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Y ELLA vino del frío…

Por JUAN LUIS MARÍN. Tenía 25 años cuando sacaron esta foto. Año 2000. Mi primera experiencia en televisión había acabado (como director, guionista y presentador en Expansión Financiera TV…, supongo que es lo malo de empezar pisando fuerte), soltero, perdido… y rechazado en el casting del reality por excelencia: Gran Hermano. Necesitaba una vía de escape. Y como no pude «encerrarme» en la casa de Guadalix… me fui a Estados Unidos a trabajar en un parque de atracciones. De las mejores decisiones que he tomado en la vida. Por muchas razones. Una de las más importantes… TÚ.

Lilija. Metro ochenta de belleza lituana. Afilados ojos de gata. Bondad. Y vida machacada. Te vi por primera vez en la piscina de la urbanización donde vivíamos, Monarch Crescent. Con ese bañador tipo Speedo que te hacía parecer una atleta del equipo olímpico de natación. Caminando como si lo hicieras sobre un invisible cable de equilibrista. Todo en ti era elegancia. Algo que comprendí semanas después… cuando supe que habías sido modelo de pasarela. Pero no fue lo único que descubrí: también estudiante de empresariales… que abandonó la universidad en virtud de la noche y ketamina inyectada con pistola. Todas ellas confesiones que se sucedieron después de aquella fiesta en mi apartamento, con litros de calimocho que tumbaron a los profesionales bebedores de vodka que, como tú, venían de este; el primer beso en el jardín, el baño vestidos en la piscina y la primera vez que hicimos el amor (también la primera de mi vida, pues todo lo anterior fueron polvos con prostitutas) en el sofá, contigo encima mirándome a los ojos y preguntándome «¿Tienes novia?». Entonces te dije que no. Y te mentí. Porque justo una semana antes de coger el avión… había vuelto con mi novia.

La mentira duró todo el verano. Por eso no tengo más fotos contigo. Fui tan cobarde que tenía miedo de decirte la verdad… o volver a España y que mi novia descubriera las fotos.

Mes y medio después de aquella noche te fuiste a Nantucket… para no volver. Recuerdo el ambiente en tu apartamento en el momento de la despedida. Parecía un funeral. Salimos a dar un paseo. Nos sentamos en los columpios del parque infantil. Cogí tus manos. Y te dije:

– I will never forget you.

– I’ll never forget you too…- fue tu respuesta.

Esa noche, mientras tu viajabas a la isla que hizo popular Moby Dick, yo fui con mis amigos, como cada viernes, al Little Texas. Sonó Only God knows why. Y lloré. Porque nunca antes había amado a una mujer como te amé a ti. Y no te lo demostré… por ser un cobarde de mierda.

Mientras hablaba por teléfono con mi novia de España, me escribía contigo. Y una semana antes de mi regreso, casi seis meses después de haberte conocido, nos vimos en Nueva York.

Tú me descubriste esa ciudad.

Y volví a llorar cuando me despedí de ti en el aeropuerto de La Guardia, pesando que jamás volvería a verte.

Al día siguiente regresé a España.

Mi novia me dejó a los seis meses, por un tío gordo, calvo… y con un Golf GTI.

Pero volví a verte, Lilija. Un año después. En Londres.

Quizá volvamos a encontrarnos de nuevo.

Como dice Kid Rock, Only Gos knows why…

 

 

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