Ladrones de guante blanco
Por MIGUEL ÁNGEL MONTANARO. Las vacaciones siempre saben a poco, aunque es difícil que no encontremos en su brevedad, unos espacios de intensa satisfacción. Este verano he disfrutado de un buen puñado de ellos; sin embargo, otros momentos, se han quedado por escribir en el aire salado de la Costa de Cartagena, porque las agendas no entienden de calendarios.
Las agendas son nuestras íntimas y particulares tiranas, ante las que nos doblegamos, intentando con nuestra sumisión, ordenar una vida que pretendemos encauzar como a un río invisible de días y años.
Lo mejor de las vacaciones –como en cualquier otra actividad de la vida–, son los amigos con las que las compartimos. En mi caso, el saldo ha sido positivo, aunque no haya podido reencontrarme con todos aquellos que hubiera deseado, ya que aprovecho mis visitas a Cartagena para recopilar información acerca de su historia para una obra que abordaré desde varias perspectivas y que les adelantaré en parte, en este artículo.
Volviendo al tema de las amistades, antes de tratar en sí la molla de esta columna, me complace el que en estos días de asueto haya podido saludar a Javier Lorente, un gran pintor y excelente fotógrafo al que sorprendí realizando una cata de ginebras en el mismo local en el que yo había estado previamente degustando unas doradas del Mar Menor.
Tuve la suerte también de encontrarme con el escritor cartagenero Obdulio Lopez, en su coqueto local La Vieja Taberna, al que llegué acompañado de Alfredo Lanchero y otros entrañables amigos de Valladolid, que se dejaron unos días el secano castellano para darse un remojón de viejas historias y afecto renovado en la trimilenaria ciudad que no renuncia a su capitalidad histórica.
Tengo que engañar como sea a Obdulio para que se deje entrevistar y nos cuente como hay que hacer para escribir una novela tan adictiva como El Enviado del Rey (Ed.Grijalbo) Una intrigante historia detectivesca ambientada en la Cartagena medieval.
He tenido que excusarme una vez más con mi amigo Jose Antonio Ortas Cayuela por no poder reunirme con él. Una pena, ya que tras la última representación en la que le vi actuar, solo he podido admirarle en Televisión Española, hace unas semanas, cuando le hicieron un reportaje sobre el espectáculo de la compañía Ditirambo en el cual interpreta soberbiamente a varios personajes de la antigua Roma. Un ajetreo que no le impidió aceptar pocos meses atrás el papel del jefe de bomberos en la película La Chispa de la vida de Alex de la Iglesia, donde Jose Antonio compartió cartel entre otros, con José Mota, Santiago Segura, el malogrado Juan Luis Galiardo, Fernando Tejero y Salma Hayek.
No me olvido del fugaz encuentro con mi amiga Paqui Selma, que año tras año, se niega a revelarme el secreto de su eterna guapura, aunque al menos, conseguí robarle dos besos como Dios manda.
Pero les adelantaba en el encabezamiento de esta columna, que cuando finalice unas obras pendientes y apalabradas con mis agentes literarios y otros profesionales del oficio, me pondré con una obra sobre la antiquísima ciudad que me vio nacer y en ella, inexcusablemente, el patrimonio artístico y su expolio, tendrán una mención destacada de la que quiero avanzarles unas pinceladas en este artículo.
Como recordarán, hace unas semanas, en mi entrada titulada Piratas y faraones les hablaba de los piratas ultramarinos, que son aquellos que vienen a birlarnos nuestro patrimonio desde más allá de los mares.
Hoy toca que hablemos de los piratas ultramontanos. Estos ladrones de guante blanco son los mangutas patrios, que echándole un morro de acero galvanizado al asunto y aprovechando la tradición secular de: <lo que pillo pa´l bolsillo>, se quedan con las riquezas de otras regiones de España y silban cuando se les pregunta.
Les pondré varios ejemplos.
Ustedes recordarán que hace unos años, la Administración catalana exigió del Archivo de Salamanca los papeles que reclamaba como suyos. Papeles que recuperó.
Yo consideré lógica la petición, eran fondos documentales de Cataluña y lo justo era que se devolvieran a esta Comunidad Autónoma.
Lo que no acierto a entender, es como esa misma región, se niega a devolver a Cartagena el Ara Pacis, un altar romano del siglo I que se encuentra descontextualizado desde el siglo XIX en Cataluña (ahora en el Museo Arqueológico de Barcelona) y que fue sacado ilegalmente de la ciudad cartagenera por un obispo –que no era su legitimo dueño–, por mucho que el altar decorase su jardín.
Otro caso. ¿Alguien me puede explicar por qué estamos esperando todavía a que el Gobierno de España devuelva a Cartagena el retablo de alabastro inglés de la Catedral Vieja de la ciudad portuaria? (en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, también desde el siglo XIX)
Este retablo es una obra escultórica del último cuarto del siglo XV, que representa en una secuencia iconográfica de siete imágenes, diversos pasajes de la vida de la Virgen, de una factura impecable y de un valor emotivo incalculable para los cartageneros –que dicho sea de paso–, aguardan pacientes y bien toreados por los políticos nacionales, regionales y locales, -y por las decenas de obispos que han ocupado la silla episcopal de la Diócesis de Cartagena-, a que su Catedral sea rehabilitada –es la última catedral por restaurar en toda España–, de una manera definitiva.
Hablando de la Catedral de Cartagena, ¿dónde está la memoria arqueológica de la excavación-estropicio que se realizó cuando se cavó ese funesto túnel bajo su cripta para levantar el Museo del Teatro Romano? Llevamos años esperando a que vea la luz.
Si no apareció nada de especial relevancia histórica… ¿Qué problema hay en mostrar la memoria arqueológica? ¿debemos ser unos chicos buenos y no preguntar más por los posibles objetos encontrados en el subsuelo de la Catedral?…
Pero la cosa no acaba aquí. Esto viene de lejos.
Lean lo que dejó escrito el licenciado Francisco Cascales en el Discurso de la Ciudad de Cartagena del año 1598, con respecto a las antigüedades romanas –no sabemos si también de otras culturas–, que afloraban en la zona donde se construiría en el siglo XVIII el Cuartel de Antiguones, llamado así precisamente por la gran cantidad de piezas antiguas que se encontraban en el lugar…
“…Hasta en nuestro tiempo se llevó de aquí Vespesiano Gonçaga bellíssimas ymágenes de piedra para honrar con el desecho desta ciudad su principado. Y aquellos pedaços por allí derramados llaman aora Antiguones…”
Ante semejante robo y de acuerdo a la Ley 36/1994, de 23 de diciembre, (de incorporación al ordenamiento jurídico español de la Directiva 93/7/CEE del Consejo, de 15 de marzo, relativa a la restitución de bienes culturales que hayan salido de forma ilegal del territorio de un estado miembro de la Unión Europea) ¿cómo no está la Unidad del Grupo de Patrimonio Histórico de la Guardia Civil siguiendo la pista a esas imágenes de incalculable valor?
¿Dónde está escrito que porque fueron expoliadas hace siglos no puedan recuperarse hoy si la ley comunitaria europea así lo contempla?
Hay más.
Se sabe que con motivo de las obras para la construcción del Arsenal de Cartagena en el siglo XVIII, el Intendente de Marina le envió seis cajas de antigüedades al Marqués de la Ensenada.
Esto no es un bulo. La documentación de estos descubrimientos está en el Archivo Histórico Nacional.
El marqués los envió –se cree-, a la Real Academia de la Historia, pero en esta institución no hay ni siquiera registro de que entrase ese material. ¿Dónde están las cajas y su contenido?
Verán, yo no quiero nada que no sea mío. Solo pretendo que la inmensa riqueza patrimonial de cada ciudad, de cada comunidad y de cada nación, vuelva a sus legítimos herederos. Y el pueblo que no tenga historia –que también es una riqueza–, que se preocupe de labrarla, engrandecerla y preservarla, pero que no tome prestada la que no es suya.
Les animo a que en las redes sociales o mejor aún, en la comisaría más cercana, denuncien cualquier <traslado sospechoso> de bienes culturales que conozcan porque, como han podido comprobar desgraciadamente, esta práctica de piratear el arte ajeno no es un invento de algunas páginas digitales.
Hace siglos que en España nos robamos el patrimonio histórico-artístico unos a otros.
¿He dicho robamos? Vaya por Dios… guardamos. Quise decir, guardamos.