61 Festival de San Sebastián: Día 2
Por David Garrido Bazán.
SAN SEBASTIAN 2013 – J02 – PELO MALO, LE WEEKEND, LIKE FATHER, LIKE SON
En ocasiones ver una película en un festival se convierte en una especie de fotografía de su país de procedencia, lo cual está muy bien si el país en cuestión no te resulta familiar o si atraviesa por un momento particularmente convulso que hace interesante la reflexión que haga su director. Pelo Malo, la tercera película de la venezolana Mariana Rondón, responde a la perfección a esa descripción. La historia que cuenta, la de un niño de nueve años de extracción muy humilde cuya obsesión por alisarse su encrespado y rebelde es solo una de las señales de una homosexualidad latente muy temida por su madre en un país tan homófobo, puede que no resulte especialmente original. Pero el fondo de la misma, ese escenario donde se desarrolla, sirve para hacer una fotografía de la Venezuela bolivariana del entonces ya enfermo Chávez, un escenario donde la diferencia de clases sigue latente por más proclamas de igualdad y poder popular que se escuchen en las calles, donde los niños se acostumbran a tirarse al suelo del apartamento cuando escuchan las balas a su alrededor, donde ser diferente conlleva la marginación y el rechazo social de manera casi automática y donde los pobres siguen peleando con las armas que tienen para procurar a sus hijos no ya un futuro, sino un digno presente.
La historia, como digo, no resulta particularmente novedosa. La madre, una superviviente nata y dura, ve en su retoño esas señales quizás prematuras pero inequívocas y lucha contra ello. El chico, responsable y consciente, intenta conciliar sus deseos con aquello que se espera de él mientras aprende en la universidad de la vida. Su abuela quiere evitarle el destino trágico de su padre apartándole de la violencia por el método de estimular lo que sabe existente, aunque eso la lleve al enfrentamiento con su nuera. Y a su alrededor, en esos edificios de gente hacinada y escasa de recursos, se va creando esa imagen de Venezuela que imagino que no hará demasiada gracias a sus actuales dirigentes. Pero la excusa argumental de la película es demasiado liviana, se hace reiterativa y si a eso le sumamos que visualmente tampoco es que resulte nada original, acaba por revelarse insuficiente para evitar el tedio, por más que las interpretaciones del chaval Samuel Lunge y Samantha Castillo sean estupendas. Pelo Malo se configura así como una de esas películas “de festivales” que genera la sensación que no ha sabido explorar bien sus posibilidades quedándose en ese molesto terreno de la indiferencia. Ni resulta especialmente memorable ni tampoco es muy atacable porque es una propuesta de lo más correcta. Pero la corrección no es un valor en alza en los festivales de cine.
En un festival puedes enfadarte porque sí con una película que, a priori, debería tener los suficientes atractivos como para gustarte pero que, ya sea porque te pilla en un mal momento o porque simplemente no cumple tus expectativas, puede caerte francamente mal. Fue mi caso con Le Weekend, la segunda a concurso de hoy. Dirigida por Roger Mitchell con guion de Hanif Kureishi y protagonizada por dos pesos pesados como son Jim Broadbent y Lindsay Duncan, Le Weekend narra la historia de la escapada a París de uno de estos matrimonios de tan largo recorrido que están al borde del precipicio tras décadas de convivencia, de soportarse, de odiarse y quererse como solo pueden hacerlo los que llevan toda una vida juntos. La película arranca con cierta gracia, ya que el director de Venus se mueve en terreno conocido: diálogos afilados, química innegable, guerra de pullas curtidas en miles de sobreentendidos, choque frontal de caracteres e inevitable crisis ante el paso del tiempo, la desilusión y la amargura del que quiere reverdecer laureles o simplemente sentir de nuevo la vieja llama.
Sin embargo, pese a que Le Weekend no carece de atractivos y desprende cierta lucidez en su reflexión sobre el ocaso del amor, hay algo en ella de formulario, de ya sabido, que la hace tan previsible que uno puede anticipar todo lo que en ella va a ocurrir. Y aunque Broadbent y Duncan mantienen muy alto el listón interpretativo – al contrario que un Jeff Goldblum pasadísimo de rosca que interpreta a un fatuo escritor pagado de sí mismo que actúa como catalizador de la acción en ciertos momentos – tengo la sensación de estar asistiendo a algo ya visto muchas veces antes y mucho mejor contado. Me salgo de la propuesta con la misma facilidad con la que el personaje de ella cambia de idea a lo largo del metraje sobre el futuro de ese matrimonio y ni los guiños cinéfilos consiguen cambiar el rumbo de una película que sin duda se ve con agrado – es una seria candidata a Premio del Público – pero que a un servidor le provoca, y ya van dos seguidas hoy, una notable indiferencia.
Menos mal que la jornada la cerramos con una de esas Perlas de Otros Festivales que siempre pueden arreglarte el día. Sobre todo porque era jugar sobre seguro: cuatro veces van ya con ésta que el japonés Hirokazu Kore-Eda pasa por Donosti – debió ganar la Concha de Oro al menos dos veces: con Still Walking que se fue de vacío de forma incomprensible y con Kiseki, que ganó Mejor Guion – y la gente es tan consciente de eso que cada vez que el amable director aparece para presentar una película la ovación y el cariño del público resultan abrumadores. Si encima no tiene la presión de concursar, pues mejor que mejor. Like Father, Like Son es una más de sus películas con niños de por medio. En este caso niños intercambiados al nacer en un hospital cuyos padres son informados del fallo cuando ya tienen cinco años, dejando a su arbitrio la decisión de volvérselos a cambiar cual cromos o quedarse como están. O sea, una reflexión en toda regla sobre si la paternidad es una condición innata por sangre o es algo adquirido por la crianza de la criatura en cuestión. O ambas cosas. La película contiene todas las claves reconocibles del cine de Kore-Eda: pulcritud en la dirección, tempo pausado, encuadres milimétricos, esplendidas interpretaciones – sobre todo de las dos últimas adquisiciones de ese criadero de niños maravillosos que debe tener por ahí escondido en algún rincón remoto de Japón cuya existencia todos sospechamos – y emociones soterradas pero a flor de piel que surgen primorosas arrasando con todo cuando uno menos se lo espera hasta dejar al espectador al borde de la lágrima. O directamente llorando en una de esas lloreras buenas con las que uno se queda tan a gusto. Puede que sea algo más plana que otras joyas anteriores suyas, pero hasta una película menor de Kore-Eda resulta mucho más estimulante que la mayor parte de las películas que veremos en Donosti. Y a poco que uno sea padre o tenga ciertos conflictos no resueltos con el suyo, verá como esta película también le araña el corazón un poco.