Walden
Walden. Henry David Thoreau. Traducción de Marcos Nava García. Errata naturae. 360 páginas
Por Pilar Adón
El 4 de julio del año 1845, coincidiendo con la celebración del Día de la Independencia estadounidense, el filósofo, escritor, agrimensor y carpintero («tengo tantos oficios como dedos») Henry David Thoreau se fue a vivir cerca del lago Walden, a una cabaña de madera que él mismo había construido. Su propósito era el de«vivir deliberadamente […] y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido». Pasó allí dos años y dos meses solo, con alguna visita esporádica de curiosos y amigos, escribiendo, extrayendo el máximo de los pequeños sucesos, atendiendo a los sonidos de la naturaleza, odiando el ruido que hacía el paso del ferrocarril, cuyas vías se extendían a poca distancia de su cabaña,y, sobre todo, viviendo y disfrutando de cada segundo de vida, de cada descubrimiento, de cada lectura y de su soledad. Vivió con pocas cosas, llevando a la práctica la que fuera la norma principal de su filosofía: «¡Simplicidad, simplicidad, simplicidad!», aunque siempre consciente de que su proyecto no era el de convertirse en un ermitaño aislado del mundo (él mismo declaraba que no era ese su carácter), por lo que acudía con frecuencia a la casa familiar para comer y a la ciudad para pasear y enterarse de las últimas noticias acaecidas cerca y lejos.
«Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, a orillas de la laguna de Walden, en Concord, Massachusetts, y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos…» Así comienza Walden, y con esa misma claridad expositiva, con ese mismo ánimo relajado pero vigoroso, continúa la propuesta que Thoreau nos plantea en su libro más célebre e influyente, que en los últimos meses ha dado pie en nuestro país a una importante sucesión de comentarios y reseñas en lo que ha venido a ser una «fiebre Thoreau» propiciada por la publicación por parte de distintas editoriales de, entre otras obras, sus diarios y su biografía en forma de novela gráfica. Una propuesta basada en la búsqueda de la verdad y la plenitud, una vida sencilla que ha de tener como fundamento la naturaleza y la contemplación de la misma, la lectura y la independencia de los modelos sociales imperantes, acompañada de una acentuada crítica al sistema económico de su época («El costo de una cosa es la cantidad de vida que hay que dar a cambio de ella»), al desarrollo industrial y al enriquecimiento a toda costa. «Disfruta de la tierra, pero no la poseas», decía Thoreauen clara alusión a su teoría de que son las cosas las que poseen a su propietario y no a la inversa.
La suya era una ciencia que requería de una práctica inminente, y el lago Walden se convirtió en la representación real y a pequeña escala, a una escala accesible para el escritor y sus lectores, de su doctrina. El lago fue el tazón en el que Thoreau dejó flotar sus ideas y, a la vez, la imagen perfecta y personal a partir de la que empezar a conocer y a teorizar.Además, Walden viene a ser la metáfora perfecta de los parajes naturales y vírgenes de todo el mundo. La adoración con que Thoreau contempla su paisaje, sus minuciosas observaciones, el máximo cuidado que pone en la descripción de las dimensiones del lago, de su extensión, su fauna, su fondo, etc., y las críticas a las posibles explotaciones de sus aguas vienen a preconizar la figura del conservacionista auténtico,reacio a consumir alimentos de origen animal porque ofenden su imaginación, que vive entre lo que ama y que lo defiende como algo que forma parte de sí mismo. Aquello de lo que proviene y a lo que está destinado.
A pesar de que muchos de sus pensamientos derivan de Emerson (no hay más que leer elemersonianoNaturaleza, que Thoreau había estudiado en Harvard, para comprobar que muchas de las ideas de este último derivan de las que ya expusiera Emerson en su famoso ensayo, como, por ejemplo, las referidas al origen del lenguaje o a la relación entre un solo día y las estaciones del año: «La noche es el invierno, la mañana y la tarde son la primavera y el otoño, el mediodía es el verano»), existe un factor esencial en Thoreau que no aparece en los escritos de su mentor. Y no se trata de su común estilo expositivo, en ambos más literario que filosófico,alejado de los formalismos y rigores académicos (Borges consideraba a Emerson uno de sus escritores de cabecera), sino de la pasión y de las dosis de franqueza y autenticidad que salpican cada línea de Walden. El fervor de Thoreau por los árboles, por los pájaros, por los hombres libres y, sobre todo, por la verdad, es un fervor descomunal, adictivo. Fascinante y cautivador. Tanto que resultó enormemente influyente en decenas de jóvenes que, atrapados años después por esa poética dela salvación, la sencillez y la autenticidad, decidieron dejarlo todo y perderse en lo salvaje, a veces con consecuencias trágicas como en el caso de Christopher McCandless, que pareció olvidar que Thoreau vivía en unas tierras que pertenecían a Emerson y que podía ir a su propia casa a comer cuantas veces quisiera.
Walden es un libro adictivo también para los amantes del subrayado: cada frase alude a un pensamiento elaborado y cada párrafo conduce a la pausa y a la reflexión. Además, esta excelente edición anotada de Errata naturae, con una magnífica traducción, invita aún más auna lectura de vocación lenta y concentrada.Leamos Walden una y otra vez. Subrayemos sus páginas y sus frases en forma de aforismos («Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios»). Revisemos lo subrayado cuantas veces creamos necesario y recordemos de dónde venimos («¿No soy en parte hojas y materia vegetal?») y a qué tipo de ideal de vida deberíamos poder aspirar.