La gran familia española (2013) de Daniel Sánchez Arévalo
Por Jordi Campeny
Para que una comedia funcione, por debajo tiene que subyacer un drama sólido. El director español Daniel Sánchez Arévalo parece tener esta máxima tatuada en los recovecos de su cerebro y de su contagiosa sensibilidad. Sus películas combinan con eficacia y armonía la comedia (disparatada, hilarante y excesiva en algunos casos; contenida y precisa en otros) con trazos auténticamente melodramáticos.
En 2006 debutó en el largometraje con Azuloscurocasinegro, una estilizada y notable tragedia aderezada con precisos toques de buen humor. Este prometedor arranque le sirvió para seguir adentrándose en la pantanosa ciénaga del mundo del cine y, tres cortometrajes de por medio, presentó en 2009 su segunda película, Gordos; más ambiciosa, sombría, arriesgada e irregular. Dos años más tarde volvería con la excelente Primos (2011), una comedia costumbrista que hablaba de los jóvenes (hombres) de nuestro tiempo, de la pérdida de la inocencia, del amor que acaba y de las promesas de nuevos comienzos. Siempre constituye un auténtico placer volver a Primos, y vernos a nosotros mismos reflejados en estos personajes entrañables, cargados de sentimientos, patéticos, reales.
Sánchez Arévalo da un paso más en su carrera con La gran familia española, película emparentada con su predecesora, aunque va más lejos. Este sano y agradecible empeño por superarse le otorga a la cinta momentos brillantes -probablemente los más logrados de su filmografía- y otros de discutibles, excesivos, chirriantes.
La película nos presenta a una atípica familia compuesta por cinco hermanos y el patriarca, enfermo del corazón. El benjamín del clan ha decidido casarse, con 18 años, motivo por el cual la gran familia española se une para celebrarlo, justo el día de la final de fútbol de Sudáfrica. Durante este día de catarsis colectiva, los hermanos -con nombres bíblicos, tomados de la película favorita del padre, Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954)- se verán obligados a enfrentarse a ellos mismos, a sus sentimientos y miedos, jugando así un trascendental y particular partido; el más importante de sus vidas. ¿Ganarán? ¿Es mejor defenderse o atacar? ¿Cabe un lugar para la derrota?
Con estas premisas el director compone una película fresca, luminosa, atrevida y popular que encuentra sus mejores bazas en los momentos más íntimos y melodramáticos, y es precisamente en su parte cómica donde resulta más irregular y discutible.
La arriesgada fijación -marca de la casa- del cineasta por aunar géneros hace que la cinta funcione y tenga magia en muchos momentos; pero en cambio, hay otros, concentrados mayormente en su primera media hora, que pueden resultar excesivos y contraproducentes. El arranque del film no logra la armonía deseada entre géneros (comedia, melodrama e incluso musical); éstos se contraponen. Y saltan las alarmas.
Sin embargo, pasado el primer tramo, poco a poco los elementos se homogeneízan, la incertidumbre y las dudas se disipan, la ceja levantada por el asombro vuelve a su relajada posición y uno se deja llevar por lo que queda por venir; y por vivir.
Sánchez Arévalo traza, una vez más, con mimo, sensibilidad e inquebrantable amor por sus personajes, una mirada tragicómica a los varones de su generación y la siguiente; auténticos Peter Panes que intentan hallar su lugar en el mundo, con escasa -o nula- fortuna. Algunas veces logran mantenerse a flote; otras no hacen más que dar zarpazos al aire. Con ritmo ágil, excelente montaje, secuencias cortas, regusto indie y basculando continuamente entre la comedia y el drama íntimo, la película acaba proporcionando al espectador un baño de sensaciones sanas y limpias, reconocibles y tonificantes.
Es de justicia reconocer parte del mérito a su elenco de actores, entre los que destaca, una vez más, un estupendo -aunque contenido- Quim Gutiérrez.
Inspirado e inspirador Daniel Sánchez Arévalo, en definitiva. Uno logra perdonarle -y casi olvidarse- de su muy discutible primer tramo, puesto que se ha acabado entregando por completo a este torrente de emociones hilarantes y hondas, chispeantes y tiernas, livianas y con alma. Todo a un tiempo.
Entre la risa y las lágrimas acabamos sucumbiendo de nuevo al universo reconocible de Sánchez Arévalo y admitiendo que, sin apenas darnos cuenta, el director lo ha vuelto a hacer: ha metido un golazo, con estudiado efecto y trayectoria, directo a un rincón esencial de nuestras emociones.
La gran familia española se estrenó en España el pasado viernes 13 de septiembre