61 Festival de San Sebastián: Día 3
Por David Garrido Bazán.
SAN SEBASTIÁN- 2013 J03- LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI, MON ÂME PAR TOI GUÉRIE, GLORIA
El cine de Alex De La Iglesia siempre ha tenido fervientes partidarios y furibundos detractores. No es algo nuevo, precisamente: es algo común cuando uno pertenece a esa raza de cineastas personales, libres y con un reconocible universo propio que ha alcanzado el suficiente estatus como para hacer básicamente lo que le dé la gana sin atender a poco más que lo que le pide la víscera. Y digamos que la víscera de Alex de la Iglesia está bastante inflamada en los últimos años como sabe bien quien viera en su momento Balada Triste de Trompeta. Los que nos sentamos en el Principal a la espera de ver Las Brujas de Zugarramurdi sabíamos que íbamos a estar delante de una nueva comedia frenética, brillante y excesiva. Y el realizador vasco no solo respondió a las expectativas sino que las desbordó. Por los dos lados.
Digámoslo claro: Las Brujas de Zugarramurdi es un desmadre. Pero resulta irresistible de puro delirante. La historia de estos tipos que atracan un Compro Oro vestidos como estatuas vivientes, secuestran un taxi para ir al norte y se topan con unas brujas vascas con poderes que pretenden despertar a su diosa para sojuzgar a la Humanidad es algo que resulta incluso difícil de escribir para cualquier cronista desde la sinopsis. No digamos ya entrar a analizarlo. El mejor consejo que se le puede dar al futuro espectador que quiera disfrutar de la gozosa celebración de lo freak que ha parido De La Iglesia es que deje los prejuicios en la puerta del cine. Porque si no lo va a pasar ciertamente mal. Dicho esto, servidor es que ya desde los tiempos de Acción Mutante y El Día de la Bestia sintoniza plenamente con el sentido del humor negro, cafre y costumbrista que destila su cine. Sé a lo que atenerme cuando se trata del cine de De La Iglesia y entro en su juego por completo, por delirantes y extraños que sean los caminos que recorren. Y créanme que el vasco se pasa varios pueblos en esta película desmadrada en la que, eso si, su imaginería visual sigue tan potente como de costumbre, reforzada incluso por la alegre complicidad de un reparto entregado por completo a la causa, ya sean los de nuevo cuño como Hugo Silva o Mario Casas – éste último especialmente acertado como ese segurata de no demasiadas luces y buen corazón – o los compinches habituales Terele Pávez (terrorífica), Carmen Maura o Santiago Segura.
Nada nuevo bajo el sol: los detractores habituales de Alex de la Iglesia encontrarán en las flaquezas argumentales de Las Brujas de Zugarramurdi y en el exceso circense de su desmadradísimo tercio final munición suficiente para seguir disparando sus armas. Y los que amamos esos excesos y consideramos que Alex es mucho más fiel a sí mismo (y quizás por ello un cineasta genial y único) cuanto más se desmelena y más rienda suelta da a su negrísimo y provocador sentido del humor, saludaremos con gozo el presumible éxito en taquilla de su nueva frikada y, como los niños grandes que somos, nos compadeceremos un poco de aquellos a los que su rigor les impide disfrutarlo en la misma medida. El camino del exceso tiene en el cine de tan inclasificable cineasta un punto gozoso que lo hace irresistiblemente atractivo. Y divertido. Que viva el placer culpable.
François Dupeyron ya ganó hace unos años la Concha de Oro a la Mejor Película con C’est Quoi la Vie? En esta edición se ha traído bajo el brazo una película, Mon Âme Par Toi Guerie (algo asi como Mi Alma Curada por Ti) en la que Fredi, un hombre simple de buen corazón- inmenso, en todos los sentidos, Gregory Gadebois – recibe de su madre al morir ésta el don de poder curar a los demás con una simple imposición de manos. Lo que viene siendo un curandero de los que sacan la pasta a los desesperados, pero en serio. Deprimido por su fracaso personal y profesional y atrapado por la culpa tras haber atropellado por accidente a un niño y dejarlo clínicamente muerto, la paradoja de su situación es palmaria pero no por ello menos efectiva: Fredi puede curar a los que le rodean pero ese don le resulta imposible para curarse a si mismo de los múltiples problemas que le amargan la existencia o solucionar la vida de aquellos que, a su alrededor, se empeñan en joderse a sí mismos como solo los seres humanos somos capaces de hacer.
La propuesta de Dupeyron es sobre el papel atractiva. En pantalla quizás no tanto. Pese al indudable talento visual y narrativo de su director y a las estupendas interpretaciones no solo de su protagonista sino de secundarios solventes como Jean Pierre Darrousin o Celine Sallette, hay algunas decisiones un tanto discutibles que hacen que el conjunto se resquebraje un poco, especialmente en un tramo final un tanto complaciente, resuelto con excesiva premura y lo que es peor, que provoca cierta sensación de cobardía o falta de coherencia del director con lo narrado hasta entonces. Ni mucho menos es una mala película: muy a contrario no carece de atractivos. Pero quizás habría merecido una resolución a la altura de su planteamiento, como ocurre tantas veces.
La Perla del día fue la chilena Gloria, una película que venía de Berlin con el merecido premio a la Mejor Actriz bajo el brazo para su absoluta protagonista Paulina Garcia, que interpreta a la Gloria del título, una divorciada de 58 años que pelea de forma denodada por mantenerse activa y encontrar el amor que le ofrezca un motor a su vida. La película de Sebastián Leilo resulta de lo más recomendable, aunque solo sea por la sensación de justicia que supone colocar en el centro de su narración a una de estas mujeres a las que el cine – y por desgracia también la sociedad – suele considerar invisibles. Resultan conmovedores sus esfuerzos por mantenerse a flote tanto en una relación con otro separado dominado por la dependencia que sus hijas tienen de él como con sus propios hijos, el uno despreocupado y la otra tan harta de su país que decide buscarse la vida en Suecia. Cínica, afilada, divertida en muchos momentos y llevada de forma muy inteligente, Gloria probablemente sea una de las propuestas más redondas que veremos en Donosti este año. Merece la pena. Incluso cuando uno tenga que soportar la insufrible canción que de forma inevitable atrona en los títulos de crédito finales. Aunque a juzgar por los muchos periodistas que la tarareaban a la salida, eso podría considerarse un valor añadido.
Estás en forma, compadre
Grandes crónicas del Festival. Ya estoy esperando la cuarta.