Teatro en el cine: ‘Othello’, de William Shakespeare, por Laurence Olivier

Historia de un hombre muy valiente y muy cobarde

Por Horacio Otheguy Riveira

De nada le vale al valeroso guerrero su conciencia: “Líbrame, oh, Señor, de los celos”, pues éstos le atraparán de tal modo que le convertirán en un guiñapo; nada menos que a él, antiguo esclavo que ha sido capaz de conseguir que la poderosa cristiandad le rinda tributo.

Su ingenio y coraje en el campo de batalla confirma su conversión en la fe y su sólido compromiso con la vanidosa República de Venecia. Y además cuenta con Laurence Olivier, quien no más aparecer hace gala de un Otelo pedestre, hosco, con un andar de gigante pisando amapolas, y una voz que conmociona: habla un inglés forzado con acentazo finamente elaborado, y el inmenso personaje se instala para siempre en el corazón de nuestros propios temores.

Otelo, el Moro de Venecia, es una de las creaciones más logradas de un actor con una increíble variedad de registros, pues, más allá de su impresionante trayectoria teatral, sólo en el cine —como meros ejemplos— ha demostrado poseer una inédita capacidad camaleónica para componer a un altivo e introvertido burgués británico (Rebeca), a un padre norteamericano machista y energúmeno (La gata sobre el tejado de cinc caliente), a un sentimental en manos de una esposa dominante, luego arruinado y humillado por una actriz que le fascina (Carrie, una gran película muy poco conocida; nada que ver con el título homónimo de Brian di Palma/Stephen King)); crea con soltura al débil y torturado Hamlet, lo mismo que al feroz Ricardo III, al cínico escritor de La huella, al general romano brutal en la caza y captura del rebelde, y a la vez dulcemente bisexual, en Espartaco; al nazi sádico de Marathon Man, y —por cerrar ya la antología— al anciano judío cazanazis de Los niños del Brasil, donde compone un personaje fascinante con un acento de inglés combinado con el yiddish de los judíos de la Europa Central.

Sin embargo, en muy pocas obras ha tenido la ocasión de ocuparse de un personaje con una evolución en escena de este calibre, al encarnar a un hombre muy fuerte, a un genio de las batallas militares arrojado a las fauces del demonio del miedo. De lo más alto a lo más bajo. Al principio parece imposible toda caída, pues ese «dios» convive con un poder aún mayor en el amor, al poseer la sensualidad y el candor de Desdémona (Maggie Smith): caricias y abrazos a una bellísima mujer blanca que el negro moro seduce a diario con garbo majestuoso, arrebato e ingenuidad adolescente.

William Shakespeare

 

El arrojo y la ternura de un guerrero

El padre de Desdémona se resiste a entregarla, asegurando que Otelo es un salvaje que la sedujo con hechizos, pero él está tan seguro de sí mismo, se admira tanto en su esforzada suma de victorias que no duda en que es merecedor de la adoración de la muchacha, a tal punto que no parecen importarle la riqueza obtenida ni las lisonjas del poder.

A todos convence de la pureza de sus acciones y carencia de malas artes. Lo hace con palabras envolventes, asegurando que conquistó a Desdémona con los relatos de sus propias aventuras de bravío militar, historias verdaderas que condujeron a la muchacha hacia sus fuertes brazos, donde supo aunar arrojo masculino con ternura incomparable.

Pero su hombre de confianza, Yago (Frank Finlay), masculla en silencio la envidia profunda de servir a un ex esclavo convertido en figura estelar, saboreando un cuerpo y unas comodidades a las que jamás tendrá acceso. Este sumiso y rastrero criado-para-todo será quien le derribará urdiendo una trama al principio inverosímil, luego mechada de sortilegios y pruebas supuestamente reveladoras, haciéndole creer que su esposa le engaña con un soldado blanco, apuesto,  y al verles juntos no percibe lo evidente, que son sólo amigos distantes y respetuosos; contaminado por Yago, los imagina disfrutando de placeres con los que no puede competir, tan blancos y jóvenes, tan hermosos…

Con todo en contra y la virilidad perdida, el grandullón soberbio se va encorvando. Y Olivier lleva su mente atormentada a un cuerpo vencido que no duerme ni come ni es capaz de pensar en nada que no sea la venganza. Es tan grande el horror que le produce la sospecha del engaño que en ningún momento intenta confiar en Desdémona, escuchar sus explicaciones. Y en su venganza por una infidelidad irreal matará lo que más ama y lo destruirá todo en un arrebatado delirio al caer en el infierno más temido.

Otelo y Desdémona, William Shakespeare

Impecable realización con envolvente atmósfera

Esta película realizada en 1965 por Stuart Burge está basada en la puesta en escena teatral que el mismo elenco representó bajo las implacables órdenes de John Dexter, un director muy aplaudido, con fama de duro y alucinado. El resultado no pudo ser mejor: en un decorado desnudo se logra una ascendente tensión dramática.

Hay muchos otelos para cine y televisión. El primero fue el protagonizado y dirigido por Orson Welles en 1952, hoy sin interés, con una inverosímil pareja protagonista. Entre los que conozco, he aquí algunos que encuentro muy interesantes, también fáciles de encontrar en dvd: Otello, 1986, de Franco Zeffirelli, buena versión de la maravillosa ópera de Giuseppe Verdi con una pareja espléndida: Plácido Domingo, Katia Ricciarelli; Otelo, 1995, de Oliver Parker, con Lawrence Fishburne, Kenneth Branagh. Y El laberinto envenenado, 2001, una eficaz adaptación contemporánea que transcurre en un instituto norteamericano con un desconocido actor neoyorquino nacido en Harlem, Mekhi Phifer, y Josh Hartnett en el papel de Yago.

El último Otelo representado en Madrid —hasta este otoño de 2013— fue con adaptación de Yolanda Pallín y dirección de Eduardo Vasco: aciertos e incomprensibles añadidos personales, presuntamente modernos, que desvirtúan enormemente la obra original, con muy buenos trabajos de Daniel Albaladejo, Cristina Adua y Arturo Querejeta.

Este Otelo con Olivier es una admirable función teatral que, llevada al cine, aprovecha numerosos matices que el espectador de teatro no puede abarcar ni siquiera asistiendo varias veces. Entre sus mayores hallazgos: la envolvente atmósfera lograda con las voces de los actores y la musicalidad de la palabra. En ningún momento se recurre a una banda sonora externa. Es teatro puro. Y desde luego fascina la interpretación de Laurence Olivier, con una elaboración tan profunda que nos arrastra en su desesperación y en el trágico final nos desbarrancamos con él, preguntándonos si hubiéramos podido salir airosos de semejante infamia padecida.

Acertada armonía escénica y cinematográfica de la única obra importante de Shakespeare en la que el espectador es informado constantemente de lo que Yago va tramando, y lo convierte en un ser impotente que nada puede hacer para impedir que el genio de la guerra caiga prisionero de su propio temor a ser burlado y esclavizado por el desprecio de quien ama.

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