La novela de tu vida: Marta Querol
Por Marta Querol*
Es tan difícil encontrar ese libro que te marcó… Son muchos, todos. Creo que no sería la persona que soy ni escribiría lo que escribo si mis lecturas hubieran sido otras, o si no hubiera leído. Mi sentido del humor creció de la mano de Ibáñez, de Goscinny y Uderzo, de Quino y la pequeña Mafalda ―casi me convertí en una réplica en rubio para desesperación de mi madre― y, en edades más adultas, de los libros de Tom Sharp. La curiosidad y la capacidad de análisis se alimentaron de las páginas de Los Cinco, Los Tres, o Los Siete ―siempre impares―, o de las de Agatha Christie y Patricia Highsmith. También mi afición por conocer otras culturas y viajar a esos sitios que aparecían en las novelas de aventuras encontradas en mi biblioteca; o el sentido realista de la vida que me transmitieron las historias humanas leídas a los autores del realismo francés, con sus antihéroes y tragedias. Esas eran mis lecturas de niñez y juventud, y todas dejaron su huella.
Pero creo que sí hay un libro que me marcó, no por ser el mejor escrito ―aunque es una joya―, tampoco por tener una trama especialmente trepidante. En este libro lo que me enganchó fueron las emociones, duras, fuertes, extremas, sin concesiones. Me macó porque, hasta entonces, mis lecturas eran sobre todo de entretenimiento, como he comentado: acción, aventura, intriga, humor y alguna que otra histórica. Las del realismo francés ya apuntaban en una dirección más profunda, más de entender al ser humano, conocer sus bajas pasiones; en definitiva, sobre la vida. Pero de lo leído hasta entonces (creo que fue a finales de los ochenta), ninguna me impresionó tanto como esta. Beloved, de Toni Morrison ―que unos años más tarde, en 1997, recibiría el Nobel de literatura―, me produjo reacciones profundas, intensas, dolorosas. Leyendo este libro medité sobre lo injusto que es el mundo, sobre la capacidad de sufrimiento del ser humano, sentí ―por medio del arte desplegado allí― lo que una madre es capaz de hacer por no ver sufrir a su hijo, y aprendí que la literatura, además de entretener, podía remover las emociones más profundas, la conciencia, y que incluso del dolor puede extraerse belleza. Lloré, me enfadé, sufrí, sentí alivio, comprensión, rencor, confusión y conmiseración. Me creí la historia, fue real a pesar de sus toques mágicos, oníricos y de una redacción algo densa; en definitiva, me impliqué, y no en la búsqueda de un tesoro o en la desactivación de la bomba de unos terroristas, sino en los dilemas profundos del ser humano. Todavía hoy recuerdo cómo imaginé la cara de Sethe, la madre de Beloved, y mis propias reflexiones sobre el fondo de la historia, sobre el bien y el mal, sobre los límites del amor, las relaciones materno filiales, lo que sería capaz o no de hacer… Y eso no me había pasado con mis lecturas anteriores. Después de éste he leído otros igual de intensos, puede que incluso más, y son muchos los que me gustaron ―ya antes de leer Beloved había disfrutado de lecturas maravillosas―, pero este lo leí a una edad temprana y me impresionó, quedando en mi memoria como el primero que consiguió provocarme todo lo descrito, siendo además consciente de ello. Entonces, en mi futuro no se vislumbraba la posibilidad de llegar a escribir un libro algún día, pero tal vez, solo tal vez, lo que me hizo sentir la novela de Toni Morrison, en aquel lejano verano de 1989, dejó sembrado algo que ahora fluye cuando escribo.
* Marta Querol es periodista y escritora. Su último título publicado es El final del Ave Fénix (Debolsillo).