Qué quiero ser de mayor
Por Anna María Iglesia
@AnnaMIglesia
Dedicado a mis compañeras de viaje, de mesa, de andanzas.
Son las diez y treinta de la noche, puede que incluso sea más tarde, cuando llegamos a La Fourmie, en la calle del Alba en pleno barrio de Gracia; está muy lleno, pero conseguimos una mesa redonda, escondida en una pequeña esquina. En la pared de detrás cuelga una gran televisión de plasma, se ven imágenes de una vieja película del oeste, indios y cowboys, películas de infancia, las mismas que, años a atrás, se veían todos los domingos por la tarde por la televisión. Somos cinco, cinco chicas sentadas en torno a esa mesa redonda; pedimos algo para beber y alguna cosa para picar, es necesario cenar algo después de un largo día de trabajo. Es un poco tarde, pero venimos de la librería Pequod, donde se ha celebrado la presentación del libro Tricot de Ainhoa Rebolledo; entre risas, comentarios y la copa de vino protocolaria el tiempo ha transcurrido rápidamente. Sentadas, comentamos la presentación, es curioso como la autora ha insistido en el hecho de que sus protagonistas no buscan desesperadamente una pareja. Esto de la pareja es un chiché, un tópico completamente falso, comentábamos; ya lo decía Lidia, que también había acudido a la presentación, “no todas soñamos con un vestido blanco de novia”.
Hay más proyectos por realizar, pienso en silencio y sonrío al recordar la respuesta de Ainhoa Rebolledo cuando le preguntaron cómo se veía de aquí a veinte años: “con mejor ropa y un poco más de dinero”. Una banal respuesta, pensarán algunos, pero, en verdad, tras aquella breve y, sin duda, irónica frase, se esconde el deseo de salir del momento de incerteza y de precariedad a la que nuestra generación ha estado abocada sin compasión. Muchas horas de trabajo y, en muchos casos, horas transcurridas en trabajos diferentes, para poder conseguir una paralizante estabilidad. Sentadas en aquel restaurante de Gracia, sabemos que, en el fondo, somos unas privilegiadas; todas trabajamos, todas tenemos una entrada que, por pequeña que sea, nos permite reunirnos de cuando en cuando para hablar y desahogarnos de las pequeñas luchas cotidianas.
Nos conocimos años atrás, cuando algunas de nosotros todavía éramos estudiantes; hemos sido testigo de nuestros primeros trabajos, de la repugnante pelea con sueldos que nunca eran suficientes; hemos sido testigos del cansancio después de innumerables horas de trabajo muchas horas, ¿para qué? Ahora, algunas de nosotras estamos a las puertas de los treinta, algunas acaban de cruzar la frontera, pero todas estamos en la paradoxal estabilidad marcada por la incerteza. Somos conscientes que todavía tenemos muchos proyectos por realizar, demasiadas cosas por hacer y por demostrar a nosotras mismas y a los demás; no sabemos cuando las podremos llevar a término, incluso, a veces, dudamos de si será posible realizarlas, pero, y a pesar de todo, la tozuda insistencia nos persigue.
Comentamos con escepticismo las continuas afirmaciones de los políticos, todos ellos insisten en una salida de la crisis que solamente ellos consiguen ver, o al menos esto nos quieren hacer creer; comentamos las repetitivas afirmaciones noticias publicadas en torno a la baja natalidad, “la maternidad se ha postergado”, es un titular que no pocas veces ha abierto las secciones de sociedad de los periódicos. Hablamos de las tasas universitarias, de la falta de guarderías y de parvularios públicos, de las listas de espera en la seguridad social y de los inasumibles precios de la medicina privada. Hablamos de las horas que día tras día pasamos fuera de casa, comentamos nuestro permanente deseo de encontrar tiempo libre para poder realizar nuestros proyectos, horas de trabajo y de esfuerzo, pero horas para realizar nuestro propio trabajo, para realizar los proyectos para los que nos hemos estado formando a lo largo de todos estos años.
En el ámbito público y en el ámbito privado la situación no es fácil, las fronteras se han borrado y las presiones cada vez se parecen más. La maternidad es un obstáculo, detiene la propia carrera profesional; la paridad todavía es un sueño por conquistar, por ello todas nosotras renunciamos a una idea -la maternidad- que, con tantas dificultades, todavía no se ha convertido en un sueño, todavía no es un deseo que pronto queramos cumplir. Mientras apartamos el tema de los hijos, el futuro vuele a aparecer con un disfraz diferente. La duda acerca del trabajo, el miedo a su pérdida, el miedo a perder aquello que hasta ahora hemos conseguido. No queremos pensar en ello, mejor disfrutar del momento, de un presente tan inestable como fugaz, un presente que, con su intensidad, nos esconde un futuro difuminado detrás de un gran interrogante. Ya no tengo edad para preguntarme que quiero ser de mayor, pero, dentro de mí, como dentro de cada una de mis compañeras de mesa, palpita el interrogante acerca del tiempo que vendrá: “¿qué nos dejarán ser?” No lo sabemos, vemos los obstáculos, pero, al mismo tiempo, vemos nuestros proyectos, nuestras ilusiones, vinculadas todas ella a nuestro crecimiento personal y profesional. De aquí a veinte años, decía Ainhoa Rebolledo, “quiero tener mejor ropa y un poco más de dinero”; yo tengo este mismo deseo, pues quiero pensar que aquella ropa y aquel poco dinero de más serán el más claro testimonio de un futuro que he conseguido hacer mío.