‘Nada tras la puerta’: decepcionante coproducción del CDN
Por Horacio Otheguy Riveira
Un trabajo frío y petulante, donde cinco valiosos autores españoles firman textos en los que no se les reconoce.
Inexplicable. Mucha gente con talento ha montado una función que parece hecha a base del “copia y pega” de artículos periodísticos con testimonios de víctimas de maltratos, guerras, torturas… con una puesta en escena muy elegante en la que un grupo de mujeres encarna a una serie de víctimas, mientras a un lado del escenario un trío de amigos disfruta del fútbol, con una que otra ironía del destino, como la marginación de un niño africano adoptado por familia española. Todo mal acompañado por el piano de un músico de primera. No hay por donde pillar tanto estropicio.
Hallazgo en el epílogo
Un mensaje social muy visto, reiterativo hasta el hartazgo en un texto farragoso, discursivo, con más monólogos que situaciones dramáticas interesantes. Y los actores luchando por abrirse camino en un contexto que no les ayuda, con una escenografía que intenta plasmar algo así como un bosque en el que se sumerge una especie de coro griego de muchachas bellas, elegantes, como recién salidas de un barrio pijo… con ambición de ayudar a los más desvalidos y montarse en el carro de la denuncia social.
Eso sí, menos mal que llega un epílogo estupendo por dos motivos igualmente emocionantes: por un lado la felicidad de que se termina la hora y cuarto que dura la función —y que parecía eterna—, y, por otro lado, el acierto poético; un fenómeno que a veces ocurre, el espectáculo arranca cuando termina: fantasmas torturantes para un pequeñoburgués abrumado por sus mensajes, por el angustioso dolor del que parecía alejado; un deambular por el escenario de seres aislados en su narcisismo, víctimas todos de un egocentrismo mortal. Pero ya es demasiado tarde: antes hubo muy poco; la pasión teatral se nos ha ido de las manos y nos deja con el corazón encogido, con el dolor de asistir a un esfuerzo inútil.
Pena de talentos en juego para nada
Y es una pena amarga para cualquier amante del teatro. Ha sido el peor trabajo que he visto en los muchos años que asisto a las producciones del Centro Dramático Nacional. Autores a los que he aplaudido con entusiasmo (por ejemplo, José Manuel Mora, Mi alma en otra parte; Borja Ortiz de Gondra, Duda razonable; Yolanda Pallín y sus múltiples versiones de clásicos, o la reconocida experiencia de Laila Ripoll y Juan Cavestany) presentan una serie de textos que, reunidos como un texto único, no alcanzan ninguna tensión dramática ni la menor emoción, ni siquiera expresando situaciones como el abuso sexual de una joven o la violación y dominio de una niña y de un niño en distintas circunstancias, presuntamente amparados por adultos, y guerras, violencia de diverso estrato… Todo desarrollado a partir de la nada feliz idea de monólogos concatenados sin rigor.
Más discursos pretenciosos y a ratos pedantes, con largas disquisiciones seudopoéticas, que eficaz elaboración de escenas, con el agravante de sonar todo a columnas de prensa mal hilvanadas.
Es tan pobre todo —y lamento muchísimo decirlo— que ni siquiera funciona la composición e interpretación musical de un maestro como Mikhail Studynov (profesor en escuelas de música con intensa carrera e importante colaborador en Elling, aquella maravilla que dirigió Andrés Lima con Javier Gutiérrez y Carmelo Gómez), quien se ocupa de un teclado en un rincón del escenario para crear una ambientación que acompaña malamente intentando crear una atmósfera melancólica que aumenta el sopor de la representación.
El misterio de la puerta ausente
Se trata de una función eminentemente femenina en la que las actrices se esfuerzan y a veces logran sensibles creaciones —en general poco creíbles—, con muy poco material para los dos actores. El mayor lucimiento corre por cuenta de Marta Larralde, Ángela Cremonte, Alfonso Torregrosa y Josean Bengoetxea.
Una espectadora salió bastante ofendida porque la función le había aburrido mucho y además no entendía el título, ya que en ningún momento se hace mención del mismo ni aparece puerta alguna. Bajando las escaleras acabó diciéndome: “¿Pero usted ha visto alguna puerta?”. Y no pude más que decirle: “Hay puertas y puertas, señora, lea lo que se dice en el programa y le va a gustar menos todavía”.
En efecto, en el programa de mano se describe una voluntad ideológica difícil de encontrar en la confusión escénica: “Nada tras la puerta es un título, una admiración o un interrogante. Hasta hace poco tiempo las fronteras-puertas estaban claras. Protegían y defendían nuestro estatus y calidad de vida. Dividían claramente el norte del sur. Eran puertas que se abrían fácilmente hacia el sur pero que resultaban difíciles de superar en la dirección inversa. Ahora las fronteras son trozos de tiza en el suelo. No evitan que se evadan riquezas económicas, culturales e intelectuales, ni que suframos hoy en Europa hambre, paro y pérdida de derechos elementales…”.
Nada tras la puerta
Autores: Juan Cavestany, José Manuel Mora, Borja Ortiz de Gondra, Yolanda Pallín, Laila Ripoll.
Colaboración en la dramaturgia: Hernán Zin.
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz.
Iluminación: Oier Ituarte.
Composición y música en directo: Mikhail Studyonov.
Dirección: Mikel Gómez de Segura.
Intérpretes: Josean Bengoetxea, Ángela Cremonte, Sandra Ferrús, Carolina Lapausa, Marta Larralde, Lidia Navarro, Alfonso Torregrosa.
Coproducción: Centro Dramático Nacional y Traspasos K (País Vasco)
Lugar: Teatro Valle Inclán. Sala Francisco Nieva.
Fechas: Del 20 de septiembre al 20 de octubre de 2013.
Antes de entrar a ver la obra me dí de bruces ya con «EL SUR» en la plaza de lavapies.
Ya dentro, nada más sentarme, el escenario me atrapó, como una tela de araña me envolvió atrayente. Elegante y sobrio me transmitió mil vivencias y sensaciones que a lo largo de la obra fueron alternandose en amor-odio-supervivencia.
Todavía se me hace un nudo en la garganta al recordar actitudes y dialogos de los interpretes. Qué dolor pensar que la realidad aquí sí que supera la ficción.
Magnífica interpretación, escenografía, vestuario y música. El piano, fiel reflejo de las situaciones, me supo a poco. En muchas ocasiones lo eché en falta, hubiera potenciado tantos instantes de desgarro y ternura…
Quizàs el comentario del señor Horacio es como el del catador de vino que da con todos los matices y sabores del caldo en una copa. Yo me encuentro entre los que pueden tomar un vino de año, crianza, reserva,…… y de distintas zonas. Mi concepto de lo bueno o lo malo esta en lo que me gusta, más o menos, no podría valorar las obras teatrales con su expresividad y, seguramente conocimientos y habilidades; esta obra, cuando menos, no me disgustó. Si algo tuvo es la crudeza y esto, muchas veces, no nos gusta.
Conste que, por lo que he visto,la obra lleva mucho tiempo en escena y yo, desde Barakaldo, otorgo mi ditirambo al trabajo de todos los actores que este hombre baja de nivel, así como a las que no nombra y al pianista.