Sopa de letras
Por MIGUEL ÁNGEL MONTANARO.
Caravanas de autopista y bocadillo de tortilla.
Asfalto humeante y ceniceros a rebosar.
Pisos vacíos y cacos pluriempleados.
Náufragos urbanos y aceras desiertas.
Desayunos de horchata y postres de sandía.
Apartamentos sin alma y abuelas varicosas.
Perritos chillones y piscinas a mear.
Siestas ciclistas y nana de ventilador.
Ronquidos de hamaca y novelas abiertas.
Paella de chiringuito y chicles en las chanclas.
Bronceado de bote y eritema solar.
Partidas de parchís y chupitos de hierbas.
Abuelos con caña y nietos boquiabiertos.
Glotones de self service y camareros mal dormidos.
Lolitas indiferentes y platos sin fregar.
Banqueros en bermudas y sirenas de yate.
Vigilantes de la playa y vendedores de refrescos.
Collares de conchas y pareos de gasa.
Atardeceres púrpuras y estrellas de mar.
Palmeras anoréxicas y pescado frito.
Chirridos de cigarra y estribillos de Georgie Dann.
Incendios forestales y costillas chamuscadas.
Postales horteras y flotadores de Piolín.
Toallas perdidas y medusas transparentes.
Domingueros sucios y aseos sin papel.
Atasco de carritos y merluza en oferta.
Motos de agua y macarras sin domesticar.
Marineros de secano y veleros de saldo.
Vecinos en Meyba y vecinas sin sal.
Abdominales en apnea y tetas sin mordaza.
Zumo de botox y tinta de calamar.
Fotografías en whatsapp y adúlteros ocasionales.
Pantalones de lino y sombreros Panamá.
Controles de alcoholemia y guardias sin vacaciones.
Turistas a la plancha y picaduras de mosquito.
Sombrillas de colores y chonis por tatuar.
Fiestas de la espuma y sangría industrial.
Gogós de discoteca y Erasmus con final feliz.
Guiris noctámbulos y baños de luna.
Besos a estrenar y teléfonos a olvidar.
Sueños de canícula y huchas rotas.
Montaditos de recuerdos y arena en las maletas.
Verano y vuelta a empezar.