Cómo llevar la cultura al abismo
Por Ana Correro. Estreno con unas notas que vienen ya caducadas, pero que sirvieron de carta de presentación para abrirme hueco en este espacio. No me tengan en cuenta la posible indigestión.
Septiembre es el mes en el que uno sustituye la dichosa inquietud de pies de las vacaciones por unos paseos reiterados por más o menos los mismos caminos y un perderse más con la cabeza que con los gemelos. O al menos ese es el caso de muchos. El hombre en actividad no tiene el tiempo ni el sosiego mental de hacer balance de sus días y va reservando las ideas en algún cajón de la mente para escribir, más que diarios, memorias.
También es el mes de los arranques, de las novedades, del volver a las librerías y ver las nuevas tendencias en los diseños de las portadas y regruñir para luego acomodarse en los temas que parece que este año van a estar en boca de todos; coger el vocabulario del año y enterarte de los equivalentes de lo que la temporada pasada fueron “escraches”, “eccehomos” y “preferentes” para empezar a pronunciarlos tímidamente, porque hasta el panadero lo hace, y uno acaba rindiéndose cuando, si no se deja, ya no puede apenas mantener una conversación fluida y decente.
Aparece como digo tinta nueva recién salida de una imprenta de Barcelona o de Madrid, cuyas máquinas van alternando cada vez más entre los libros y las revistas, que van recobrando desde hace poco presencia en los mostradores. Así que una ve, hojeando las páginas de las publicaciones culturales, dos patrones sigilosos que se balancean en los índices, salvando ciertas y honrosas excepciones: pasados memorables y prácticos presentes. Me explico: la prensa de la cultura dedica sus páginas, por un lado, a grandes figuras irreprochables para revisitarlas, reencontrarlas y volver a beber del gusto – que siempre sacia – de sus ideas. Por otra parte, los títulos se encargan de tenderle la mano a las primeras páginas de los periódicos para intentar explicar, desde el punto estratégico, muerto o ciego del intelectual humanista, el aire que respiran y las botas que calzan los sucesos globales, económicos y políticos.
Muchas son ideas que merecen subrayarse y anotarse, sin duda, pero recurren como fuentes a temáticas diversas e independientes o a nombres que supieron hablar con una lengua y una ocurrencia propias. Mi sensación es que hay una terrible ausencia de la cultura en tanto que ella misma en la prensa española, más allá de los espacios de crítica de las cuatro últimas novedades editoriales. Que se entienda, sin embargo, que esas otras formas que creo que se hacen son más que bienvenidas, pero no dejan de ser un recurso astuto ante la falta de exploración de una cultura nuestra y de ahora de la que existen parcas anotaciones y que resulta, en toda época, intrínsecamente necesaria para entender lo que somos y cómo lo somos.
Hablo, para el que juegue en esos términos, de una especie de metacultura contemporánea o, lo que me chista más a mí, y disculpen el gabacho, una puesta en abismo de nuestra forma de pensar el mundo; de ir más allá de discursos rancios con revisiones manidas de poesía de dos por tres, para dejarse caer un poco en agujeros negros y leer, por fin, nuestro retrato en tinta húmeda.
El placer es mío.