Roberto Zucco: el asesino que todos merecemos
Por Horacio Otheguy Riveira
Buena puesta en escena de una obra inspirada en un asesino en serie italiano de los años 80 del pasado siglo.
Bernard-Marie Koltès fue un autor que murió de sida a los 41 años, y a partir de allí cosechó una fama inmerecida. Esta es su obra más completa, en la que la realidad y su tensión poética intentan emular algo del gran teatro psicológico del siglo XX. Sólo lo consigue a ratos. Los textos que conozco me parecen borradores bien intencionados, apuntes por momentos fascinantes, siempre prometedores (La soledad en los campos de algodón, Combate de negros y de perros…), hasta llegar a esta, póstuma, considerablemente mejor, aunque igualmente por debajo de sus promesas. Un autor que parecía escribir un teatro para que directores creativos completaran un discurso confuso.
En esta representación resulta paradójico que el actor protagonista sea Pablo Derqui, quien encarnó al hijo mayor de Willy Loman en la extraordinaria versión de Mario Gas de Muerte de un viajante, una obra maestra con una potente tendencia cinematográfica en su visión teatral —ya en 1949—, pues toda ella está organizada en torno al viaje exterior/interior de un hombre vencido por un sistema de vida despiadado.
La diferencia radical es que mientras Arthur Miller se confabula con sus personajes y los desarrolla con toda clase de elementos apasionantes, creando un personaje de ficción que representa a millones de hombres, Koltès desaprovecha la impresionante sucesión de hechos reales de Roberto Succo, para inventarse a un Zucco enamorado del acto de matar por matar en la piel de un bello muchacho sin calidad humana alguna. Un bello muchacho que escapa de la cárcel dos veces, y se pierde por calles donde encuentra gente diversa, panorámica social con papeles muy bien establecidos: padres indiferentes, un hombre que prostituye a su hermana, mujeres histéricas, policías torturadores…
Un muchacho que mata porque, para Koltès, es un héroe de nuestro tiempo:
“Aquel hombre mataba sin motivo alguno. Y es por eso que, para mí, es un héroe. Concuerda totalmente con el hombre de nuestro siglo, quizá también con el de los siglos precedentes. Es el prototipo mismo del asesino que mata sin motivo alguno”.
Ficción y realidad
Lo más interesante de esta obra (versión cinematográfica francesa en 2000, y representaciones en España en 1993 y 2005) es que el asesino no se explica, y su recorrido callejero se produce en un atractivo despliegue más característico del cine que del teatro, muy bien resuelto en esta puesta en escena en la que destaca el ritmo electrizante, la atmósfera de crimen y misterio, y la fluidez de acontecimientos.
Lo menos interesante es que al final del camino uno se queda con la certeza de que es mucho más rico el personaje real que el de esta versión de un psicópata que ha devenido en seductor con muy pocos elementos de juego, salvo la muy interesante relación que mantiene con una menor ingenua a la que su familia desprecia con falsa acusación de haber sido violada, finalmente prostituida por su hermano, y a la que el bárbaro joven no toca un pelo.
Este Zucco asexuado se erige como asesino de personas que no merecen vivir porque carecen de la menor trascendencia o resultan de un histerismo siniestro, como su propia madre o la mujer que toma como rehén después de matar a su hijo “porque me dijiste que era un mocoso de mierda”, y ella que no le odia, que quiere permanecer a su lado, viajar con él, y quizás amarle. En realidad es un criminal que nos mataría a todos como si todos fuéramos responsables de ese vacío incongruente propio de una sociedad en descomposición.
Sin embargo, hay valiosos datos reales que el autor desaprovecha por afán narcisista. Por ejemplo, el auténtico veneciano Roberto Succo, de 19 años, mata a sus padres porque se negaron a prestarle el coche. En la misma noche se carga a un policía. Le detienen, pero pronto escapa de la prisión y se esconde en Francia. Recorre muchos kilómetros dejando una ristra de asesinatos hasta que vuelve a ser encerrado, esta vez en un psiquiátrico. A los cinco años se fuga otra vez para aplicarse como ladrón, violador y asesino, lo vuelven a detener y se suicida en la celda. Había sido considerado enemigo público número uno en tres países.
Aun muy resumida, la historia real es mucho más inquietante que esta ficción a todas luces superficial ante la que hay que hacer un gran esfuerzo para justificar el vaivén de personajes convencionales mientras el ídolo romántico corre, mata, parece filosofar, busca pelea, vuelve a correr… hasta arrojarse al vacío, afanado por ser un personaje trágico, cuando en realidad deviene en un chaval con encefalograma plano e impulsos destructivos.
Dos hombres encerrados en el Metro
Acaso la valía de la obra de Koltès se encuentre en una sola escena que transcurre de noche en el andén de un Metro sucio ya cerrado. El asesino se sienta junto a un hombre viejo y angustiado que le pide ayuda para salir de allí. Estos minutos representan el transcurso de unas horas en las que dos desconocidos se dejan llevar por una comunicación insólita; palabras sencillas, algún tartamudeo, y algo de silencio; les une una rara confianza, una paz misteriosa, y a sus espaldas, en la pared, la foto de Zucco reclamado por la policía.
Flota entre ambos la soledad que les aísla y les abraza sin tocarse. Flota entre ambos la mínima solidaridad imprescindible para no morir: una ternura que se desliza con la suavidad de emociones desnudas, carentes de tensión y dobleces, en medio de la estridencia de la vida cotidiana. Y los espectadores temiendo lo peor.
El resto está plagado de lugares comunes, aunque parece trascendente gracias a la bien estructurada puesta en escena de Julio Manrique, con un reparto de gran eficacia en el que siete actores interpretan a una veintena de personajes.
Entre todos crean el Roberto Zucco que admiran y que yo no encuentro por ninguna parte, quedándome con la impresión de que aún nadie se ha ocupado como debiera del Succo veneciano que empezó matando a los 19 años tras una vida de clase media normal y corriente: una reacción de permanente actualidad, ya que cada vez abundan más estos perfiles masculinos que crecen en sociedades complacientes y de pronto matan en serie o a mansalva; así en Estados Unidos (donde se ha creado una industria cinematográfica y literaria con el arte de matar por bandera), o pacíficos países como Suiza, Finlandia o Noruega. Un círculo terrible que no hace más que crecer.
Hay en esta versión muchas calidades que me gustaría ver en empresas más interesantes. Es muy buena la escenografía y el espacio sonoro, así como la utilización del formidable espacio de la sala, y junto a compañeros de reparto notables, el admirable trabajo de Pablo Derqui, quien convence con espléndidos matices, capaz de sugerir una personalidad seductora que no existe en la obra original.
Roberto Zucco
Autor: Bernard-Marie Koltès.
Traducción: Cristina Genebat.
Director: Julio Manrique.
Escenografía: Sebastià Brosa.
Iluminación: Jaume Ventura.
Espacio sonoro: Damien Bazin.
Vestuario: María Armengol.
Reparto: Pablo Derqui, Laia Marull, Andrés Herrera, María Rodríguez, Xavier Boada, Rosa Gámiz, Xavier Ricart, Oriol Guinart.
Lugar: Naves del Español-Matadero. Sala 1.
Fechas: Del 20 de septiembre al 13 de octubre 2013.