En casa, con nuestra calavera
Por Violeta Nicolás.
Isabel Muñoz. Eros y ritos
Hasta el 14 de septiembre
Convivir con una calavera, como objeto predilecto de la casa nos suena a pesadilla. Sin embargo las ñatitas son una suerte de amuletos para el hogar donde las conservan y adoran, a cuyos miembros protege de forma sobrenatural. Pueden ser incluso decorativas, y adquirir un sentido estético al adornarlas con flores. Nos cuesta no recordar, al observar las imágenes expuestas, bodegones del barroco, con efecto de vanitas, en el sentido de recordarnos la muerte y lo efímero de la vida. Sin embargo, adquieren otros sentidos para la cultura boliviana, habituados a convivir con la ñatitas, y eso nos despierta curiosidad, abre otras posibilidades para nuestra percepción. Tener siempre presente la muerte debe influir en nuestra forma de ver el mundo. El carácter mágico de protección, nos transporta al mundo onírico, a otra manera de entender los ritos funerarios y honrar el cuerpo de los antepasados, una especie de nexo entre muerte y vida.
Parece que escuchemos una historia antigua al observar las fotografías de su serie “Mitos”, una narración sobre el origen del hombre o del mundo, repleta de magia, actos simbólicos, fuera de toda razón, con una lógica infantil. Un canto rítmico en el que los bailarines de las fotografías ofrecen las líneas de sus cuerpos con generosidad y entusiasmo. Sostienen una tradición, unas máscaras precolombinas, las cuales forman parte de su identidad y narran los orígenes fantásticos de su mundo. El trabajo de Isabel Muñoz, si bien puede tener un valor antropológico, sociológico, e historicista, en cualquier caso, nos acerca su mirada de curiosidad por todas estas personas que nos muestran una estética ligada a unas creencias profundas. Los espectadores, tal vez lejanos o desconocedores de las mismas, podemos encontrar una poética y un imaginario común arquetípico.
Completan la exposición los retratos de “Hijras” -el tercer género: ni hombre ni mujer, o consideradas por algunos como otra forma del transgénero– son miembros de la comunidad hindú con castración ritual, a quienes se les atribuyen poderes divinos con los que bendicen y bautizan. Al contemplar su mirada y su gesto, nos dejan con la sensación de presenciar a seres que viven en otra dimensión, otra vida diferente a la nuestra. Representan la androginia asociada a divinidades ancestrales. Quizá puede sorprendernos que esta práctica de castración voluntaria se conserve y forme parte de su manera de vivir. Nos recuerda que la sexualidad ha estado vinculada a creencias religiosas, desde tiempos inmemoriales, y a sus agentes, los cuales donan su capacidad sexual, su fertilidad –ya sea de modo figurado o literal- por sus ideas de la existencia de algo superior. No nos sorprende encontrar la sensualidad en todos estos individuos, desde los bailarines bolivianos hasta las hijras, como máximo exponente de sus vidas, como un principio divino comunicante, no como algo superficial o banal. Así ocurre con los retratos de la muestra de Isabel Muñoz -artista de trayectoria reconocida- cada detalle es significativo, y se percibe intuitivamente. La sala se inunda de oscuridad donde predomina la imaginación y el retorno a un juego de la infancia donde siempre ganamos con nuestra interpretación y nuestra introspección.