‘Elegantly Wasted’, una ofrenda para los sentidos
Por Judit RodríguezLa compañía Nadine Gerspacher deleitó a un público entregado ejecutando con precisión y elegancia su innovador espectáculo Elegantly Wasted; una opereta de teatro físico que aúna teatro, artes y danza contemporánea. Un popurrí para los sentidos que a nadie dejó indiferente.
En esta ocasión se presentó el espectáculo en un marco incomparable, la sala grande de la Nau Ivanow, un singular entorno postindustrial que pasó a formar parte de la esencia del espectáculo confiriéndole una nueva dimensión y acentuando la evidente simbiosis entre clasicismo y modernismo. Entre las lúgubres y sombrías paredes de la Nau se nos presentó un exquisito espectáculo que transmitió al público el trabajo realizado por la compañía en la búsqueda de la expresión máxima del movimiento y los frutos de un método basado en la danza contemporánea y el teatro físico.
La impecable ejecución artística del espectáculo denota un alto nivel por parte de las tres bailarinas principales; las protagonistas demuestran tanto en los movimientos rápidos como en los lentos un magnífico control sobre su cuerpo. La harmonía y sincronicidad con la que aúnan sus movimientos conjuga perfectamente con la idea que pretenden transmitir; ser tres y a la vez una, fusionarse para dar vida a un solo personaje y a todas sus transformaciones.
A través de una puesta en escena trágico-cómica se introduce al espectador en un marco visceral que explora a través del movimiento y la danza las emociones ocultas de una diva desconcertada por sus procesos internos. Tras un vertiginoso viaje a su mundo interior lleno de colorido y transgresión nos adentramos en sus estados más ocultos; ira, desesperación, tristeza y vanidad. La puesta en escena termina con una secuencia armoniosa, bella y delicada que es la representación del reencuentro con uno mismo; donde el mundo interior y el exterior han logrado un equilibrio paulatino.
Un excelente montaje que no deja ningún cabo suelto. La elección del vestuario tiene especial importancia en este caso ya que el imponente vestido blanco que resalta por sus dimensiones y atrapa todas las miradas, nos muestra a una Diva egocéntrica (Anna Fontanet) de elegante semblante y modales distinguidos; que dista mucho de la realidad de su mundo interior.
La crisis llega cuando la Diva se ve incapaz de llevar a cabo las acciones que se propone, por sentirse estancada en el presente y atada al pasado. El volumen de la falda equivale a su espacio vital y las relaciones que mantiene con él, oscilando entre tranquilidad y confrontación. El atuendo representa su pasado y el caparazón que ha ido construyendo a lo largo del tiempo, tan rígido ahora, que la imposibilita y la consume.
Mediante un doloroso proceso, la imagen que se ha formado de ella misma empezará a desmoronarse y la fachada que se ha impuesto empezará a decaer. Su transformación interior se plasma con la aparición de las dos bailarinas que forman parte del mismo ser (Nadine Gerspacher y Helen Canas), los únicos elementos que la conectan a su humanidad perdida y traducen sus emociones en movimiento representando de esta forma los rasgos de su personalidad desatendida. Las emociones empezarán a ganarle terreno a una identidad que ella había creado y de la que hasta el momento era prisionera. Esto hará que su máscara color crema se vaya transformando progresivamente. Los colores rojo y azul de las bailarinas se harán eco de dicha revelación. Y en el momento en que las emociones toman el control y capturan la máscara y el simbólico vestido blanco.; la Diva llevará un vestido púrpura fruto de la unión del rojo y el azul. En este momento se desata una danza salvaje e incontrolable que nos sugiere la inmersión de la Diva en el aquí y ahora.
Definitivamente un acierto estructural, estético y té