61 Festival de San Sebastián: Día 5
Por David Garrido Bazán.
SAN SEBASTIAN 2013 – J05 – VIVIR ES FÁCIL CON LOS OJOS CERRADOS, QUAY D’ORSAY, GRAVITY
Hemos hecho la prueba: si le planteamos a cualquiera de los periodistas extranjeros acreditados en este Festival de San Sebastián por la forma en la que ellos ven el cine español, la mayor parte de ellos afirman sin pestañear que éste goza de una excelente salud. Y eso aunque no sean de los que frecuenten la excelente sección Made in Spain donde se muestran algunos – no todos – de los mejores títulos de la cosecha española del año. Todos tenemos que frotarnos los ojos: llevamos tres días consecutivos abriendo estas crónicas con una película española presente en la Sección Oficial. Y siempre para bien. Algo tiene que pasar, porque más distintas entre sí como que no pueden ser. A los llenos consecutivos en el Principal de Las Brujas de Zugarramurdi y Canibal vino a sumarse la estupenda ovación que se llevó la sorprendente Vivir es Fácil con los Ojos Cerrados, divertida, simpática y entrañable película de David Trueba ambientada en la España de 1966 que utiliza como pretexto una historia real: la presencia en aquel agosto de John Lennon en Almería rodando una película a las órdenes de Richard Lester (How I Won The War) mientras sopesaba su decisión de dejar The Beatles.
Tras una hilarante escena inicial que despertó no pocas simpatías e hizo que más de uno achinara los ojos buscando entre tantos niños perpetradores del inglés a Ana Botella y su ya inmortal relaxing cup of café con leche, la película cuenta como, en aquellos años grises, un profesor de inglés de Albacete que utiliza las canciones de los Beatles como método pedagógico adelantado a su tiempo, decide emprender marcha hacia el luminoso sur para encontrarse con su ídolo y, simplemente, hablar con él de ciertas cosas que le preocupan sobremanera, como si piensa abandonar Los Beatles o por qué demonios éstos se niegan a poner las letras de sus canciones en los discos, haciendo su trabajo mucho más difícil. Por el camino recoge bajo sus alas a dos adolescentes descarriados, una joven de 21 años embarazada en secreto y un chico de 16 que quiere huir del asfixiante ambiente familiar que tiene en casa y los embarca en su misión.
A veces la falta de pretensiones juega a favor de determinadas películas. Vivir es Fácil… es uno de esos casos: David Trueba pretende contar una historia muy simple de amistad y solidaridad en aquellos años y consigue ganarse la complicidad del público sobre todo gracias a un Javier Cámara en estado de gracia – hacía mucho tiempo que no le veíamos tan bien en pantalla – que borda su papel de profesor buenrollista. La película funciona con una facilidad desarmante y está repleta de momentos francamente divertidos que retratan un costumbrismo, el de aquellos años, en el que uno aun podía soñar con ese mundo que intuía pero que estaba aún muy lejos de nuestro alcance. Es en ese anhelo de vivir, en esas ansias de libertad y de disfrutar de cosas sencillas en las que Vivir Es Fácil Con los Ojos Cerrados (la frase inicial de tema Strawberry Fields Forever cuya composición la película atribuye a Lennon en aquellos años) consigue sus mejores aciertos. La humanidad que desprende, la facilidad con la que uno se encariña de esos personajes, esos diálogos ágiles y divertidos, todo hace que sea sencillo encariñarse con una película que, vale, corre el riesgo de parecer por momentos un trasunto posmoderno de Cuéntame, pero que funciona muy bien en pantalla. Tres de tres. Estamos que lo tiramos en lo que al cine español se refiere, oiga.
Sin embargo la jornada ha pertenecido por completo a Bertrand Tavernier. Al viejo zorro francés le ha dado por la sátira política y se ha decidido a adaptar Quai D’Orsay, un cómic de Lanzac & Blain de enorme popularidad en el país vecino y que tiene como blanco de su afilada ironía a un fatuo y algo descerebrado ministro de exteriores con parecidos más que razonables con Dominique de Villepin y a su equipo de asesores, a cual más incompetente, al que se incorpora un nuevo y prometedor talento que será encargado de supervisar el “lenguaje”. O sea, a reescribir una y otra vez los discursos del Ministro en los más diversos ámbitos tratando de adaptarse tanto a los peligrosamente cambiantes estados de ánimo y deseos del jefe supremo como de las presiones que recibe de los más diversos elementos de esa jungla despiadada que es el mundo de la alta política. Por no mencionar que la más mínima mención a una crisis exterior en las noticias hace que todo el discurso pueda cambiar de nuevo para adaptarse a las nuevas situaciones o las injerencias de poetas y escritores varios (amigos del Ministro, lameculos interesados) que siempre tienen a mano “sugerencias” para mejorar el estilo de cada discurso.
Thierry Lhermitte está simplemente sensacional en el rol de ese ministro esclavo de las citas de Heráclito y los marcadores amarillos, mientras que al otro lado del ring, un muy mesurado y responsable Niels Arestrup ejerce, como Jefe de Gabinete, de verdadero poder en la sombra llevando de la mano al ministro donde más le interesaría… si bien es cierto que este ejerce una notable resistencia. Pero no desde la construcción intelectual, sino desde la más insondable estupidez. Entre ambos se debate nuestro protagonista, un atribulado Raphael Personnaz que las más de las veces no sabe donde refugiarse ante tanta puñalada trapera o tantas zancadillas… Reírse en un festival es siempre cosa muy sana y si encima se hace de la mano de un Tavernier que ha querido emular para la ocasión los logros del gran Armando Ianucci de In The Loop o la serie Veep, la cosa se convierte en algo de lo mas irresistible: el grado de estupidez supina que se puede llegar a alcanzar, algunos gags que por memorables no importa lo más mínimo que resulten reiterativos – lo de los papeles volando y los portazos al paso del huracán que es ese energético Ministro de Exteriores funciona todas y cada una de las veces – o algo pasados de vueltas.
Lo peor (o quizás lo mejor) de todo es que uno tiene la sensación o mejor dicho la certeza de que más de un Ministerio de alto nivel de cualquier país de Europa (no digamos ya España con la tropa que nos gobierna) puede ser perfectamente tal y como lo describe con infinita mala leche y cínica crudeza Bertrand Tavernier. Ante lo inane de la Sección Oficial hasta ahora no es de extrañar que Quay D’Orsay haya sido recibida con gran alborozo y empiece a despuntar favoritismos entre la prensa de cara al palmarés. Algo que no estaría nada mal, pues no dejo de pensar lo fantástico que sería contar con una serie así en España… Ya, lo sé… pero déjenme soñar en paz que también es bonito. Y gratis.
Esto que voy a decir ahora va a sonar un poco extraño, pero lo cierto es que de vez en cuando necesitamos que se nos recuerde por qué amamos el cine. O mejor dicho: necesitamos recordar cómo y de qué forma empezamos a amar el cine. La respuesta está, como tantas otras cuestiones, en la infancia, cuando de repente un día miramos una pantalla y vimos en ella algo que no solo no habíamos nunca visto antes sino que ni tan siquiera nos imaginábamos que existiera, algún espectáculo prodigioso que nos hiciera amar esa experiencia y querer reproducirla una y otra vez de miles de formas distintas. Viene esto a cuento del enorme impacto que ha generado Gravity, el impresionante thriller espacial que nos ha presentado Alfonso Cuarón con George Clooney y Sandra Bullock como dos astronautas a la deriva a 600 km de la Tierra cuando un accidente provoca la destrucción del transbordador espacial en el que viajaban.
Lo primero que a uno le viene a la cabeza cuando piensa en Gravity es que nunca ha vivido una experiencia semejante. Alfonso Cuarón y su cómplice habitual el director de fotografía Emmanuel Lubezki consiguen, fíjense bien en mis palabras, que uno vea algo que nunca antes se había visto en una pantalla. Porque aventuras espaciales hemos visto muchas, pero meternos de esa forma en la piel de esos dos astronautas durante toda esa odisea en el espacio – y no, el guiño cinéfilo no es un chiste gratuito: Cuarón, como Kubrick, está ensanchando las fronteras del cine – resulta algo un espectáculo tan deslumbrante que uno de repente recuerda de golpe por qué se enamoró del cine en primer lugar. ¿Suena exagerado? Puede. Pero este cronista, que tiene ya muchos años y muchas películas a sus espaldas, ayer no hacía otra cosa que pensar, mientras disfrutaba de las vistas de la Tierra desde el espacio y sufría la tensión casi física de la lucha por la supervivencia en un soberbio y bien aprovechado 3D, que lo que estaba experimentando debía ser algo muy parecido a aquello que hizo que cuando era pequeño empezara a amar el cine para siempre. Eso, sobre todo en el marco de un Festival de Cine, resulta una experiencia impagable. Olvídense de la verosimilitud, de mis amigos los realistas que decía el añorado Azcona. Carece de importancia si lo que se ve en pantalla tiene o no una base real. Lo que importa es el viaje, la experiencia, la tensión, la angustia, acompañar a Sandra Bullock en su odisea, sufrir y alegrarse con ella. Puro cine.