Erasmo de Rotterdam: "Los que están más lejos de la felicidad son aquellos que más cultivan el saber"
Por Ignacio G. Barbero.
No son buenos tiempos para la reflexión filosófica, para el reconocimiento de su fundamental importancia a nivel espiritual, social y político. Los que nos dedicamos a esta labor, los que amamos sus pormenores, cada vez tenemos menos lugares de influencia que habitar; nos estamos viendo relegados a un hábitat marginal, meramente decorativo, en el ámbito cultural. Muy duro es asumir este hecho, pues uno pone lo más elevado que hay en él (su razón) al servicio de la realidad que le entorna, esforzándose por relegar los propios prejuicios y desvelar, con la lógica del análisis y la síntesis, lo verdadero y lo falso. Tarea de mucha valor y ningún precio en la que se yerra sin cesar, pero que siempre aloja en sí la esperanza de un saber más racional, de un mundo mejor, porque aunque parezca quimera, es el pensador el que más “cerca” está de la vida, el que se la juega teóricamente en las distancias cortas de lo práctico (por mucho que la sociedad contemporánea se empeñe en creer exactamente lo contrario).
Erasmo de Rotterdam (1466-1536), uno de los padres del humanismo europeo, es un preclaro ejemplo de la libertad de pensamiento crítico. Su vasta obra, que influyó poderosamente en la literatura reformista y luterana, tiene en el Elogio de la Locura (o Elogio de la Estulticia) uno de sus principales focos de interés. Redactada con enorme ironía, sátira y erudición, en ella el pensador relata las ventajas de una vida estulta sobre una vida basada en la razón, ya que la estupidez o locura garantiza mucha más felicidad que la racionalidad propia de los sabios. Éstos, condenados a las preocupaciones éticas y teóricas que les torturan día y noche, no resultan útiles ni para ellos ni para los que le rodean. El retrato de todos aquellos que desprecian el trabajo filosófico por complejo y falto de humor, practicidad y vida es tan fabuloso como doloroso, porque desnuda las falacias de las comunidades de seres humanos que no permiten que aquél se manifieste -o no lo haga con toda su violencia-, como hacen las nuestras. Pobres sociedades son las que componemos, que no tienen un pensar crítico que las ampare, que las proteja de las inclemencias existenciales, que las salve de su injusticia crónica. En fin, pasen y lean:
“Y, lo repito una vez más, los que están más lejos de la felicidad son aquellos que más cultivan el saber, mostrándose por eso doblemente necios, pues , a pesar de ser hombres, se olvidan de su condición y acumulando sus ciencias una sobre la otra pretenden emular a los dioses y declarar como los Gigantes la guerra a la Naturaleza, valiéndose de estos ardides, lo que demuestra que los menos desdichados son los que siguiendo su instinto se aproximan más a la sandez y cualidades de los brutos y no intentan nada que esté por encima de la condición humana, y voy a demostrar este aserto aunque no ciertamente valiéndome de los entimemas de los estoicos, sino con un ejemplo evidente que entre por los ojos.
Decidme, por todos los dioses del Olimpo, ¿es alguien más feliz que esos hombres a quienes todos llaman locos, necios, imbéciles y sandios, epítetos que son, a mi entender, los más honrosos? A primera vista, esta afirmación quizá parezca desatinada y absurda, y sin embargo, es verdadera, porque estos seres se ven libres del temor de la muerte, lo cual, ¡por Júpiter! , no es pequeña ventaja; no son capaces de sentir remordimientos; no sienten el terror por los aparecidos; no se espantan de fantasmas ni de duendes, no se inquietan por los futuros males, ni les anima tampoco la esperanza de venideros bienes; en una palabra, no están esclavizados por el sinnúmero de preocupaciones que atormentan la vida de los demás. Por nada se avergüenzan, no tienen respeto, ni ambición, ni envida, ni celos y, por últimos, si son tan estúpidos como los brutos, tienen el galardón de la pureza, pues según los teólogos sobre ellos no recae el pecado.
¡Oh, estulto filósofo! Medita ahora todo lo que te digo y considera los cuidados que te torturan día y noche; calcula las molestias que constantemente te inquietan y comprenderás al fin los muchísimos males que ahorro a mis amados necios. Y no solamente es que ellos se diviertan, jueguen, bromeen, canten y rían a todas horas, sino que llevan consigo el placer, la diversión, la alegría y la broma, que transmiten a los demás, como si hubieran recibido esta virtud por especial indulgencia de los dioses para disipar la tristeza de la Humanidad. De esta forma, mientras los otros hombre inspiran a los demás afectos muy distintos, los míos son muy bien recibidos, siempre con agrado, como si se tratase de antiguos camaradas, y considerándolo como amigos los buscan, los regalan, los alimentan, los festejan, los protegen y les perdonan todo lo que dicen y hacen. Nadie intenta causarles daño.
Los grandes y los reyes son tan aficionados a mis protegidos que muchos no pueden comer, ni pasear, ni vivir un sólo instante sin sus bufones, y con frecuencia los prefieren y los colocan muy por encima de esos austeros sabios que por vanidad sostienen a su costa. El motivo de esta preferencia no puede ocultarse ni sorprender a nade, ya que los sabios, engreídos con su saber, no hablan a los príncipes más que de cosas tristes y con frecuencia “con la verdad mordaz hieren los oídos delicados”, en tanto que los sandios bufones, al contrario, procuran a los príncipes lo que ellos desean sobre todas las cosas y buscan con tanto afán: los pasatiempos, las alegrías, las risas y las distracciones, y además hay que tener en cuenta la calidad de estos necios de ser siempre francos y sinceros, porque, ¿hay algo más admirable que la verdad? (…) Afirma Eurípides que “el loco no dice más que locuras”, lo cual ha quedado entre nosotros de proverbio. Es cierto que en el loco su corazón, su cara y sus labios están siempre de acuerdo. En cambio, los sabios, según las palabras del mismo Eurípides, “tienen dos lenguas: una que dice la verdad y otra que dice lo que le conviene”. Para ellos lo que hoy es es blanco mañana es negro y con la misma boca soplan lo frío que lo caliente, porque hay una gran diferencia entre lo que ellos interiormente piensan y lo que dejan traslucir sus palabras.”
Hace aproximadamente 6 años, compre el libro Elogio a la locura en una venta de libros usados. Soy de las que busca esas “rarezas” que el común de los lectores aparta por no ser llamativo o de fácil lectura. En cuanto leí(siempre al azar)uno que otro párrafo, Erasmo me atrapó con su sátira.
Fui compañeros inseparables por unos 2 años. !Le debo tanto a éste libro¡. Me ayudo a aclarar mi perspectiva, apartándome de conceptos, para visualizarlos a la distancia y poder así, armar mi rompecabezas.
Definitivamente, recomiendo leerlo pero, no es lectura para flojos.
Hacen falta hombres como Erasmo y que gobiernen el mundo donde puedan llevar a cabo sus ideas , tenemos unos insaciables que viven imponiendolo casi todo me gusta el libre pensamiento y desprecio el fanatismo