Por César Bakken Tristán

 

 

Te doy mis ojos  (Icíar Bollaín, 2003) es un drama hecho por y para mujeres feministas y andrófobas.

Laia Marull huye de su casa, con su hijo, y se instala en la de su hermana (Candela Peña). El motivo es el maltrato que recibe de su marido (Luis Tosar). Al poco tiempo se reconcilian y vuelven a vivir juntos, pero  los maltratos vuelven a aparecer y la mujer abandonará finalmente a su marido para irse sola a vivir a Madrid.

La violencia de género es un tema deleznable que es necesario condenar y denunciar por todos los medios posibles, incluido el cinematográfico. Pero para hacerlo de la manera que lo hace Icíar Bollaín, mejor no haberlo hecho.  Para mostrar una realidad tal y como es existe el documental, el cine ha de aportar algo más. Te doy mis ojos es una especie de documental ficcionado sobre la terapia psicológica de grupo de los maltratadores de género, con el guión como “casos prácticos” de dicha terapia que es el eje de la trama.

Los personajes masculinos son todos abominables, el estereotipo puro, duro y ancestral del maltratador. Salvo el novio de Candela Peña,que es un toli escocés sometido a su mujer (obviamente no iban a presentar a un español no maltratador, los españoles somos todos maltratadores en acto o en potencia, sin duda…), y el psicólogo, que es una especie de enajenado que trata a sus pacientes como a niños tontos. Todos los personajes que trabajan, se divierten, piensan con la mente abierta, tienen proyección y aspiraciones profesionales, son inteligentes y, en fin, viven de acuerdo con lo que debe de ser un ser humano; son mujeres.

te-doy-mis-ojos

Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín

Es significativo que las principales causas de maltrato doméstico: el alcohol, las drogas, la incultura y la precariedad económica, no son tocados en esta película. Lógico, si el Estado es quien financia en su mayor parte la cinta, ¿cómo va a tirar piedras contra su propio tejado? Eso sí, Tosar se toma alguna cerveza, porque el dinero de la publicidad de Mahou sí es bien recibido en producción.

Te doy mis ojos se limita a analizar una relación de pareja en la que la mujer es un ama de casa sometida a la brutalidad de un tarugo completo que se guía por los más bajos instintos humanoides en su comportamiento conyugal: los celos injustificados, la mala hostia y su frustración e inseguridad personal y laboral.  La pareja tiene un hijo igual que el que tiene una tortuga, ninguno de los dos se ocupa de él. La trama comienza con la huida de la mujer y su hijo a casa de su hermana, tras nueve años de maltratos. La hermana no sabe nada del asunto pero lógicamente la apoya, aunque salen a relucir entre ellas viejas rencillas que no aportan nada al argumento, pero entretienen. La madre de ambas, Rosa María Sardá, es el eslabón genético que une a la protagonista con el maltrato, pues ella también fue maltratada por su marido, pero no se rebeló ya que lo veía normal y aguantaba por ellas. Este personaje es el que representa más nauseabundamente a la España cañí. El resto de mujeres son todas emprendedoras y están liberadísimas. Hablan exactamente como lo harían un grupo de hombres de los catalogados machistas y se van de cañas constantemente.

El guión no aporta nada a nivel creativo y la puesta en escena, menos. Simplemente recrean el estereotipo de relación de maltrato, sin mostrar su origen ni desarrollar el problema. Prefieren mostrar este estereotipo de relación e intercalarlo con secuencias descongestionadoras, como son las de los museos, la boda y los pequeños gags en el bar y en el cementerio. Secuencias que no aportan nada al desarrollo de la trama e inciden más en el estereotipo narrativo elegido.  Por eso insisto en lo que dije al principio: el guión son los “casos prácticos” de la terapia de grupo de los maltratadores.

Es imperdonable tener los medios para aportar algo nuevo a un problema y desaprovecharlos para quedarse simplemente contando lo que todos los espectadores saben ya de ese problema. El cine NO ES PERIODISMO y ni mucho menos hace dramatizaciones para televisión de noticias reales. Señora Bollaín, por el amor de la deidad que elija…

Esto se refleja en la simplísima estructura del guión, sin lugar a ningún tipo de clímax: mujer maltratada que huye del marido. Marido que va a buscarla y la promete cambiar y asiste a clases de terapia de grupo y a consulta psicológica especializada en maltrato. La mujer vuelve con él y el vuelve a comportarse como la bestia que es. Ella se va definitivamente, sin el hijo, eso sí. Los hijos son una carga para una mujer tan liberada.

 

4815_04

Laia Marrull y Luis Tosar

 

Por supuesto no pueden faltar las secuencias de sexo obligatorias en casi toda producción española (y, sobretodo, en las directoras feministas) . La única secuencia de maltrato explícito, a la hora y media,  es por supuesto con un desnudo de muy mal, e injustificado, gusto.

La evolución de Laia es la más radical que he visto en el cine, después de la de Peter Parker tras la picadura de la araña. Pasa de estar nueve años como ama de casa aguantando maltratos a, de repente en unos meses, convertirse en una apasionada y erudita del arte pictórico y la mitología; y a dedicarse profesionalmente a ello. Aunque en la mesita del comedor conyugal tiene un gran busto de Nefertiti, vete a saber por qué.

Tosar es un fracasado que trabaja en el negocio familiar como el último mono del eslabón. No es capaz de pensar en nada y sólo se dedica a actuar como un troglodita y a maltratar a su mujer. Eso sí, auque su personaje nunca lo haría, acude a terapia de grupo y a consulta psicológica. El motivo es mostrar todos los perfiles del maltratador, por edad y profesión. Sólo falta Santiago Segura haciendo de Torrente. Como hombre me siento tremendamente ofendido por este denigrante trato que se nos da en la película y por la absoluta superioridad ética y moral de la mujer, a años luz de nosotros los neandertales.

Candela Peña es también muy progre y transgresora con el antiguo rol de la mujer sometida. Pero eso sí, se casa vestida de novia y organiza un bodorrio del copón, al más puro estilo retrógrado.  Sólo le falta la iglesia para tener loca de contenta a su “malvada” madre. Bollaín, ahí se te ve el plumero.

Lo único bueno que tiene la película es la elección de los dos protagonistas por el físico: Tosar tiene cara de garrulo maltratador y Laia tiene cara de mujer guapa , cándida y sufridora. Interpretativamente están bien. Pero la irrupción de Chus Gutiérrez como secundaria (o un cameo que se le fue de las manos a su amiga Icíar) anula el buen trabajo de los protagonistas.

Supongo que al gran Víctor Erice le habrán echado en cara mil veces el haber sacado de la nada a Icíar Bollaín y a Ana Torrent. Se le han ido de las manos… y el cine español no creo que pueda perdonárselo nunca. Después de  haber tenido que sobrevivir gracias a “Mimosín”, supongo que a Erice no le preocupara esto. A mí, y espero que a ustedes, sí.