Accidente de Helicóptero en Supervivientes
Por JUAN LUIS MARÍN. «- ¡Corre! ¡Corre!- se escuchó a través del walkie.
Crujidos. Pisadas. Y gritos de fondo. No era la primera vez que el botón que se aprieta para hablar por el trasto se quedaba “encasquillado”. Pero nunca antes en una situación tan…
– ¡Viene hacia aquí!
Crítica.
– ¡Que salgan todos de los barracones!
Algo que tiembla. Una ráfaga de aire que hace chirriar el altavoz acompañada de un estruendo escalofriante y rítmico, como un gigante molino estrujando granos de café del tamaño de melones. Cada vez más cerca y ensordecedor.
-¡Va hacia…!
– ¡Todos…!
– ¡… la caseta…!
– ¡… al suelo!
– ¡Cuidado con…!
– ¡… el fuego!
– ¡… de producción!
Algarabía. Chispazos. Más “melones” reventados. Y chirridos estridentes que cobran vida, como el alarido de una bestia de ficción. Un zumbido elevado a la enésima potencia. Sollozos. Gritos por todas partes. El crepitar de las llamas. Después, el zumbido que se pierde, un golpe seco, chapoteos lejanos, varios clic – clic, como los del intermitente de un coche… Y silencio.
El Robinson 44 Astro no llegó a aterrizar en Cayo Malayo la noche del dieciséis de Junio. Reuben, el piloto, perdió la línea del horizonte y cuando comenzó el descenso prácticamente ya estaba tocando tierra. La hoguera, en lugar de en la orilla, se prendió junto a la caseta de producción porque Piotr quería aprovecharla para hacer schabowe, chuletas de cerdo a la plancha empanadas con huevo y pan rallado. Cuando Reuben se dio cuenta de que estaba a punto de estrellarse contra los barracones en que dormía el equipo, hizo girar bruscamente el aparato intentando ganar altura en un vuelo rasante sobre las palmeras que le hizo perder los patines y el rotor de cola. Giró y rebotó como una pelota de goma contra los cocoteros, incapaz de recuperar el control hasta precipitarse al vacío y caer al agua, sumergiéndose ocho metros en apenas unos segundos. McFly, un pescador perpetuo de sesenta años que vive en el Cayo y que junto a su familia trabajaba para nosotros, se lanzó al agua de inmediato mientras su mujer e hijos corrían hacia la caseta de producción para ayudar al equipo a apagar el fuego que, pese al chaparrón que había caído, se extendía rápidamente y comenzaba a amenazar los barracones y las cuatro chozas en que vivían McFly y sus vecinos. Reuben se había golpeado la cabeza y permanecía semiinconsciente en la libélula, que reposaba plácidamente en el lecho marino mientras comenzaba a llenarse de agua que entraba por las brechas abiertas en el fuselaje durante su vuelo rasante sobre las palmeras.
McFly, que ya nos había mostrado en varias ocasiones sus habilidades para subir un cocotero con la destreza de un monje shaolin, demostró aquella noche que, además, era un perfecto nadador y mejor submarinista. Sin oxígeno, en la oscuridad de la noche y con el hándicap de las cataratas que estaban convirtiendo sus ojos en dos bulbosas y palpitantes ostras azuladas, rescató al pequeño brasileño, salvándole de una muerte segura. El fuego consiguió extinguirse y poco faltó para que Olsen, uno de los hijos de McFly, no le abriese la cabeza a Piotr de un machetazo.
El Doc voló inmediatamente al Cayo en el militar para conocer de primera mano el estado de Reuben y trasladarlo a Isla Perpetua: un ligero trauma craneoencefálico, una muñeca rota y el habitual estado de shock después de la angustiosa experiencia. Salvo algunos ataques de ansiedad, que estaban camino de convertirse en una epidemia más contagiosa que la peste, sobre todo el de Fanny, cuyos gritos eran los primeros que habíamos escuchado en la inconsciente emisión en directo de los hechos, y otro de Piotr, a quien Borys tuvo que dar un par de coscorrones para que se le bajaran los humos después de sentirse “insultado” por Olsen, veinte años menor que él que le sacaba tres cabezas y quince kilos de puro músculo, todo el equipo de Cayo Malayo estaba bien. De nuevo parecía que un ángel de la guarda velaba por todos nosotros.
Faltaba poco para que se le acabaran los recursos…
Y nos dejara más vendidos que los décimos de la lotería de Navidad.
Si juegas con boletos puedes perder dinero, pero si lo haces con fuego… al final te acabas quemando»
(Fragmento de ISLA PERPETUA, una novela del menda lerenda)