La novela de tu vida: Pablo Aranda
Por Pablo Aranda*
Ah, los libros que me marcaron. El libro, hoy ha de ser uno. Busco en el fango de los recuerdos anécdotas que me sitúen en la época en que los libros marcaban (marcaban más) y ya está: lo encuentro. Tenía trece años y un día, o catorce y dos meses, algo así, melenas y granos. Terminé de desayunar, o salí de la ducha, o todos estaban ya acostados y encendí una luz mínima (qué pocas dioptrías tenía entonces) para pasar (posar) la vista en los lomos de siempre, los mismos libros en la biblioteca familiar modesta pero suficiente. El título ya me había atrapado antes y tenía pocas páginas, no sé, no sé, lo saqué, lo abrí, leí la primera frase y no podía ser. Como no tengo demasiadas ganas de levantarme para consultarlo, o porque estoy de vacaciones en un lugar donde no existen los libros, porque mi mujer está planteándose dejarme y es de madrugada y si me levanto la voy a molestar y tú verás, como me fallan las piernas (¡no siento las piernas!), en fin, voy a transcribir de memoria, así que no me hagan demasiado caso pero aquella primera frase comenzaba más o menos así (la memoria también tiene cada vez más dioptrías, pero en este caso a mi favor), (no me atrevo a entrecomillar porque no es transcripción literal, y uno puede mentir, pero entrecomillar falsamente nunca): Aún llevábamos pantalón corto, todavía no fumaban. Ya está, eso era, esa era. Así vista, sin más, hace murmurar un «pues vaya», pero intento explicar por qué me marcó. Resulta que aquellos que aún no fumaban eran (éramos) los mismos que llevaban (llevábamos) pantalón corto; es decir, en la misma frase el narrador combinaba la primera y la tercera persona para hablar de las mismas personas. ¿Cómo era eso posible? Dominar el lenguaje tanto que el lenguaje se te queda atrás. No pude parar de leer hasta la última palabra (pero qué mentiroso estoy esta madrugada, o esta mañana, o durante esta merienda). Vale, dejé de leer tras la primera frase, pero me llevé el libro y lo leí y lo he vuelto a leer muchas veces (o dos) y me marcó. Si algún día me diesen a elegir (y no tuviese otra opción) entre tatuarme en la espalda el rostro de la madre de Messi (como hizo el jugador) o el título y autor de este libro, elegiría el título y autor de este libro. Eso sí: entonces sí que me levantaría a consultarlos, porque imagínense el bochorno en la playa, con mi tatuaje, si hubiese faltas de ortografía. Los cachorros, Mario Vargas Llosa.
* Pablo Aranda (1968) fue finalista del Premio Primavera de Novela en 2003 con La otra ciudad. Su última novela publicada es Los soldados (Wl Aleph, 2013)