Hoy recordamos: Crimen perfecto (1954) de Alfred Hitchcock
Por Jordi Campeny
Escoger; a menudo tarea difícil. Cuando se trata de escoger sólo una película del maestro, mago, genio, pionero y visionario Alfred Hitchcock la tarea se antoja, directamente, absurda.
Uno querría disertar acerca de Vértigo (1958), por ejemplo, pero sólo la idea de enfrentarse a tal desafío lo vuelve pequeño, torpe y vacilante. ¿Qué decir de Vértigo que no se haya dicho ya? Pues bastante, puesto que nos hallamos ante una obra tan compleja, extraordinaria, obsesiva y mutable (nunca se ve Vértigo exactamente igual que la vez anterior) que siempre se podría añadir más a lo ya añadido, analizar y desmenuzar con nuevas herramientas los mimbres que conforman esta película que no pocos cinéfilos consideran la mejor de la historia del cine.
O la turbadora Rebecca (1940), este arrebato de cine grandioso, película mágica, pura tensión narrativa, repleta de imágenes para el recuerdo; un prodigio que consigue que el espectador note físicamente la ausencia. Irrepetible.
O las menos reconocidas pero inmensas Yo confieso (1953), Falso culpable (1956) o Pánico en la escena (1950). Qué goce proporcionan todas ellas, qué capacidad para alejarnos de nuestro mundo y sumergirnos en realidades paralelas, más oscuras, a menudo criminales, siempre perversas y colindantes con la muerte.
O Encadenados (1946), otro punto y aparte.
Por no nombrar las más conocidas, las cuales (como casi toda la filmografía hitchcockiana) alumbraron parte de la historia del cine que vendría después: Los pájaros (1963), Psicosis (1960), La ventana indiscreta (1954). Faltan otras grandes obras maestras, y otras de menores, tanto de su primera etapa británica como de la segunda, en Estados Unidos. Obviamente no siempre estuvo igual de inspirado ni perpetuamente en la cumbre, pero, por ejemplo, realizó, una detrás de otra, entre los años 1958 y 1963: Vértigo, Con la muerte en los talones, Psicosis y Los pájaros. Ahí es nada. Y es que a estas alturas ya no hay nadie que pueda discutir la enorme importancia y trascendencia del maestro en la historia del cine. El cine (el bueno, y parte del malo) no habría llegado donde ha llegado -ni se entendería- sin Alfred Hitchcock, quien, recordemos una vez más, para vergüenza de todos, jamás ganó un Oscar.
Vamos a detenernos en el año 1954, concretamente en su Crimen perfecto (este mismo año hizo La ventana iniscreta). Crimen perfecto es una obra mayor, aparentemente pequeña, que aúna muchas de las obsesiones del director inglés: crimen con falso culpable, perversidad e intriga, elegancia, muchos pequeños detalles, un guión férreo y magistral y una trama en cuyo epicentro se alza una mujer, bella y oscura, radiante y atormentada, puro Hitchcock: Grace Kelly.
La trama, simple, recuerda a la de otras películas del director: un frío y calculador marido quiere asesinar a su bella y rica esposa para quedarse con su fortuna. Para llevar a cabo su plan, chantajea a un antiguo camarada del ejército para que entre en la casa en su ausencia y estrangule a su mujer.
Con estos mimbres mínimos, Hitchcock logra una mágica ecuación cinematográfica, un triángulo equilátero perfecto, una carambola magistral. Combina su continua capacidad para el giro narrativo con un sutil suspense psicológico que te adentra en la historia con tal fuerza que, directamente, olvidas que existe un mundo más allá de la pantalla.
El guión es soberbio y calculadísimo, y avanza con precisión gracias a un prodigioso manejo del tempo narrativo. Con apenas una habitación como escenario y unos pocos personajes (tres de fundamentales), el film rezuma estilo y talento en cada fotograma, y consigue intrigarnos hasta límites insospechables.
Podríamos extendernos hablando y analizando esta película milimétrica que funciona como un reloj suizo; podríamos alabar también el extraordinario manejo del espacio y de la luz, su banda sonora, su finísimo humor negro, su capacidad para convertir una pieza teatral, pequeña, en una obra extraordinaria. No lo vamos a hacer. Que cada uno, si le apetece, se enfrente a ella por primera, segunda o vigésima vez.
Y es que conviene volver siempre a Hitchcock; revisar y devorar su filmografía y, sólo así, conseguir vislumbrar un atisbo de la luz fría y apabullante que emanaba de esta mente perversa y genial (conviene recordar aquí a su más fiel colaboradora: su esposa Alma Reville).
Con varias películas de Alfred Hitchcock, y con Crimen Perfecto en particular, uno tuvo una extraña e incómoda sensación al finalizar el film y ver el entrañable The End: que, por desgracia, ya nunca más podremos volver a disfrutarla…por primera vez.
Una excelente crítica, pese a no ser de mis favoritas de Hitchcock, está todo muy bien expresado; no siendo de mis favoritas tuve la oportunidad de verla en pantalla grande y me gustó mucha volver a verla