Los idiotas salen de su armario
Por FERNANDO J. LÓPEZ. Como si la mini inivasión veraniega de polillas gigantes no hubiera sido suficiente, estas últimas semanas estamos asistiendo -a nivel internacional- a un inesperado fenómeno: la salida del armario de la ignorancia de más de un idiota que llevaba tiempo encerrado en él.
De repente, la homofobia ha decidido hacerse evidente y, cobijada por la regresión social que ha traído consigo el siglo XXI -¿de veras acabaremos luchando por lo que ya habíamos creído conquistar décadas atrás?-, ha cogido fuerza gracias a las declaraciones de gente que no tiene ningún pudor a la hora de demostrar su ignorancia.
Alentados por la estupidez del gobierno ruso, que se ha presentado este verano como todo un adalid de la intolerancia, personajes como E. L. James, la autora de ese bodrio llamado 50 sombras de Grey -todo un triunfo del machismo que, por algún extraño motivo, también va a ser convertido en película- o Alain Delon -hace años un actor de los que sí merecía mi respeto- han salido de sus cavernas para darnos a los demás ejemplo de su obtuso e impenetrable pensamiento.
La primera, E. L. James, nos ha alegrado la semana afirmando que Matt Bomer no puede ser el protagonista de la adaptación de su -ejem- “novela”, porque “es gay”. Hay que premiar la estupidez de esta mujer y su nulo conocimiento de la palabra interpretación que consiste, básicamente, en fingir que eres alguien que realmente no eres. Lo triste -y sé bien de lo que hablo, pues como dramaturgo tengo muchos amigos en este gremio- es que no la única que considera que la orientación sexual es un hándicap para un actor o una actriz. Supongo que este tipo de homófobos -que se justifican en criterios falsamente interpretativos- también creen que los personajes que sean médicos han caer en manos de actores que hayan estudiado medicina, los asesinos en criminales de culpabilidad probada y así, hasta el infinito.
El segundo, Alain Delon, ese actor a quien fue un director homosexual -el gran Visconti- quien le dio alguno de sus mejores papeles, considera que la homosexualidad es “contra natura” e insiste en que “no está contra los homosexuales, pero sí contra el derecho a que adopten”. En este caso, hay que darle el premio no solo a la estupidez, sino también a la hipocresía, a esa forma de intolerancia tan extendida entre quienes nos admiten el derecho a ser siempre que no se nos vea mucho y, sobre todo, siempre que no queramos formar nuestra propia familia. Hace tiempo que dejé de respetar a quienes expresan sandeces así, pues vuelven a buscar coartadas ridículas -en este caso, el trillado argumento natural- para manifestar su homofobia.
Por lo demás, ese mismo criterio natural no deja de divertirme. Por un lado, porque la homosexualidad existe en más especies animales (si es a eso a lo que se refieren). Por otro, porque estoy harto de que lo natural sea lo bueno. No sé si el amor -hetero, gay, lésbico, bi- es natural, pero sí deben serlo todas esas atrocidades que cometen ciertas especies -devorando a sus hijos o congéneres- y que no creo que consideremos modelo de comportamiento en nuestra sociedad. Es más, supongo que el amor -como el arte, como casi todo lo que merece la pena- no se merece un adjetivo tan pobre como el de natural. Se merece muchos -y muy complejos- pero no una visión tan reduccionista y simple como esa.
Es una lástima que, frente a esta plaga de estupidez, no haya otra de visibilidad. Una pena que sea mucho más difícil asumirse y acumular el valor para dar un paso al frente -por miedo al daño que tanto idiota suelto puede llegar a hacer cuando ocupa una posición de poder- y que, sin embargo, resulte tan sencillo expresar el odio, la intransigencia y la ignorancia.