EL MEJOR ASESINO DEL MUNDO
Por JUAN LUIS MARÍN. Así se auto proclamaba Anatoly Onoprienko, asesino en serie ucraniano que entre 1989 y 1996 mató a 52 personas. Ahora es él quién ha muerto. Pero no como deseaba.
“Que me ejecuten en la plaza pública, será mi obra final”, declaró al conocer su condena a pena de muerte. Sin embargo, ésta fue conmutada por una cadena perpetua que le llevó a pasar 15 años en la cárcel. Hasta que hace unos días sufrió un ataque al corazón. Tenía casi el mismo número de años que vidas arrancó de la forma más espeluznante: 54. Pero la suya, contra todo pronóstico, fue de lo más natural. Y apuesto a que son muchos los insatisfechos. Los que soñaron para él un sufrimiento indescriptible que igualara, de algún modo, la crueldad de sus asesinatos.
“La gente no aprecia la vida”, decía Anatoly, “es necesario que contemplen el horror”. Parece sacado de una película de la saga SAW¸ con aquél villano (que quizá no lo era tanto) poniendo a prueba a criminales de toda clase (o personas de moralidad dudosa) para que pagasen un precio que convirtiera sus míseras vidas en algo digno de merecerse. O en el mismísimo John Doe de Seven, castigando a quienes, según él, encarnaban cada uno de los siete pecados capitales.
Pero lo cierto es que en los asesinatos de Anatoly no hubo nada de eso. Asaltaba casas de gente humilde e inocente para robar. Congregaba a la familia al completo en el salón (en una ocasión compuesta por 9 miembros), mataba a tiros a los hombres… y con las mujeres y los niños empleaba hachas o cuchillos. A los bebés, en ocasiones, los asfixiaba en sus cunas.
Muchos lo compararon con otro asesino en serie ucraniano, Andrei Chikatilo, el carnicero de Rostov, que en los años 80 mató a 53 personas. Los números son inquietantemente parecidos. Incluso los nombres con que les bautizaron: Ciudadano O para Anatoly y Ciudadano X para Chikatilo. Pero basta con leer sus historias o ver Citizen X, la imprescindible película que narra el caso de Chikatilo, para comprobar que eran absolutamente distintos. Aunque igual de abominables…
Y humanos.
De nuevo, la naturaleza del hombre, la auténtica, se manifiesta. Porque Anatoly, como Chikatilo, como tantos otros, es como nosotros. Y, en consecuencia, nosotros como ellos. Esa en la grandeza (o miseria) del ser humano. La máxima expresión de todo lo que llevamos dentro. Que rechazamos si leemos en los periódicos… pero pagamos por ver en el cine. Como si quisiéramos controlar el horror. Administrarlo en soportables dosis. Para consumirlo dónde y cuándo queramos.
Pero el horror está en todas partes.
Dónde, cuándo… y en quién menos te imaginas.
Así que échale huevos…
Y mírate en el espejo.
A ver qué descubres…