Por César Bakken Tristán

 

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El sexto sentido

 

El sexto sentido (EEUU. 1999. M.Night Shyamalan) es una película de suspense en la cual un psicólogo infantil (Bruce Willis) ayuda a un niño (Harley Joel Osment) a superar un estado psicótico y de ansiedad severa causada por extrañas apariciones que ve y que provocan que su vida sea un constante estado de inquietud y de rechazo social.

Al ser tan mala, primero comentaré lo bueno, para que sirva de “vaselina” a mi crítica:

Los actores son todos estupendos, como ocurre en casi todas las películas yanquis. Eso es muy de agradecer. Especialmente Willis y Osment, lo bordan. La BSO es buena y mantiene la tensión narrativa en todo momento. La fotografía es excelente y los planos están muy bien construidos. El transfondo de la película es bueno, pues nos muestra que hay vida después de la muerte y que podemos ver a nuestros seres queridos muertos o a nuestros seres queridos vivos si estamos muertos. Ya está.

El sexto sentido es una de las películas más tramposas de la historia, pues si bien su género (suspense de ficción) permite que no sea creíble, nunca ha de dejar la verosimilitud, y de eso no tiene absolutamente nada. El espectador perspicaz se da cuenta enseguida de que algo falla en la trama, de que Willis actúa como una especie de fantasma, que precisamente es lo que es a partir de que le disparan. 

A partir del 17´nos muestran que lo paranormal será el hilo conductor de todo. Es la secuencia de la cocina, con todos los muebles abiertos. En el 19´, con el encuentro Willis, niño y madre (¿quién ha llamado al psicólogo, por cierto?), comienzan las trampas al espectador, que no cesarán hasta los minutos finales, los del último clímax.  Willis interactúa con el resto de personajes de la trama, pero sin hablar con ninguno, salvo con el niño. Lleva una vida normal que no podría llevar un muerto (de los que salen en la peli) y no se da cuenta… ni el niño. Nos quieren hacer creer que está distanciado de su mujer desde el disparo inicial y que intenta seguir con su vida profesional para ayudar al niño protagonista y expiar su culpa por el que no pudo curar y acabó disparándole y suicidándose. 

 

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Bruce Willis

 

Hasta el 40´ no se nos presenta a ningún espíritu, en el armario de la casa de un compañero de clase del niño. Hasta ese momento la trama es un psicólogo amargado por su situación sentimental y profesional que intenta ayudar a un niño que está todavía más amargado que él y, entre medias, una madre y una esposa igual de amargadas. 

En el 48´ llega el primer clímax: “ En ocasiones veo muertos” ¡Bien, coño bien! por fin empiezan a darnos pistas de lo que va la peli realmente y eso que está ya a la mitad. Eso sí, justo antes de eso el guionista (que es el director) se permite engañar a todos, espectadores y personajes, haciendo que Willis le diga al niño que su mujer y él apenas se hablan… cuando no se hablan nada porque él está muerto y ella no usa ouija. Aquí surgen ya las primeras preguntas: si el niño ve a los espíritus de los muertos, ¿por qué no sabe que Willis es uno de ellos?, ¿y si lo sabe por qué no dice nada?, ¿ y por qué Willlis no sabe que él es un muerto si todos los demás muertos sí lo saben? ¿Y por qué no aparece con la herida mortal  (al final sí la enseña) que sí muestran el resto? El guionista sale del paso a lo bestia haciéndole decir al niño que los muertos no saben que lo están y que no se ven unos a otros y, en cambio, ven lo que quieren.  ¿No saben que están muertos?, ¿entonces por qué se le aparecen al niño, con las heridas mortales, para pedirle su última voluntad? Resulta que es Willis el único espíritu que cumple esos estúpidos requisitos, y es el único al que nos presentan como humano. Menuda cantada.  Intolerable tomadura de pelo y falta de imaginación creativa.

A partir del 52´es cuando aparecen los espíritus de los muertos, ya era hora. Si se descuidan un poco lo dejan para la secuela de la película.

Lo más hilarante de la trama es que Willis escucha una grabación de su asesino, cuando le trató de niño, y se da cuenta de que el niño ese veía muertos, por lo que cree al protagonista y se permite el lujo de hacer de experto en parapsicología y le aconseja que haga caso a los muertos para que se vayan, que no le quieren hacer daño. ¡Pero coño! Y no se da cuenta de que él mismo está  fiambre.  A partir de aquí el protagonista empieza a ayudar a los muertos. Hay una secuencia que rompe con la monotonía de la trama y nos muestra a una madre filicida, con cámara oculta incluida. Se agradece para salir del bostezo.

Como a partir de aquí el protagonista ya se lleva de lujo con los espíritus, no necesita a Willis, y se despiden mutuamente. Eso sí, no sin antes decirle al psicólogo que hable con su mujer cuando esté dormida y todo se arreglará entre la pareja.

A la hora y veintiocho minutos por fin el niño se sincera con la madre y le dice lo de los muertos. La madre flipa pero el guionista se inventa un rollo con la abuela que la convence. Menos mal que no acaba la peli sin que la madre sea participe de la trama real, está muy feo engañar a una madre…

El clímax final es de alucine: Willis llega a casa (¿entrará atravesando la pared, sin darse cuenta, como siempre?) y habla con su mujer dormida. A ella se le cae el anillo de boda del marido y él cae en el pequeño detalle de que no lo tiene en su mano… y ahí se da cuenta de que ¡oh, cielo santo! está muerto. Y tiene la camisa llena de sangre. Meten unos flash back para recordarnos el disparo, por si nos hemos dormido un poco. Willis se toma genial el clímax final y habla con su mujer, diciéndole que cuando despierte ya estará todo bien y ella le contesta, sonriente: “Adiós, Malcom”. “Adiós, cariño” le dice él también muy feliz. Fundido a blanco para simbolizar la ascensión al cielo y unos segundos de recuerdo de su boda, beso incluido (aquí hecho en falta el tema principal de la BSO de Ghost).