Retratos de August Sander, el cazador de esencias
Por Lara Marchante.
calle Verónica , nº 13, Madrid.
Hasta el 17 de noviembre.
A principios de la centuria pasada, algunos pueblos indígenas de América del Sur creían que las fotografías atrapaban el alma de las personas que posaban en ellas. A día de hoy, ese extravagante pensamiento puede ser compartido por todos aquellos que han disfrutado de “Hombres del siglo XX”, la obra más importante –aunque incompleta– del fotógrafo alemán August Sander (Herdorf, 1876 – Colonia, 1964). Los escépticos del poder de este cazador de esencias y los amantes del revelado tienen una cita imprescindible hasta el 17 de noviembre en la ciudad de Madrid.
La Fábrica nos da la oportunidad de conocer la fisionomía de la Alemania de finales del siglo XIX hasta mediados del XX, a través de 118 retratos de los 500 que componen esta colección. Cada vida humana es valiosa; y por ello los protagonistas de sus fotografías son hombres y mujeres anónimos que, si bien no influyeron de forma trascendental en la sociedad de su época, sí contribuyeron calladamente en el devenir del país. Esta idea se refleja en la estructura que el autor empleó en sus 49 portafolios, pues clasificaba a sus modelos conforme a su clase social, nivel cultural o posición económica.
Microcosmos de vidas atrapadas en su rutina, aunque con unos planteamientos mucho más ambiciosos de los que a priori deja ver ese recorrido por varios arquetipos sociales muy dispares entre sí (que va desde los campesinos hasta los moribundos, pasando por obreros, artesanos, mujeres, los hombres de negocios, intelectuales de la época o escolares invidentes). Sander se empeña en mostrarle al hombre contemporáneo quién es y cómo vive con rostros pretéritos pero de algún modo cercanos, invitando a una continua reflexión sobre aquel que le devuelve la mirada desde el otro lado de la imagen.
El tono de esta obra es a veces amargo y tierno, caracterizado por un realismo desprovisto de artificio y de grandes montajes. Como sucede cuando estamos ante el trabajo de grandes genios, lo complejo parece sumamente sencillo, y esta sencillez se advierte en la obra: no solo es capaz de captar la esencia más humana de sus modelos, también los dota de atmósferas propias, mediante sus gestos, vestimenta y entorno. A la sensibilidad del fotógrafo se une la de la selección y la del montaje de la exposición, un trabajo bello y discreto llevado a cabo por su bisnieto, Julian Sander.
La “puesta en escena” de la colección concuerda con la humildad y el minimalismo demostrado por el artista alemán: una frase suya es el único apoyo a las imágenes, enmarcadas todas de la misma forma: sobria, de lo más elemental. La Fábrica, un atípico centro cultural-librería-restaurante, hace el resto: a diferencia de las habituales salas de museos, ésta permite al visitante detenerse de verdad a contemplar lo que desee y el tiempo que lo desee, sin colas ni altavoces que recuerdan sin cesar la cada vez más próxima hora del cierre. Todo un aliciente en estos tiempos de estrés, prisa y aglomeraciones.
La visita al teleobjetivo de August Sander no sólo termina cuando el público desee, también puede elegir el dónde, ya que el usuario puede adquirir obras de la muestra (en ediciones numeradas de doce ejemplares cada una) o -si el bolsillo no lo permite pero el ojo no se resiste- uno de los libros que recoge este fantástico proyecto que logró conmover a los visitantes del MoMA, por primera vez, en 1969.