Por Ignacio G. Barbero.
Vivimos en una época marcada por la idolatría del Yo, individuo personal e intransferible que se puede hacer -y se hace- “a sí mismo”, que se identifica con unos pensamientos, sensaciones, recuerdos y gustos determinados, aferrándose a ellos y proclamando su fijeza a lo largo del tiempo. Si bien la cultura moderna occidental se asienta sobre la idea del “sujeto racional” como centro interpretativo del mundo, el entorno económico y social contemporáneo ha agudizado la afirmación constante de su “unicidad” y “originalidad”, independizándolo y emancipándolo de lo demás y los demás (cosa no presente en la idea de sujeto racional, que tiene vocación universalista); la más directa consecuencia de este proceso es la desaparición progresiva de cualquier fuerza social colectiva que tenga verdadera conciencia de grupo o clase y, al alimón, la creación de orgullosos consumidores de productos “personalizados” por el libre mercado. Así, la idea de que realmente esa entidad -el Yo- está completamente sola y lidia con el entorno desde su propia y excluyente interioridad cala en nosotros con tanta claridad y evidencia como el azul del cielo.
Como réplica a esta nueva fe que nos habita, traemos a colación un texto del canon budista. Esta senda de sabiduría trata el Yo de muy diferente manera. Lo hace a partir de la intuición esencial de que “todo es transitorio”, esto es: lo único permanente es la impermanencia. No hay sustancias firmes, sólidas e individuales; no hay formas fijas, separadas de otras. Todo es un continuo cambio que no permite definiciones ni discursos atemporales (ni siquiera los del propio pensamiento budista), que no permite aferrarse a sensaciones, sentimientos y recuerdos, ya que estos son pura volatilidad y nuestro afán por fijarlos a una identidad determinada que los vive sólo genera dolor. En consecuencia, la noción de un Yo fijo ante el perenne fluir vital es una ilusión a eliminar si se quiere tener una visión más clara de la realidad y, con ello, liberarse realmente del daño constante que acarrea este ser ilusorio
Las palabras del Buddha están siempre llenas de desprecio ante lo señalado como natural e inconmovible, ante lo aceptado como «normal» (su rechazo sutil de las castas es buena prueba). Por ello, bien nos sirven para repensar la alienación a la que estamos sometidos día tras día y la fatal deriva que ésta, sin darnos cuenta, acarrea. Pasen y -con paciencia y atención- lean:
“Monjes, vosotros bien podríais adquirir las posesiones si fueran permanentes, imperecederas, eternas y no sujetas a cambios. Posesiones que durarían toda la eternidad. Pero, monjes, ¿habéis visto vosotros semejantes posesiones?”. -“Ciertamente no, venerable señor”. -“Muy bien, monjes. Yo tampoco he visto posesiones permanentes, imperecederas, eternas y no sujetas a cambios. Posesiones que durarían toda la eternidad.
“Monjes, vosotros bien podríais apegaros a la doctrina del yo que no atrajera dolor, lamento, pena, sufrimiento y desesperación. Pero, monjes, ¿habéis visto semejante doctrina del yo?” -“Ciertamente no, venerable señor”. -“Muy bien, monjes. Yo tampoco he visto una doctrina del yo que no atrajera dolor, lamento, pena, sufrimiento y desesperación para alguien que se apega a ella.
“Monjes, vosotros bien podríais depender de algún punto de vista que no atrajera dolor, lamento, pena, sufrimiento y desesperación. Pero, monjes, ¿habéis visto semejante punto de vista?” -“Ciertamente no, venerable señor”. – “Muy bien, monjes. Yo tampoco he visto un punto de vista que no atrajera dolor, lamento, pena, sufrimiento y desesperación para alguien que depende de él.
“Monjes, si existiera un yo, ¿podría existir también el siguiente pensamiento: ‘esto pertenece a mi yo’?” -“Sí, venerable señor”. -“O, monjes, si existiera algo perteneciente al yo, ¿podría existir también el pensamiento: ‘mi yo’?”. -“Sí, venerable señor”. -“Pero, monjes, cuando el yo o lo perteneciente al yo no es más aprehendido como verdadero ni es establecido, aquel pensamiento que afirma. -‘Así es como el mundo, es el ser, de manera tal que después de la muerte seré permanente, imperecedero, eterno y no sujeto a cambios. Voy a permanecer por toda la eternidad’. -¿No representa una enseñanza completamente tonta?” – “¿Qué más podría representar, venerable señor, sino una enseñanza completamente tonta?”.
“¿Qué pensáis, monjes, es la forma material permanente o transitoria?” -“Transitoria, venerable señor”. -“Y, aquello que es transitorio, ¿es doloroso o placentero?” -“Doloroso, venerable señor”. -“¿Es posible, entonces, que aquello que es transitorio, doloroso y sujeto a cambios, sea considerado de la siguiente manera: ‘Esto es mío, esto soy yo, este es mi yo’?” -“Ciertamente no, venerable señor”.
“De la misma manera, ¿es la sensación permanente o transitoria?” -“Transitoria, venerable señor”… ¿Es la percepción permanente o transitoria?” -“Transitoria, venerable señor”… ¿Son las formaciones permanentes o transitorias?” -“Transitorias, venerable señor”… ¿Y qué pensáis, monjes, es la conciencia permanente o transitoria?” -“Transitoria, venerable señor”. –“Y aquello que es transitorio, ¿es doloroso o placentero?” -“Doloroso, venerable señor”. -“¿Es posible, entonces, que aquello que es transitorio, doloroso y sujeto a cambios, sea considerado de la siguiente manera: ‘Esto es mío, esto soy yo, este es mi yo’?” -“Ciertamente no, venerable señor”.
“Por eso, monjes, cualquier tipo de forma, sea del pasado, del futuro o del presente, interno o externo, burdo o sutil, inferior o superior, lejano o cercano, todo tipo de forma debe ser vista tal como realmente es, a través del recto discernimiento así: ‘Esto no es mío, esto no soy yo, este no es mi yo’. Cualquier tipo de sensación… Cualquier tipo de percepción… Cualquier tipo de formaciones… Cualquier tipo de consciencia, sea del pasado, del futuro o del presente, interna o externa, burda o sutil, inferior o superior, lejana o cercana, todo tipo de consciencia debe ser vista como realmente es, a través del recto discernimiento así: ‘Esto no es mío, esto no soy yo, este no es mi yo’.
“Viendo de esta forma, el bien instruido noble discípulo llega a desencantarse con las formas materiales, desencantarse con las sensaciones, desencantarse con las percepciones, desencantarse con las formaciones y desencantarse con la consciencia.
«Desencantado de esta manera, llega a ser desapasionado. A través de este desapasionamiento, es plenamente liberado. Con la plena liberación, llega a este conocimiento: ‘Ésta es la plena liberación’. Entonces, entiende esto: ‘El nacimiento está vencido. La vida santa ha sido realizada. La tarea ha sido cumplida. He aquí no hay nada más por delante en este mundo’.
(Fragmento del Alagaddupama Sutta, perteneciente al Sutta Pitaka, una de las tres partes del Canon Pali budista)
Brutossssssds horribkes jajaja ok no yo qc no soy 100tifiko jajaj saludos XD
Somos
materia estelar,
consciente
y en tránsito.
me giustaria afiliarme a eta secta.