La parte trasera de la naturaleza
Por Pedro Bosqued.
Razón y ciudad.
Museo ICO. Calle Zorilla, 3. Madrid.
Hasta el 15 de septiembre del 2013.
Si una fotografía muestra lo que el ojo no puede ver porque no está en el lugar en que se ha realizado, el que la mira no sabe cuál es el punto de vista que el fotógrafo ha escogido. Un problema de elección que también se da -sin ir más lejos- en las pinturas representativas. Sin embargo, para un espectador del siglo XXI, la fotografía se asocia en el inconsciente con el momento de una secuencia que ha plasmado el autor. Y es ese momento, el que sirve de raíz al desarrollo de la reflexión por parte del espectador. Raíz de una reflexión que puede llevarle por la rama de descifrar que es lo que rodea los contornos que la foto ha enmarcado.
Y hay mucho de eso en la exposición de Manolo Laguillo (Madrid, 1953), catedrático de fotografía en la facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona. Mucho de evolución a partir de solares vacíos, de esqueletos famélicos que cuentan sin decirlo la vida que tuvo el lugar, o la que tendrá. Como si la ausencia de la figura humana confirmara que el autor (el hombre) es quien de verdad ha configurado esa foto, esa idea hecha exposición, ese concepto que invita a la reflexión para acabar desechando el factor tiempo, para acercar el factor naturaleza. Naturaleza entendida como proceso natural que moldea, deforma y modifica lo que había.
Para ponerlo más de manifiesto, pueden servir las fotos de la muestra que se definen con el anglicismo Backskyline, el frontal de Barcelona, Valencia y Palma de Mallorca pero de espalda al mar. El lado a ocultar aparece de la forma más cruda, con una sucesión de edificios en gran angular que dejan poco espacio a la duda sobre lo hecho por el hombre en la naturaleza.
Como enormemente curioso resulta el proyecto de Laguillo sobre el Ensanche barcelonés. Setecientos cruces de los que el autor elige uno de los cuatro chaflanes de cada cruce para radiografiar los edificios conforme se acercan y alejan del centro de la ciudad. Tomadas desde la contra acera para dar aire a la imagen y a su vez dejar dos líneas de fuga en la mirada del espectador hacia las calles que confluyen en el chaflán. La sucesión que parece interminable de fachadas también marca la interminable lluvia de mobiliario urbano que no lleva al autor a desplazar en ningún momento su cámara. Por eso cuando en una de esas fotos, aparece en primera plana un árbol ya verdecido, un alivio sutil permanece en el espectador, pasado otro centenar de imágenes-chaflán.
La fotografía de Laguillo es amplia también en temáticas, desde escaleras que se resisten a derrumbarse pasando por puertos que anuncian movimientos de barcos a golpe de violas, para acabar marcando el paso de una naturaleza a otra. Por encima del tiempo, que como segundos-chaflán, no destruye la percepción de que el ojo humano es capaz de captar la naturaleza aunque los elementos que componen la foto sean tan temporales como una valla publicitaria de la Diagonal antes de la Barcelona olímpica.
Otro logro de la foto de ciudad, captar la naturaleza paso a paso, comenzando por la puerta de atrás.