Menos joven
Menos joven. Rubén Martín Giráldez. Zaragoza. Jekyll & Jill, 2012. 22 euros
Por Francisco Estévez
El año pasado cerró con un saldo positivo para la narración española. Entre el clásico bullicio y polvareda de los jóvenes novelistas hay signos claros de esperanza. Desgranar lo relevante resulta cada vez más complejo en este vertiginoso tiempo nuestro. De sobra conocidas son las razones, aunque la fundamental empieza a calar hondo. Todo el mundo ansía escribir, pero muy pocos leen; extraño si consideramos que sólo la lectura atenta produce buenos escritores. Sea como fuere, podemos despuntar sin temor entre estas voces nuevos valores como Jesús Carrasco, con su implacable y límpida Intemperie, Iván Repila y su simbólico envite, El niño que robó el caballo de Atila, o la catártica desmitificación de Rubén Martín Giráldez con Menos joven. De la hornada de jóvenes y confusos ecos, ellos destacan por tres cualidades claves en la escritura: esencialidad, deseo de trascendencia y búsqueda de mundo propio.
Menos joven se ciñe con exactitud al rito infalible de la escritura. Aquel por el cual la literatura, en vez de mostrar, realiza. Con taumaturgia de alquimista el autor embelesa al lector quien solo podrá abanicarse con celeridad en el frus-frus del paso de páginas.
El argumento nos traslada a un programa radiofónico de entretenimiento aparentemente infantil perpetrado por adultos. Allí se simboliza una compleja revisión de la antigua querella de viejos y jóvenes. Desacralización de la literatura ya que el protagonista Bogdano descubre haber recibido de su padre una “educación híbrida”: con tapas de clásicos escondía entre lecturas preceptivas obras muy menores, de cultura mal llamada “popular”. Esta sui generis herencia cultural pone sobre el tapete el problema de transmisión libresca a cuenta del canon. Bogdano cree leer a los clásicos cuando en realidad ojea baratijas.
Sabemos que la literatura es una gran tradición y sin conocer a los maestros difícil resulta empaparse del arte para escribir con voluntad de trascendencia. El resto, las más de las veces, es impostura y escritura en el vacío, en la inexistencia. Todo escritor se ve tarde o temprano obligado a posicionarse frente a la tradición para trazar, en su rechazo o aceptación, con su voz un nuevo círculo del árbol literario. Bogdano, carente de voz, tiene como sintomática excepción los improperios vociferados a la fraudulenta transmisión cultural, señal ineludible del hartazgo y confusión.
Como a todos nos ocurre, al protagonista “no le han sabido contar la realidad”. Este difuso concepto lo construimos entre todos y tiene distintas caras según la perspectiva, cultura, sensibilidad, etc. del observador. Bogdano somete al escarnio del “encabalgamiento” su educación. La parábola nos lleva al estudio de las palabras, de la transmisión cultural y libresca, es decir, del eco del pasado, como diría Sklovski.
Menos joven es atrevida y sugerente, rica en matices y reflexiones. A pesar de ello o, por encima de ello, admite una lectura ligera, pero no de corriente divertimento. Sin embargo, a este libro, al objeto material digo, le sucede lo que en él se narra. Recordemos la enseñanza de Juan Ramón Jiménez por la cual un mismo texto en distintas ediciones dice cosas distintas. El material físico de este libro se convierte simbólicamente en su propio contenido gracias la secreta portada que esconde, El peinado de Calígula, con tipografías de una prestigiosa editorial francesa. Y el lector, convertido ya en Bogdano, habrá de averiguar dónde reside el arte, si en la supuesta contracubierta o en el contenido del texto. Por ello debemos resaltar la esmerada edición de Jekyll & Jill, ya elegante marca de la casa editorial. Concita el aplauso por la coherencia en los detalles técnicos del libro que potencian más allá de las letras su propio contenido. Aunque el juego de tipografías que simula subrayados y glosas a lápiz en los márgenes es de sobra conocido aquí adquiere especial relevancia y sentido.
La historia ha sido contada por los clásicos y se seguirá contando… Pero la exquisita sensación de novedad introducida por Rubén Martín Giráldez delata una voz atrevida, genuina y con lecturas bien asimiladas. En fin, una golosina.