CríticasPoesía

Theodore Roethke

 

MEDITACIONESMeditaciones y otros poemas

Theodore Roethke

 

Trea, Gijón, 2013

 

Por Ricardo Martínez

 

      El poeta ha adquirido, por razón de su elección, la grave responsabilidad de cuidar las palabras. y de cultivarlas. Ellas son su instrumento de trabajo, el material con el que elabora sus figuras, el germen de su discurso racional y emocional. Y, diríase, su alimento. Es, pues, la suya, una tarea que, entendida de una manera ideal, sobrepasa la pura responsabilidad del trabajador para convertirse, de alguna manera, en la tarea del mensajero de la trascendencia.

      Su labor consiste en despertar la conciencia del lector en favor de un principio de armonía –lo cual implica, en todo momento, conocimiento- Su distinguida tarea consiste en enseñar a discernir de entre la realidad para hallar, cada cual a su entender y de acuerdo a sus capacidades, esa idea de belleza que le ayude a liberarse de la idea perenne, con la que nace, de su extinguimiento, de su desaparición como ser.

      Roethke, a mi entender, ha asumido la función de portar esa antorcha iluminadora de un modo elegante, humilde, sencillo y persuasivo: “Rápido bésame, bésame de nuevo/ mi perdida señora de la sabiduría./ Ven de las nubes, ángel de mil caras,/ tráeme mi sombrero, mi paraguas/ mis zapatos de goma…/ ¡Coróname de luz, oh torbellino!/ ¡Terrible amor, desciende!”

      Es una invitación a algo, sin duda: a un sentimiento esencial; al tiempo, los versos transpiran también libertad, necesaria a todo aquel que pueda desear. Solo se transmite un pensamiento, una sugerencia elemental y nutriente, pero a la vez le recuerda a ese mismo lector que ha de ser él quien haga bueno tal discurso, quien dé realidad a esa sugerencia  proclive a una forma de belleza interior: sentir hacia algo, una implicación trascendente. Somos seres concebidos para un destino. Y la elección es nuestra mientras pueda ser ejercida nuestra voluntad.

      Sentir, en el fondo, es uno de los grandes principios de la libertad. El poeta así lo manifiesta: “Mi sombra se serena con la corriente móvil…/ Vivo en el aire, la ancha luz es mi casa./ Porque el campo es mi amigo yo me atrevo/ a acariciar las piedras./ Un leve viento se levanta suave; yo me convierto en viento”

 

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