Demoliendo valores obsoletos
Por VÍCTOR MORA GASPAR
The Fall muestra de forma impecable la clásica estructura policíaca, pero destaca especialmente por insertar en su trama de investigación criminal cuestiones de género muy avanzadas. Gillian Anderson da vida a Stella Gibson, una mujer por encima de la convención moral.
Aún estamos a la espera de la segunda temporada de la serie británica The Fall, en la que la detective superintendente Stella Gibson le anda pisando los talones a un perverso asesino en serie, que comete retorcidos crímenes sexuales. Y aunque la nueva temporada se hace de rogar, es una noticia inesperada el hecho mismo de que se realice. La serie ambientada en Belfast estaba inicialmente concebida para nacer y morir a los cinco capítulos; el éxito de audiencia ha hecho el resto.
Gibson es requerida para enfrentarse a esta extraña serie de asesinatos de mujeres cuyas características comunes no son casuales: cualificadas, triunfadoras e independientes. Sin embargo, no son objeto del odio del asesino, sino de su perturbado deseo sexual. Son maquilladas, vestidas y colocadas en una postura determinada para ser asfixiadas y fotografiadas por Paul Spector, personaje con el que estamos familiarizados desde el principio.
El asesino, magistralmente interpretado por Jamie Dornan, es nuestro amable y atractivo vecino de al lado; que tiene esposa y dos hijos pequeños, que trabaja como voluntario en una suerte de teléfono de la esperanza y que lleva una vida sencilla. Lo único que hace diferente a Spector es su intimidad, parcela que decora con siniestros bocetos de lo que serán sus próximas fotografías y para las que necesita nuevas víctimas. Esta cadena que relaciona deseo sexual, estética y perversión criminal, conduce a Spector de forma obsesiva hasta conseguir su objetivo, siempre en la cara B de su vida, y manteniendo intacta la A (familiar y modélica).
Es interesante el trabajo de Bronagh Waugh, que interpreta el papel de Olivia Spector, esposa del asesino, que permanece ajena a las actividades de su marido y se nos muestra también como el ejemplo perfecto de la normalidad, de una “cualquiera”.
Frente a esta normalidad convencional y familiar, la detective superintendente Gibson se revela en su entorno de trabajo como una mujer absolutamente opuesta. La brillante interpretación de Gillian Anderson muestra una gélida e implacable detective. Una reina del hielo que corta como el filo de un hacha cualquier atisbo de doble moral o de machismo.
Gibson no pertenece a la convención moral y lo sabemos desde el principio, desde que nombra a una sociedad tribal (que conoce por sus estudios de antropología), en la que son las mujeres quienes hacen uso sexual de los hombres.
Es independiente como marca, es decir, sencillamente no está interesada en la convención social de la pareja. Por encima intelectualmente del resto del equipo, Gibson castiga con una violenta vehemencia verbal a quién se atreve a juzgar moralmente a las víctimas, cuando se hace además desde la condescendencia. (Su juicio moral no es relevante para el caso. ¡De ahora en adelante guárdese su puta opinión!)
Durante la primera temporada asistimos a un encuentro sexual de Gibson, cuyo desarrollo resulta tan desconcertante como revelador de su personalidad; pero lo verdaderamente adictivo es la lucha de fuerzas entre criminal e investigadora.
Conforme avanza la serie la distancia entre ambos se va haciendo más pequeña hasta que, en el último capítulo, llegan a mantener una conversación telefónica.
La tensión se dispara en The Fall, porque el caso de Spector y Gibson es un reflejo de la hiriente violencia soterrada en las rígidas estructuras tradicionales, y lo más interesante es su novedosa postura al respecto.
Hay quien opina que la televisión es el nuevo cine, y no hay duda de que los discursos narrativos en la pequeña pantalla están marcando la diferencia. Para resolver esta tensión de género, y esta trama de thriller psicosexual, habrá que esperar al estreno de la segunda temporada.