Un libro oculto, un caso real y de cómo lo conocí por Internet: Juan Sayagués.
Por Iago Fernández
@IagoFrnndz
Lo que sigue trata de un escritor desconocido, de la lucha y la resistencia desinteresadas, que sin duda son las más fecundas, y sobre todo es una historia real con la que trabé contacto gracias al blog que llevo con Víctor Balcells, amigo mío, escritor y buen lector en un submundo lleno de tarugos, el de la literatura en castellano
Una tarde, una noche o una mañana de facebook “ociosa y brutal”, que diría Rimbaud y, tranquilamente, secundaría Louis Aragon, me habló un desconocido, Juan Sayagués, y como al menos aparentaba inteligencia, me detuve a charlar un momento, que tampoco debía tener nada entre manos importante. Me dijo: acabo de publicar un libro. Pensé: mierda. Continuó: he leído vuestro blog, parece que controláis. Pensé: vamos mejorando. Le pregunté por sus escritores favoritos, una pregunta irremediablemente banal, pero también iluminadora en muchos casos, cuando los interlocutores no tienen el entendimiento de un mono e intuyen del posible talento lector de su recién conocido. Para mi asombro, me habló del Siglo de Oro y de la cultura clásica demostrando unos conocimientos de alto rango y yo pensé, casi automática e irónicamente, con la placidez sarcástica que me revolotea luego de releer a Vila-Matas: no puede ser español. Efectivamente. Aunque de nacimiento sí lo era, había emigrado a Inglaterra, Escocia y Dinamarca, desde donde hablaba; no me aclaró a qué se dedicaba o cómo había viajado de un país a otro, pero cuento con traslados agitados, desesperados y riesgosos, porque demostraba un espanto profundo por España y haría lo posible para no volver. También me dijo: estoy bebiendo. Yo le pregunté: qué bebes. Vino africano, me dijo, y estoy borracho. Entonces le pregunté por su novela, que se titula Días lúgubres, Novela de Don Pollón y Altramuz, y cuyo prólogo firma Juan Goytisolo. Me dijo que le había costado Dios y ayuda publicarla, que le había mostrado el libro a varios profesores universitarios (esa raza provecta y a veces innoble que apenas entiende, por mucho que presuma, de lo que implica el hecho literario excepto en sus cauces más superficiales, los más mediocres, y terminan por enseñorear una cultura más ficticia que real) pero lo habían despreciado y alguno incluso lo consideró insultante. Muy amablemente, se ofreció a enviarme una copia del libro desde Taastrup, al Oeste de Copenhague, por si me apeteciera echarle un ojo y reseñarlo en el blog que llevo con Víctor Balcells. Le dije que adelante, que sin duda la echaría un ojo, y me ha llegado a casa el otro día.
La pregunta que cualquier lector avispado se hace ahora es: ¿y por qué hablas de la novela en la sección de comunicación de Culturamas y no en tus malditos artículos? Bueno, pues porque la novela es buena pero si le dedicara una reseña crítica donde resaltara sus valores formales, intertextuales y polifónico-políticos, nadie repararía en su génesis, en la esforzada empresa del escritor oculto, ajeno a los círculos del poder y sin embargo comprometido con la liga de la buena literatura, un compromiso suicida y que sólo se cumple con el exilio, pero no un exilio fácil o complaciente, sino con el exilio que le supongo a Juan Sayagués, un exilio que proviene de la negación, el asco y la pasión exploradora, un exilio que ya no es propiamente físico, sino ético y mental, un exilio de la estulticia dominante y, sobre todo, de la complicidad con la estulticia dominante. Quiero pensar que aquí cuento la historia de cómo este libro llegó a mí a través de las redes sociales, y más que cualquier otra cosa quiero pensar que aquí tengo la oportunidad de juzgar su trasfondo secreto, valioso de por sí, que fundamenta el libro y culmina con una conversación vía facebook. Porque ahora y siempre estuvimos en estas: la ética personal tiene una ligadura última con la producción artística, y si Rimbaud no hubiera pasado una temporada en el infierno, no hubiera escrito un libro de título homónimo, que si Flaubert no hubiera sido un asceta empedernido, jamás hubiéramos leído ese canto de cisne computerizado que es Madame Bovary, como tampoco hubiéramos tenido a nuestra disposición este libro de Juan Sayagués, un libro valiente y perspicaz, un libro cómico y destructivo en lo formal, un libro, también, inclasificable, si Juan Sayagués no hubiera corrido la aventura del exilio, de un exilio, repito, contra el acomodo y la estulticia. Como diría un colega mío, esa es la actitud.
Desde que Juan Sayagués cerró la conversación, no hemos vuelto a hablar, pero su libro quedó en mi estantería, y yo espero, sinceramente, que continúe escribiendo y bebiendo vino africano, siempre y cuando crea que eso es lo que debe hacer.
Me gustaría saber por qué utilizas la expresión “luego de” y si siempre las ha utilizado, es simple curiosidad.
Sí; es una expresión recurrente, quizá no tanto a nivel escrito, pero sí a nivel oral.
Lo decía porque no es común en el español peninsular, es más bien de Argentina y sentía curiosidad por saber de dónde te venía.
Pues tu comentario no es ocioso: llevo unos días releyendo a Borges y a Cortázar y viendo cine argentino.
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