El extranjero
Por Sara Roma
El extranjero. Albert Camus. Alianza editorial. 144 págs. 22 €.
En la literatura universal existen arranques de novela que son una verdadera invitación a sumergirnos en su lectura. Uno de ellos es El Extranjero de Albert Camus con la desasosegante: «Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé». Esta novela, publicada durante la ocupación en la Segunda Guerra Mundial inauguró una rica producción literaria que se vio truncada con su prematura muerte en 1960, tres años después de haber recibido el Premio Nobel de Literatura.
Este es un año de conmemoración en las letras camusianas, igual que lo fue 2010 cuando se homenajeó el cincuenta aniversario de su muerte. Dentro de unas semanas (el 7 de noviembre) se rememora el centenario de su nacimiento y todos estamos invitados a participar leyendo o releyendo sus obras que han sido reeditadas por Alianza editorial. La edición especial de gran formato de El extranjero, ilustrada por el dibujante argentino José Muñoz y traducida por José Ángel Valente es una extraordinaria propuesta.
Escrita con una prosa sencilla y directa, El extranjero se caracteriza por su estilo visual y cinematográfico. La frase “Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé” es suficiente para enganchar al lector a hundirse en la existencia de un personaje solitario y pusilánime que ha perdido toda noción del tiempo y que entiende la vida como un sinsentido. Es, como decimos, la muerte de su madre lo que da pie a la novela y la que también da sentido a ella al final.
Durante el entierro de su madre, Meursault no llora, no muestra ninguna expresión de tristeza y apenas habla. Tras el funeral, vuelve a su vida rutinaria en Argel. Trabaja en una oficina y vive en un piso heredado de su madre. En la primera parte, Camus nos narra su acontecer diario y los personajes singulares de su entorno con los que se relaciona: Enmanuel, su compañero de oficina; Marie, una antigua compañera con la que mantiene una relación pero no quiere o necesita formalizar; y dos vecinos bastante extraños: Salamano, un viejo que maltrata a su perro y Raimondo, que lo invita a cenar y le pide que escriba una carta para vengarse de su examante, una árabe que lo engaño con otro.
La novela está planteada con varios giros que mantienen alerta al lector. El primero de ellos, se produce cuando el jefe de Meursault le propone la posibilidad de viajar a París para hacerse cargo de la nueva oficina que van a abrir. El patrón tiene la impresión de que es joven y esa nueva vida le va a gustar. En cambio, ante esta oportunidad, solo manifiesta indiferencia, pues está convencido de que nunca se cambia de vida y de que todas valen lo mismo. Meursault es el paradigma del hombre existencialista: nada se cuestiona, nada le importa.
El segundo giro argumental aparece justo al final de la primera parte. Raimondo invita a Meursault y Marie a pasar un fin de semana con unos amigos en una casa cerca de la playa. Allí se encuentran con los familiares de su examante que quieren pegar a Raimondo y se inicia una pelea que acaba con la muerte de uno de ellos. Meursault acaba de matar a un hombre en la playa. Es entonces cuando comprende que ha «destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz». El último, se presenta poco antes del final: cuando se dicta sentencia y Meursault confía en que el azar cambie su destino… Sin embargo, el lector se preguntará: ¿lo han juzgado por matar a un hombre o por no llorar en el entierro de su madre?
Parece que es su actitud ante la vida y sus relaciones personales lo que acaban por destruirlo como persona. La gente que lo conoce opina que es un hombre insensible; al menos así se mostró en el funeral de su madre. Él alega que es de tal naturaleza que sus necesidades físicas alteran con frecuencia sus sentimientos. Pero no convence al juez, que lo describe como una «persona de carácter taciturno y reconcentrado» (p. 85). No obstante, el magistrado alberga la esperanza de que muestre un atisbo de arrepentimiento, así que le muestra un crucifijo confiando en que se derrumbará y reconocerá su mala fe. El juez sostiene que los criminales lloraron siempre «ante esta imagen de dolor» (en alusión al crucifijo). Sin embargo, el protagonista no se inmuta porque opina que quienes lo hicieron se comportaron así porque eran verdaderos criminales.
Ya entonces, Meursault siente que «mi casa era mi celda y que mi vida se detenía allí» y acepta la idea que repetía su madre con frecuencia: «termina uno por acostumbrarse a todo» (p. 97). Pero hasta que no empieza a echar de menos la compañía femenina, no cae en la cuenta de que ese es el castigo: la privación de la libertad. En la cárcel también lo despojan de sus pertenencias y le prohíben fumar. Allí termina por perder la noción del tiempo y comprende hasta qué punto los días pierden su nombre y son tan largos de vivir y tan distendidos que acaban por desbordar unos sobre otros. «Solo las palabras ayer o mañana tenía, para mí, sentido» (p. 101), reconoce.
El extranjero es el retrato de un mundo absurdo e irracional donde ni siquiera el hombre puede confiar en la justicia. La libertad para Camus es una parte imprescindible de la justicia, pero el ideal de justicia exige la supresión de ella. El extranjero es una alegoría de un mundo enmudecido ante una justicia absoluta que niega la libertad. Es, como reconoce Ricardo Menéndez Salmón, es la más noble expresión que conjuga «la verdad y la justicia de un proyecto ético con la belleza de la palabra escrita y la hondura de la vida sentida».
Una excelente novela y que este año tiene mucho protagonismo. Para mí, junto a La peste, de lo mejor de Camus. Hay una novela llamada El sol de Argel y que he leído recientemente, en cuya trama tiene mucha relevancia esta obra; es una visión interesante y una especie de homenaje al mundo de Camus y a esa obra que marcó a tanta gente.
Sí, José Manuel. ‘El extranjero’ y ‘La peste’ son dos obras cumbres de la literatura universal. Me alegro que te gustara ‘El sol de Argel’, es de Esther Ginés, compañera también de Culturamas.