Reseña El siglo del pensamiento mágico de Ignacio Martínez de Pisón
Por Miguel Ángel Albújar Escuredo
Todos hemos experimentado una emoción, un momento particular e irrepetible que se nos queda grabado en la memoria, como una marca indeleble tatuada en los repliegues más profundos de la carnalidad espiritual. La complejidad de la vida suele quedarse fijada a traición furtiva en una breve escena, redimensionada en significado a medida que envejecemos a causa del recuerdo, la lejanía y la pérdida. Aquello que una vez fuimos, inmortalizado bajo capas de imágenes fantasmales acompañadas de la ausencia palpable de sonidos y percepciones: el beso tenue y rosáceo del primer ligue escolar, el intenso aroma a estiércol vacuno de la callejuela central en plena aldea perdida de un verano fundido y el gol de la infancia que no fue un gol, que fue un milagro; y que aún hoy, a través de grabaciones imperfectas, todavía sigue siendo un portal a la felicidad reencontrada.
El gran Escritor Ignacio Martínez de Pisón en El siglo del pensamiento mágico hace un breve repaso a su trayectoria como seguidor de fútbol. Desde una temprana afición al Logroñés, pasando por su posterior traición infantil en favor del Zaragoza, debido a un engañoso pálpito de apuntarse al bando vencedor; finalmente comprendiendo que el amor a unos colores no depende del número de victorias sino de las vivencias que se comparten con él. Breve memoria de la fascinación, declara con orgullo y melancolía el placer de la pena por ser zaragocista, por muchos descensos a segunda división y muchas taquicardias que le acarree. El título de este memorando de amigos, ídolos, buenos y malos momentos no es caprichoso. Martínez de Pisón busca reivindicar las teorías de Mircea Eliade, dándole a la experiencia épica moderna, vehiculada en el enfrentamiento deportivo, la naturaleza de inevitable y antropológica. Nos recuerda el escritor aragonés la idea del “eterno retorno” al mito fundacional, conjuro que permite a las colectividades humanas fijar un núcleo desde el cual cimentar un proyecto conjunto. Hacer algo en grupo exige invariablemente buscar aquello que tenemos en común, y si no existe inventarlo; de ese modo forjar el milagro de la convivencia desde la paradoja de que de lo múltiple surge la unidad; de los individuos se crea una identidad homogénea, en este caso el club de fútbol. La figura del equipo es análoga a la de la ciudad, la familia o la patria, convertidas todas ellas en metáforas del ansia humana por abarcar un objetivo de vida en común, de luchar contra todo lo que envuelve y amenaza la existencia digna del sujeto, doblegando el peligro en su favor mediante la fuerza de la convivencia y la cooperación. El fútbol se desenvuelve en artefacto moderno para conseguir la hermandad de los hombres y las mujeres, como en otras épocas se reivindicaba el patriotismo, la religión o la lucha de clases, atavismos destructores mucho más mortíferos que el deporte y que aún hoy día conservan parte de su atractivo lucífero.
Si se busca justicia es necesario resaltar la categoría del capítulo 10 de este librito honesto, la remembranza de una de las historias más tristes del zaragocismo, también metáfora de la vida y del fútbol, que el Escritor preciosista concentra y densifica como si de un diamante se tratase. El incendio ocurrido en el hotel Corona de Aragón a finales de los 70 confronta el destino y la suerte, delatando todas a una la fatalidad y la futilidad de la existencia. Demuestra una vez más Don Ignacio el contenido místico del fútbol, del universo que vierte y del universo que lo convierte; el ir y venir de mareas humanas acompasadas entre los golpes emocionales de un balón y la danza esotérica de héroes intemporales, bailando sobre un cielo de hierba, gritos, recuerdos soñados y sueños recordados. Como la canción de miles de zaragocista aquel 10 de mayo en París.