Máquina, de Dolors Alberola
Dolors Alberola
Por José Antonio Olmedo López-Amor
Editorial: Denes (Para la colección Calabria), 2012
Dolors Alberola Beltrán, nacida en Sueca, Valencia, aunque afincada en Andalucía, es autora de numerosas obras entre las que se encuentran:”Todos los trenes mueren en línea recta” Jeréz de la Frontera 2012, “Cementerio de nadas” Madrid 1998, “El monte trémulo” Barcelona 2003 o “Del lugar de las piedras” Gijón 2009 o “La escopeta de Lily Mae” Granada 2012. La ganadora del premio “Pastora Marcela” en el año 2007, “Alonso de Ercilla” en 2008 o el premio “Leonor” de Soria en 2012 entre otros, resultó elegida vencedora por el jurado del” IX certamen César Simón” convocado por la Universidad de Valencia y compuesto por: Jaime Siles, Julieta Valero, Antonio Cabrera, Susana Benet y Begonya Pozo. Su trabajo poético, el poemario “Máquina” fue publicado por la prestigiosa editorial Denes, que es la encargada de publicar este premio en su colección “Calabria”, y por otra parte cabe destacar, que de una manera muy digna y elegante, gracias a la cuidada edición de su responsable y editor, Vicent Berenguer.
Lauren Mendinueta, Ambrosio Gallego o Rafael Correcher Haro son algunos de los ganadores de este certamen que preceden a Dolors en el tiempo y conforman, junto a plumas de la talla de Estellés, Parra o Aub, entre otros, una selecta colección de la mejor poesía de los últimos tiempos.
Con una viñeta de Antoni Miró en su portada, nos adentramos en el poemario “Máquina” ya desorientados por un título, en apariencia, frío. Unos versos de Aldo Pellegrini nos hacen referencia a confundir la ciencia con el sueño, cuando, nada más lejos de la realidad, para muchos, de los sueños del presente emergerá la ciencia del mañana. Y comenzamos el primer bloque titulado: “Todo lo inmaterial converge en la materia”, existe en estos versos, una materialización un tanto encarnizado de lo sutil, de lo idealizado, pájaros mecanizados, almas como tornillos, aspiradores capaces de succionar la memoria. Hay una confesa decepción que está latente, página tras página, pero elevada a desencanto por la elegancia de su verso libre, de ninguna otra manera consideraríamos una máquina a un poeta, y a sus versos, rascacielos.
Hay una desmitificación desgarrada, aunque no exenta de esperanza, encendemos nuestros sentimientos mediante un interruptor, pero podemos ser robots que soñamos ser hombres. En el poema “Insecto” el contraluz argumental es más agresivo y nítido; “Ha detenido el vuelo sobre la piel del niño”, “y los motores firmes de sus élitros/entonan un temblor de maquinaria”, “lanza un sonido, el último, inaudible/vehículo final que muere sin gasóleo”.
“Razón inanimada” es el segundo bloque, toda una letanía de títulos que describen objetos muertos, si exceptuamos “Sanguijuela”, que la poesía de Alberola se encarga de animar. Un hermoso pretexto para fabular mediante anagogías y metáforas, haciendo más hincapié si cabe en la deshumanización global a la que el ser humano está sometido. El oro reniega de su valor, el folio acusa la pesada carga de soportar las ocurrencias caprichosas del hombre, o la soledad del columpio en la noche, que es vehículo de fantasías y sueños durante el día. Cualquier objeto doméstico, cotidiano o vulgar, del mobiliario urbano por ejemplo, sirve a la autora la posibilidad de encarnar un yo crítico e implacable, que es capaz de renunciar a sus privilegios con tal de alcanzar su libertad. La prosopopeya, el antropomorfismo, se dan la mano en una sucesión de roles tan sugerente como arriesgada. Como curiosidad comentaré, que casi al completo, el segundo bloque de este poemario está equilibrado en cuanto a número de versos, es decir, “El grito del metal” tiene doce versos, los mismos que “Copas”, “Sobre la piel del tacto” tiene diecinueve versos, “Ordenador” dieciocho, “Columpio” “Estilográfica” “Folio” “Sanguijuela” y “Oro” tienen once versos respectivamente, por lo que, quizá premeditadamente o no, el conjunto alcanza una simetría numeral casi perfecta.
“Manual de construcción” es un bloque cuyos poemas carecen de título, más inconcreto en sus imágenes pero más surrealista en sus descripciones, supone un golpe de color al conjunto, ya que amplía su mirada tanto en matices como en temas; “De la contemplación del aire brota el pájaro. Su sonido es madera”, “Nada cura la sed, nada cura la ausencia, nada cura el disturbio/de sabernos camino hacia la nada”. Existe una apreciación metafísica del mundo, del hombre y su envoltura, una esperanza invisible anclada en la naturaleza, que lucha contra el pesimismo de una muerte que se cierne como cima y cumbre sobre todo ser vivo. Más allá del obvio valor estético de la poesía, los versos de Alberola tienen la capacidad de trascender al lector más por su capacidad filosófico-reflexiva que por el lirismo barroco del que esta autora es capaz, censurado en esta ocasión en favor de un acertado planteamiento tan aséptico como cruel.
El “Colofón”, cuarto y último bloque del poemario, lo componen dos poemas, “Máquina” y “Bisonte de baja mira”; “Todas las maquinarias que fueron inventándose/dedicaron sus filos a la muerte/y la muerte fue hecha como un potro de hierro/capaz de reventar el gran sueño del mundo”.
Quizá, por más optimista y alegre que uno sea, después de los escarnios de la vida, debamos reconocer que estamos todos condenados, tanto a errar como a morir, y dentro de esa certidumbre matemática quizá el optimismo sea una hipocresía. Pero lo cierto es que, esa aventura de errar y sufrir hasta morir, conforma la vida, y en una vida cabe en igual medida el dolor como la alegría, la luz es un tornasol de posibilidades y la providencia hace girar su veleta, veleta a la que estamos supeditados desde el momento en que nacimos.