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Paul Bowles: una personalidad mítica

Jason Horsley nos comparte su conexión literaria y psíquica con el escritor Paul Bowles: ruminaciones inéditas que retratan un viaje de descubrimiento en el que el autor explora la personalidad del famoso escritor, fuma kif con su mentor en Tánger y cuestiona la naturaleza de la realidad.

"I saw myself reflected in his eyes."

Paul Bowles / Cherie Nutting

¿Ves en dónde estás? Así es como se siente. ¿Puedes soportar verlo? ¿Tocarlo, olerlo?…Asco es lo que uno sentiría si uno estuviera vivo. En vez de eso, uno sabe que es artificial, la estructura de la realidad misma.

—Paul Bowles

Leer la carta de Bowles ha sido muy emocionante. Quiero decir que este “espíritu” o, dicho más correctamente, su conciencia, parece haber infiltrado la mía y estoy consciente no solo de que su voz tiene un eco en mi escritura, sino también de los contrastes y paralelos entre nosotros, como individuos. El paralelo principal, por supuesto es viajar, y venir a México —en donde Bowles pasó cuatro años— ha ayudado a destacar este paralelo y a intensificar el de por sí fuerte sentimiento de afinidad que tengo con él (si alguna vez él mismo lo sintió, jamás lo sabré). Por otro lado, la cita de arriba enfatiza el extremo contraste en nuestros actuales puntos de vista. Aunque siempre he tenido y presumiblemente siempre tendré un fuerte sentimiento de concordancia con su propia “filosofía de decadencia”, ahora es muy claro que me he estado alejando de esa perspectiva, aun cuando Bowles profundizó más en ella.

Es posible que Bowles haya sido el nihilista más verdadero y lúcido de la historia; él no solo hablaba de eso: encarnaba la perspectiva nihilista —rara vez lo mencionaba, de hecho, y ciertamente jamás lo hacía en sus libros, aunque los describe como pensados “para demostrar la imposibilidad, hasta lo indeseable, de la felicidad”). En vez de eso, él lo vivía. No solo al ser un recluso, sino que parecía que toda su vida estaba dirigida hacia la negación y la eventual erradicación del ser —y no, sospecho, en el sentido “espiritual” del morir para renacer, sino solo por su propio bien, porque posible o, quizá más precisamente, porque “imposible”. A juzgar por mis propios encuentros con Bowles, él no tuvo éxito ni jamás esperó o planeó conseguirlo, ya que tenerlo hubiera implicado ilustración, ser liberado de la perspectiva decadente y una aceptación de la filosofía del amor y del espíritu. Bowles estaba completamente consciente de esto pero, como Lucifer, estaba obligado por su naturaleza a rechazar , a huir quizá. Bowles se retiró más y más de la vida —y hacia la muerte— al envejecer, dejando hacia el final de escribir e incluso de leer. La última vez que lo vi tenía una televisión, un reproductor y un montón de películas en su cuarto, donde presumiblemente pasaba la mayor parte de su tiempo. Sin embargo, su aguda e inquisitiva mente siguió trabajando, suplicando por la pregunta: ¿Cómo funcionaba, exactamente, una vez que no había más nada que considerara valía la pena buscar? Nadie excepto los dioses puede saber eso, ya que nunca lo hizo y ahora no puede.

Creo que al haber pasado mi vida tratando de ocultar todo de todos he terminado por no poder encontrar muchas cosas por mi mismo. De verdad.

¿Qué tipo de hombre era Paul Bowles? Apuesto a que el mundo de la literatura no ha conocido jamás un personaje más extraño y “desconocido” —esa es la palabra, sin duda. Por supuesto, esto explica gran parte de la fascinación que siento por él: un hombre de misterio, aunque en el sentido más negativo o “forzado” del término.

Después de todo, un verdadero hombre de misterio no se reconoce como tal, ya que su misterio no es frontal, está oculto por un aura o disfraz de normalidad. Nunca debería parecer evasivo o recatado, mucho menos reservado, por el contrario, debería ser tan abierto y sociable como la persona promedio. La diferencia es que el hombre de misterio no está predispuesto a abirirse: ha aprendido a ser de esa manera para poder funcionar en el mundo y aun así retener su integridad, su misterio. Y es exclusivamente cuando “el mundo entero” como tal, o los miembros de la sociedad, logran persuadirlo —indirectamente claro, sin darse cuenta de que lo hacen— al levantar ligeramente su disfraz para permitirles acceso a su “verdadera personalidad” (otro disfraz, pero uno mucho más profundo y antiguo), cuando comienzan a percibir que están en presencia del misterio.

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Esto acentúa el contraste entre mi propio camino y el de Bowles: su camino se movió establemente lejos de la vida, hacia la muerte, mientras que el mío (espero) hace lo contrario, se aleja del aislamiento y se dirige hacia la unión, a pesar de las tentaciones. Con todo, el misterio esencial del hombre, del escritor —que sabía instintivamente que no tenía una existencia actual más allá de la expresión del Imaginal  (el reino más allá de la muerte) —permanece igual. Es el misterio de la entidad o del individuo no meramente satisfecho pero obligado, quizá hasta condenado (¿como en el caso de Bowles?), para permanecer como un código, una ausencia, un hoyo en el espacio y el tiempo, una ventana hacia el mundo a través de la cual el Abismo —ya sea el de la muerte o la Eternidad— fría, oscuramente, llama a los vivos. En ambos casos —el de una persona que se refugia en el misterio y se convierte en un recluso y, por otro lado, uno que forma o gira un velo para enmascarar su no-existencia —la tarea principal es la misma: proteger al mundo entero —el mundo del ego—de la aterrorizante presencia de lo abstracto.

El “hombre de misterio” necesita ser retirado de la sociedad y de las estructuras del ego o de formas de pensar (todas basadas en la decadencia) para poder retener su pureza, pero no necesita ser protegido. Por otro lado, el más mínimo vistazo de lo abstracto o Imaginal es suficiente para limpiar por completo las estructuras del mundo del ego para siempre, para llevarlo a la locura, para arrastrar su sombra-existencia hacia la luz en medio de un grito. Esta es la “revelación”, el apocalipsis, y es lo que Bowles, como todo verdadero hombre de misterio, agente de lo Imaginal o ser abstracto, encarna, por sobre todas las otras ideas. Una vez que el velo de la identidad se retira, aunque sea parcial o momentáneamente, no puede reemplazársele. El velo no solo sirve para cubrir el vacío más allá de él, sino para enmascarar su existencia por completo. Una vez que hemos visto el vacío, sin embargo, y sabemos que está ahí, el velo ya no sirve con un fin protector. Ha tomado un nuevo y aterrorizante significado: de iniciación o muerte. Algo en esta idea parece estar sugerido por la manera en que la Muerte siempre aparece encapuchada, pero más allá de eso no tengo mucho que decir, tomando en cuenta que ya he dicho más que suficiente. Solo déjenme agregar que, más que ningún otro escritor desde Edgar Allan Poe (cuyos relatos devoró de pequeño), Paul Bowles parece disfrutar el rol del emisario humano de la muerte, exactamente como La Muerte lo hizo alguna vez en los cuentos de hadas. En sus propias palabras:

Se le da demasiada importancia al escritor y no suficiente a su trabajo. ¿Qué diferencia hace quién es y qué hace, ya que es simplemente una máquina para la transmisión de ideas? En realidad no existe —es un código, un espacio en blanco. Un espía enviado a la vida por las fuerzas de la muerte. Su principal objetivo es llevar la información al otro lado de la frontera, de vuelta a la muerte. Entonces se le puede otorgar una personalidad mítica.

Trasfondo

Conocí a Bowles cuando yo estaba sin un centavo en Tánger, en diciembre de 1991. Un guía turístico marroquí llamado Abdul me llevó al departamento en donde vivía  y, por un golpe de buena suerte, Bowles llegó al mismo tiempo que yo. Lo saludé y, después de dudarlo por un momento, me invitó a subir por una taza de té. Entonces yo no sabía que Bowles era conocido por ese tipo de hospitalidad, así que la oferta me dejo anonadado. Por supuesto acepté y, desde ese momento en adelante y por los siguientes meses que estuve en Tánger, visité regularmente la Casa Bowles, probablemente una vez cada dos semanas, en promedio. Conocí a Rodrigo Rey Rosa y una gran cantidad de personas, algunas que cuidaban de Bowles y otras que simplemente pasaban para conocerlo. Paul nunca fue más que afable y cortés, y principalmente genial. Generalmente lo visitaba por la tarde, después de su cena blanda, cuando yo sabía que estaría acomodándose para fumar su primer cigarrillo kif del día. A veces llevaba mi semse y fumaba kif con él, conversábamos de cualquier cosa que surgiera mientras que yo disfrutaba del calor de su apartamento y el dulce, un tanto surreal conocimiento de estar en compañía de uno de mis héroes literarios. Algunos de mis momentos más felices durante este periodo obscuro fueron saber que, a pesar de mi destitución, soledad, mi desamparo y hambre, y en la ausencia de algún tipo de apoyo emocional, al menos tenía audiencia con Paul Bowles cuando me diera la gana.

Bowles era sin lugar a dudas mi novelista favorito en aquel tiempo (a menos que consideren a Castaneda un novelista). Después de Dostoievski y Edgar Allan Poe, es el autor que probablemente admiro más, y se lo llegué a decir. (Estaba conmovido, quizá algo confundido.) La primera vez que leí sus textos fue en una banca en el centro de Oaxaca, en México, poco tiempo después de llegar en mi peregrinaje de 1989 inspirado por Castaneda. Había escuchado de Bowles a través de una banda llamada The Swans, cuya canción “Let it Come Down”, descubrí, se inispiró en la novela homónima. Fue una edición vieja de El cielo protector de la biblioteca de Oaxaca la que me proporcionó mi primera exposición al trabajo de Bowles. Recuerdo claramente estar sentado en la banca, cerca del ocaso, abriendo el libro y leyendo la primera página. Antes de llegar a la segunda , ya sabía que quería leer todo lo escrito por Bowles. Eventualmente lo hice (aunque solo pude leer La casa de la araña en Tánger, cuando Paul me prestó una de sus copias). Al releer ese primer pasaje ahora, es fácil ver por qué me asombró tanto su prosa. Las primeras líneas describen a un hombre (Port) emergiendo de sus sueños y lentamente adaptándose a su realidad despierta. Con precisa, inolvidable prosa, Bowles crea un sentido de la vertiginosa naturaleza de la conciencia y de cómo la “realidad” es una cuestión particularmente precaria.

Lo que llamó mi atención, sin embargo, no fue lo que la prosa de Bowles expresaba, sino el efecto que tenía sobre mí. Por primera vez estuve consciente del poder de la palabra, no solo para describir estados de consciencia, sino para convocarlos. Mientras estaba sentado en esa banca del parque en el crepúsculo y devoraba esas palabras, sentí claramente mi consciencia desplazándose y cambiando bajo su influencia. Y reconocí a Bowles como un maestro incomparable de la palabra escrita. Castaneda escribió sobre brujería, pero la escritura de Bowles parece ser brujería. Esto era algo que debía investigar profundamente.

Regresé con un amigo a ver a Bowles una última vez antes de que muriera, creo que fue en 1998. Llevé conmigo mi copia de Conversations with Paul Bowles, y él lo firmó “para Jake Horsley, en su regreso a Tánger”. Cuando le dije, con una ligera sonrisa, que era mi favorito de todos sus libros, se sorprendió y dijo, “Pero no lo es”. De hecho, él ni siquiera sabía que existía hasta que vio mi copia. He leído ese libro media docena de veces y todavía disfruto oír los pensamientos de Bowles expresados verbalmente, más de lo que disfruto leer su prosa. Su prosa es formidable, tocada por la genialidad, pero es todo menos reveladora. El mismo Bowles, por otro lado, era asombrosamente honesto en sus entrevistas. Su sensibilidad era verdaderamente única, probablemente con la cual llegué a sentir más afinidad de entre todos los escritores después de Dostoievski. Realmente nunca descubrí qué es lo que él pensaba de mí o de mi escritura (en alguna ocasión leyó parte de mi diario manuscrito y lo único que dijo fue, “puedo ver que lo tomas en serio”), pero no dudo que disfrutaba mis visitas. Sin duda me recordaba, aun después de una ausencia de cinco años. Durante esos meses en Tánger, uno de sus vecinos comentó que le debía agradar ya que de vez en vez mencionaba mi nombre y nunca decía nada malo de mí. Alguien más remarcó que él nunca decía nada malo de nadie, y la respuesta a esto fue que, si a Bowles no le agradaba alguien, simplemente no los mencionaba. 

Tepoztlán, abril 7 de 1998

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