Viento de levante, Meigas silenciosas y Salamandras amarillas
Por MIGUEL ABOLLADO. Nos vamos de viaje.
Veo coches cargados de maletas y libros y bicis de montaña. Pearl Jam con los bajos a tope. Carreteras infinitas con dirección al Sur. Calor. Mosquitos estampados. Guardia civiles implacables. Viento de levante. Mujeres adornadas. Hombres ansiosos. Mar azul oscuro casi negro. O verde. Sí, creo que era verde. Playas de arena, inmensas y solitarias. Ruinas romanas. Luz. Sol. Paellas y atún rojo. Soledad. Ruido. Amistad. Cervezas. Algunas risas. Noches interminables. Música flamenca. Ahora chillout. Ahora reggae. La Malamanera que nos mueve al ritmo de Los Vientos. Disfraces los miércoles. Resacas los lunes y martes. Más levante. Dunas que se comen carreteras, surferos que vuelan por los aires, granos de arena que se clavan como perdigones.
Me voy de aquí.
Necesito velocidad, mucha velocidad. Hay que huir deprisa. 40 grados en Sevilla. Más mosquitos estampados. Otra vez Madrid en el horizonte. Tranquilidad. Piscina. Paellas nocturnas. Amigos desperdigados. Más calor. Riego por goteo. Gatos y gatas bailando hasta el amanecer. Luz insoportable. ¿Cuándo se pone el sol en esta maldita ciudad?. Ya se puso. Oscuridad, estrellas, silencio, terrazas solitarias transitadas por salamandras amarillas. Libros en la memoria. Escribir hasta la madrugada con un gin tonic o un albariño fresco, trasparente, que huele a Galicia. Cigarros de liar, que a veces lian hierbas de la felicidad. Alguna estrella fugaz. Pero eso, muy fugaz. Ruidos en la calle. Borrachos noctámbulos, pesados, gritones. Todo el mundo grita en esta ciudad. Siempre. Y mucho. ¿No ves que ya te oigo, así, como susurrando, no lo ves? No lo ven. Hay que gritar. Wasaps largos y absurdos. Algunas discusiones que no llevan a nada. Todo el mundo quiere tener razón. Yo no puedo más. Dolor de espalda. Nervios e incertidumbres vitales. ¿Dónde voy, de dónde vengo, qué hacer en este universo eterno? ¡El mundo es tan grande! ¡Hay tantos sitios por ver, tanta gente por conocer, tanto! Pero a mí me basta sentarme bajo un árbol con un cigarro en la comisura del labio, mirando al lago del Retiro, mientras pienso nuevas escenas y escucho Pictures of you de los Cure en mi iPod. Todo lo demás no existe. Que el mundo se quede ahí. Y que se quede su gente. No puedo conocerlos a todos. No puedo verlo todo. No. Es imposible.
Así que me marcho a tierras celtas. A vivir lo conocido, a revivir el pasado, a mojarme en el mar frío de la bahía, que es muy frío, pero que es mi mar.
Ya llego, ya.
Ahora veo liquenes amarillos en el granito que tapan viejas pinturas, percebes batidos por las olas en las rocas de mar. Todo huele a mar. Yo también. Aire limpio y viento del norte despejan la bahía. Viejos amigos que me reciben en el Habana. Viejas historias, algunas nuevas. Todo cambia, pero todo sigue igual. Risas y nécoras y navajas con primos, hermanos, amigos y vecinas. Presentaciones malditas en pazos centenarios. Estrellas de Galicia que me acompañan en la terraza del camping mientras las Cíes perfilan el horizonte y dibujo en mi mente las últimas escenas de la novela. Por la noche piedra antigua, vinos jóvenes, farolas encendidas, gente en la calle, esperando para entrar al Refuxio, al Bahiña o a la Fuente de Zeta, a por su dosis de marisco y pescado fresco, y después esperando por su mojito, o su gin tonic a 4 euros. Por los locales nocturnos hay locos suicidas, chulos de playa y perras del infierno. Y cigarros de vapor de agua con sabor a café. Y Meigas silenciosas que reparten golosinas de colores. Y viejas que bailan al compás de El Columpio Asesino en las oscuras sombras de la Villa Rosa. Veo sardinas a la brasa, bogavantes que dan sus últimos coletazos, kebabs que aplacan nuestros instintos suicidas, rianxeiras que camiñan descalciñas pola area. Playas nudistas, de un blanco inmaculado, rubias preciosas que me acercan un daiquiri y me susurran cosas al oído, otras morenas que me masajean… perdón, esto era un sueño. Sexo, amor, cariño, caricias, susurros, silencio, sonrisas, olor a ti. Esto ya no es un sueño. O sí. En realidad todo es un sueño. El sueño de los leones es la literatura magnífica, la poesía pura, la prosa sutil y profunda que me ha regalado un autor injustamente olvidado. También Bolaño tiñe de adjetivos drásticos y acentos latinos algunas mañanas playeras.
Hoy leo con tristeza, en el último ejemplar de El Mundo, cosas sobre un tal Bárcenas, sobre los EREs, sobre las trampas de Amstrong, sobre Siria, sobre el fútbol que todo lo vuelve a invadir. Qué pereza, la vida real. En el aire suenan antiguas canciones de Coldplay. Un móvil interrumpe brevemente a Chris Martin, haciendo sonar con estridencia la muñeira de Chantada. El paisano lo deja sonar un buen rato, con cara de satisfacción, recordándome por unos segundos que todavía sigo aquí.
Pero ya.
El final del verano llegó, y yo partiré.
Pongan el Duo Dinámico en el estéreo para despedir, o casi mejor el Last Christmas de Wham, porque la rueda sigue, queridos amigos, y en breve veremos anunciar la lotería, y empezarán a caer los primeros copos. Mientras tanto, los últimos rayos de agosto tratan de hacernos creer que el verano en Galicia no se terminará nunca. Pero sí lo hará. Y cuando eso suceda, yo ya no estaré aquí. Cargaré mi coche con maletas, libros, y bicis de montaña. Subiré los bajos de la radio a tope y, con algo ya de morriña, cruzaré el Padornelo esquivando los radares al ritmo de los Black Crowes.