LO QUE NO SE OLVIDA
Por Juan Luis Marín. Releyendo un diario de juventud en el que intenté dibujarte, caí en la cuenta de que nos conocimos hace exactamente 21 años. Aunque hace unos 10 (corrígeme si me equivoco) que no nos vemos.
Yo era un pardillo de Madrid de 17 años que llevaba un tiempo veraneando en un pueblo de la costa sin haber hecho un solo amigo. Y tú, una chica del pueblo con 15 primaveras y su correspondiente pandilla, que un puente del Pilar vio cómo un chico, el menda lerenda, que hizo milagrosamente migas con tus amigos mientras estabas de vacaciones, aparecía de repente en tu vida. Y tú en la mía. Como un vendaval.
Porque ésta se convirtió en una constante espera para volver al pueblo… y verte. Después de aquel puente de Octubre vino el de Noviembre. Y después, el de Diciembre. Que fue cuando nos besamos por primera vez. El segundo beso de mi vida. Y aquélla, las única noche que recuerdo haber dormido del tirón como el tío más feliz del mundo. Incluso soñé contigo. Íbamos en un tren. Y desperté al día siguiente como si hubiera pasado la noche en el paraíso.
Todo parecía indicar que aquélla sería una relación de película. Que el «tren» nos llevaría muy lejos. Que serías mi novia. La primera. Y la última. Porque el corazón me saltaba hasta la garganta con solo pensar en ti. Y solo con verte… me temblaban hasta las pestañas.
Pero no fue nada de eso. Porque la distancia es muy complicada. Y aquél «tren» no pudo salvarla. Tampoco comunicarnos por carta. Y menos aún, la inmadurez. La mía. Que era un puto crío. O que a los dos nos gustara estar siempre encima…. como el aceite.
Pasaron los años. Y no sé cuántos. Relaciones. Tuya(s). Mía(s). Y la nuestra en medio. Jodiendo. O jodiendo las otras…
Otro puente de Diciembre, años después del primero. Estuvimos juntos. Mi amigo te dejó su bufanda. Y después él me la dejó a mí. Para recordarte mientras la olía. Un perfume que, a veces, reconocía en Madrid, para girarme… y descubrir que no eras tú.
Un baño al amanecer en la playa, una conversación tomando un café mientras me hablabas de una secta francesa que se inmoló en un castillo siglos atrás, un momento de pasión en el coche con los cristales empañados como en Titanic, miradas furtivas en una fiesta en la playa… o el momento en que las «parejas» bajaban a las casas de los pescadores para «enrollarse»…
Han pasado 21 años. Y da igual el número de veces que, siguiendo mi estúpida teoría para evitar cagadas, haya borrado tu número de teléfono. Porque me lo sé de memoria.
Hoy es un día cualquiera. De una semana cualquiera. De un año cualquiera.
Pero sé que han pasado 21 años.
Y que recuerdo aquellos días con una sonrisa de satisfacción. Y nostalgia. Por echar de menos la inocencia. La ingenuidad. La pureza e ilusión desbordante. La novedad y el descubrimiento. Los nervios del ahora. La idealización del antes…
Llevo un tiempo haciendo balance de las cosas importantes que me han pasando en la vida. Y tú, aunque no saliera bien, eres una de ellas.
Insisto, qué coño. Fueron buenos tiempos. Muy buenos.
Y, de vez en cuando, viene bien tenerlo presente para enfrentarte a los que no lo son tanto.
Y salir adelante.
Sin dejar de sonreír. Ni perder la ilusión…
Por nada.
Ni siquiera porque algún día…
Aparezca otro «tren»…
Me suba a él…
Y llegue hasta el final del trayecto.