Ruido de cañerías
Ruido de Cañerías, Luis Gutiérrez Maluenda, Editorial Alrevés, 255 páginas, 17 €.
Por Juan Laborda Barceló.
Nos encontramos ante la tercera entrega de las aventuras de un detective un tanto especial, Atila. Podríamos decir que este tipo corrosivo y descreído es el nuevo paradigma del investigador privado. Sería un trasunto nacional del clásico Marlowe o Hammer, pero más imbricado en la realidad catalana de nuestros días. Además de una muy mala leche autóctona, posee un cinismo ácido y duro, como si fuera una piel de serpiente. Se agradece mucho la hiel de resonancias patrias, pues la fuerza dialéctica anglosajona de otros personajes del ramo, a veces, se diluye entre las regulares traducciones y las ironías extranjeras.
Atila no oculta sus flaquezas, sino que las muestra con literario acierto para el regocijo de los lectores más viciosos. Es un bebedor compulsivo, cuyo propósito de enmienda es escaso (y siempre relacionado con la calidad del whisky a consumir), tiene mal carácter, y por si fuera poco, un atroz temor al compromiso, producido por unas bien justificadas malas experiencias previas. Sería castizo si fuera madrileño, pero es del Rabal, el barrio que le vio crecer.
En esta novela, Atila recibe en su despacho, es decir, un locutorio del barrio, un encargo especial. Debe buscar los trapos sucios de un político local. Los trabajos malintencionados y excesivamente bien remunerados son el paradójico campo de juego de cualquier “sabueso” que se precie. El problema llega, como es lógico después, cuando debe cerrar la carpeta de aquel caso que huele mal. Ahí surgen dos posibilidades opuestas, apartar el tufo a podrido con el olor del dinero contante y sonante o arriesgar el pescuezo para llegar al fondo del asunto. Atila nunca desprecia el aroma del peculio honradamente obtenido, pero tampoco deja de husmear donde lo cree oportuno, entre las miserias de las corruptelas políticas, las relaciones de éstos con organizaciones aparentemente benéficas y las entidades que existen tras los clubes de fútbol. Sin olvidar asesinatos salvajes y escasamente investigados por una policía que, como suele ocurrir, está más interesada en asuntos de otra índole. Vamos, que no se van a aburrir con las letras de Luis Gutiérrez Maluenda. Muestra de lo dicho anteriormente son afirmaciones tan jugosas como esta: “Yo no sirvo a nadie, simplemente cambio una parte de mi integridad moral por un poco de dinero”
Las esperpénticas descripciones de lugares y tipos, aún siendo ficcionales, parecen un reflejo de nuestra sociedad y, desde luego, de nuestra vergonzante clase política. Esa es, una vez más, la grandeza de la novela negra actual. Es capaz de criticar situaciones reales entre tramas de asesinatos y ajustes de cuentas.
Atila, a pesar de su dureza y cinismo, tiene concesiones de lo más poéticas, muy necesarias en un personaje tan prosaico. Sólo encuentra unos precarios períodos de paz en los brazos de Valentina, “lo más parecido a la mujer de su vida que hay en su vida”. Lo cual, en realidad, arranca otro matiz más a este fascinante personaje. No se lo pierdan.