Paraíso: Esperanza (2012) de Ulrich Seidl
Por Miguel Martín Maestro
Con la tercera entrega de la trilogía Paraíso, se pone punto y final a la visión demoledora que el director viene trazando de la sociedad capitalista en el conjunto de su obra. Si Amor y Fe hablaban de las relaciones de poder en la madurez de la vida, ya desde el punto de vista del sexo o de la religión, en Esperanza, como no podía ser de otra manera atendiendo a la presentación de tres personajes en la primera de las entregas, el enfoque reside en la juventud para volver a obtener un mensaje absolutamente negativo y desesperanzador sobre nuestro futuro.
Antes de nada hay que reconocer que esta última entrega de la serie resulta, con diferencia, la menos atractiva y conseguida de la trilogía, al repetir el esquema de desarrollo de las anteriores se pierde la capacidad de sorpresa, que los adultos se comporten como lo hacen no impacta porque venimos de dos películas anteriores de similar exposición y lo que hubiera sido un episodio más con buen encaje en el proyecto inicial del director de hacer una sola película, queda desconectado del conjunto.
Si a las Ana Marie y Teresa de las dos anteriores entregas era fácil seguirlas en su comportamiento, la Melanie de esta tercera entrega, por su adolescencia, es difícil de encajar en el conjunto de la obra, pues siendo la protagonista resulta que quienes inciden en su vida, la destrozan y la conducen a un futuro como el de su madre o su tía, son los adultos. En el fondo las tres mujeres de la serie buscan el amor, la primera engañada de si misma porque lo que busca es sexo con amor, la segunda ha encontrado sexo y amor en Jesucristo y la tercera lo que busca es el amor ideal del enamoramiento mitad platónico, mitad real, con el maduro médico del centro de adelgazamiento al que es enviada por su madre, Teresa, para pasar el verano, mientras ella busca en Kenia lo que no encuentra en Austria.
El punto de conexión entre la primera y la tercera entrega lo ofrece un teléfono móvil insuficiente para que madre e hija puedan estar en contacto, y ahí si que el director saca partido de la situación, esas llamadas no respondidas de la primera entrega, unidas a la escena inicial donde la hija no parece mostrar ningún interés por su madre y que hacen pensar en una madre rechazada por su hija, se transforman, al presenciar la tercera entrega, en la realidad de una hija que se siente olvidada por su madre, y es en esa incomunicación entre ambas cuando surge la necesidad de contacto, en la desgracia personal de ambas mujeres se renueva la necesidad de contar con el apoyo recíproco, ambas se necesitan pero son incapaces de decírselo a la cara, es la mejor propuesta de la película.
En el resto del desarrollo de la película volvemos a los mismos ambientes sórdidos y mezquinos que tan bien refleja Seidl, en este caso un campamento veraniego para niños obesos que recuerda, inmediatamente, a una cárcel, si no a algo más, donde el castigo físico es la consecuencia de cualquier quebranto de normas, en ocasiones, despóticas, y donde los adultos son reflejados como seres patéticos, únicamente destinados a acabar con la inocencia del paso de la infancia a la madurez. La diferencia de estos chicos es meramente física, están gordos, pero sus conversaciones y comportamientos son los normales para chicos de su edad, pero son los adultos, padres que los envían y comerciantes que ven la posibilidad de negocio ante la insatisfacción por un cuerpo que no responde al canon publicitario, quienes les tratan como diferentes, y en el fondo provocan su autoexclusión. Y en ese ambiente, la única persona que parece amable, que no ordena ni constriñe, el médico, tampoco es lo que parece, pues utiliza ese semblante para aproximarse a las chicas, para seducirlas e ir obteniendo trofeos. Su comportamiento es fácilmente predecible a los ojos de un adulto, pero en una adolescente retraida por su propio cuerpo, insegura y con sentimiento de inferioridad, la actuación del adulto, que de por sí merece reproche, lo es más en cuanto se aprovecha doblemente de la debilidad de su presa, pues como revela la película en un plano fantasmagórico, en medio de un bosque con niebla, al final Melanie es una presa más, y satisfaciendo el fetichismo del adulto, unas veces voluntariamente y otras hasta inconsciente, éste se ve saciado con su nueva conquista y rechaza a Melanie por que las cosas han de ser así para mantener las apariencias.
La estructura de la película calca las anteriores, presentación, ambiente represor, retrato del personaje, una primera situación de repulsa, en este caso el abuso sexual al que se ve sometida la joven tras ser emborrachada, como en el caso de Amor era la fiesta en la habitación de la protagonista con el stripper o en Fe el intento de redención de la alcohólica prostituta, y al final una escena aún más dura para la respectiva protagonista, en este caso la inexistente asistencia médica cuando es recogida en el bar donde ha sido víctima del abuso, para ser, manteniendo la inconsciencia el personaje, abusada de nuevo, por el propio doctor.
Película amarga, dura y extremadamente negativa, más dolorosa en cuanto que quien sufre el rechazo, el abuso y la pérdida de confianza es alguien desprovisto de defensa emocional alguna, y sin embargo la película no llega, no alcanza las cotas de credibilidad y angustia que destilan sus precedentes, como si el director hubiera llegado ya agotado al cúmulo de desgracias y comportamientos ruines, o quizás sea el espectador el que se ha cansado de tanta desesperanza y falta de gente mínimamente buena, y esa sensación de fórmula gastada y ya vista hace que Esperanza sea la hermana menor de la trilogía, la menos lograda y la menos recomendable.
Paraíso: Esperanza (2012) se estrenó en España el 30 de agosto de 2013