia histórica en lo que va de siglo en España (esperemos que no sea el último) y uno de los más sorprendentes y estimulantes que ha producido nuestro exánime continente en los últimos tiempos. Consciente de los riesgos de ceder a la tentación de lanzar una salva de elogios bombásticos –sobre todo el riesgo de quedarse sin munición para algo todavía mejor, aunque esto me parece improbable-, me limitaré a señalar que bajo la elegante capa de prosa poética que envuelve su escandalosa propuesta, percibo un élan formidable en este libro, una encomiable voluntad subversiva contra los prejuicios y las inercias, todavía dominantes en las facultades de filosofía occidentales, de la más rancia y aburrida Ilustración.
Quedan para otro momento, y acaso para otro lugar, las reservas, las perplejidades y el desacuerdo con unos pocos párrafos que me ha deparado la intensa lectura de este libro. (No puedo aceptar que se diga, como hace el autor en la página 269, que el relativismo nos permite comparar a posteriori entre diferentes opciones para alcanzar algo así como un consenso ético, y a continuación, en la página 270, se nos hable de la “dignidad incondicional del yo”, afirmación evidentemente insostenible sobre esas bases relativistas que vindica.) Pero como digo, todo eso queda para otro momento, ya que este es el de la celebración.
Sabemos que los griegos eran muy capaces de sacrificar cien bueyes (en eso consistía una hecatombe) cuando se producía un gran descubrimiento matemático. No sé cuántos bueyes habría que sacrificar para celebrar la imprevista, la necesaria pero imposible aparición de un joven filósofo español al que podemos leer, sin sentir vergüenza ajena, junto a los irrenunciables, aunque algo añejos, Unamuno y Ortega.
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«Necesario pero imposible»
Javier Gomá
Taurus, 2013
295 pp., 20 €
Curioso que el crítico parezca desconocer hasta ahora la identidad del autor del libro: es premio nacional de ensayo y ha escrito otros anteriormente, que son ciertamente conocidos.
Sí, pero tanto Gomá como sus amigos/as deberían agradecer al crítico la apología y el proselitismo hecho sobre el autor y el artículo escrito. Que es más importante que señalar sus premios y libros.
Comentario el auyo muy revelador. De usted mismo.
Yo no conozco de nada al autor del artículo, Rafael Balanzá, pero soy un asiduo lector y colaborador de Culturamas. El que realmente es revelador de usted misma es el suyo. Hay un refrán castellano espléndido. Dice así: «De bien nacidos es ser agradecidos». Que me da la impresión que usted, señora o señorita Lam, desconoce. Creo que no merece la pena seguir en esta polémica a la que estoy seguro Javier Gomá, un espléndido pensador, es ajeno. Saludos y le ruego acabemos aquí una polémica a la que me ha traído, simplemente, el sentido de la justicia.