Cuaderno del delirio, Elvira Daudet
Elvira Daudet
Por Juan Laborda Barceló
Existen autores que dedican toda su vida a los versos y, aunque no reciban un reconocimiento generalizado, con una de sus obras llegan a un público más numeroso. Quizá no sea la más representativa de la totalidad de su creación, pero es la que te descubre a un escritor singular. Este es el caso de Elvira Daudet, periodista, poeta y novelista de larga trayectoria. Su última publicación, Cuaderno del delirio, difundido a partes iguales por las nuevas tecnologías y por la Editorial Evohé, ha tenido una notable repercusión.
Este poemario reúne los versos del dolor, de la punzada que interpela con su hiriente lirismo. Encontramos aquí la traducción de una catarsis vital a la más elevada estética poética. Es una poesía comprometida con la vida, camino de obligado tránsito, paisaje severo que se completa entre durezas. Tocada, en el sentido emocional del término, de una gran fuerza evocadora y de unas imágenes contundentes: “Ítaca olía a asilo, a orín de gata en celo” (pág 29).
La autora se deja una parte de sí misma, una libra de carne humana, en este recorrido esteticista. Cuadernos del delirio bebe del mundo clásico, del París soñado, donde el amor aún era posible, para correr entre referencias cultas y accesibles a refugiarse en una Grecia riquísima, pero desalmada. El ritmo es, en esta obra, como la respiración del corredor de fondo: un motor y un alivio constante, que suspende al lector en su inercia. Una vez comenzados los versos, ya no se abandonarán. No podemos abstraernos de la emoción y de la verdad que esconden.
El paso del tiempo, devorador de sus hijos, la fatalidad, los paraísos perdidos y el desamor completan una obra enmarcada por el dolor. La rebeldía sabía de una autora madura jalona estas páginas, regalándonos paradojas del tiempo: “Abril es un caimán con piel de seda” (pág. 37).
Es muy recomendable recorrer estas letras. En el viaje cobraremos conciencia de lo que son: un canto al dolor vivido en una existencia plena. Esto, y no otra cosa, es la buena literatura.
Nos recibe, amable, mientras suenan los compases de Pau Casals de fondo. Al punto de comenzar nuestra conversación lo apaga, buscando que la quietud de la charla incipiente no se vea invadida por las notas musicales. No deja de ser ella misma ni un instante, una poeta cierta. Antes de que nos adentremos en la entrevista nos lanza algunas de las ideas que la tenían ocupada mientras nos esperaba. Sus palabras la describen. Es una autora sólida, con la visión clara de los años y la lucidez del que ha vivido escribiendo:
“Estaba reflexionando sobre el momento extraordinario que vive la poesía española. Es de una gran vitalidad, se están dando tres generaciones a la vez, conectadas entre sí por primera vez. Ahora, los jóvenes pueden conectar con los mayores a través de internet y conocer su poesía directamente. Se venden muy pocos libros de poesía, como siempre, eso no ha cambiado, pero, sin embargo, todos los días hay varios recitales. Éstos se llenan, la gente está conectada, dialoga…Es un momento de una vitalidad extraordinaria, la gente se agrupa, para protegerse. Se ha dado siempre en la poesía española. Ya sabes que la poesía, que parece un mundo tan puro, es, en realidad, un ámbito como debía ser la Roma de los Borgia, peligrosísimo. Por eso la gente se protege.
Por otro lado están las Castas, en Barcelona, en Madrid, los protegidos de las grandes editoriales, los que creen que la poesía es sublime y llevan treinta años seguidos escribiendo un poema al monte Venus de su musa. Para perfeccionarse siguen puliendo tanto tiempo el mismo poema. Luego están los pedantuelos, los que escriben pensando que la poesía es cultura y hay que meter conocimiento a destajo, tachonan todo el poema de citas, algunas de ellas de Hölderling en alemán o de Safo en griego antiguo. Esa gente ha echado a los lectores de la poesía. A pesar de todo ello, yo creo que es un momento apasionante el que vive la poesía española.”
P.- La facilidad de la creación y de las nuevas tecnologías, ¿ha convertido a la poesía (ese género mayor en) en un género menor? ¿Cuáles son tus referentes?
Ya he dicho alguna vez que yo, en poesía, soy tan promiscua, que me resultaría muy difícil saber con cuantos autores me he acostado, son muchísimos. Los clásicos son una referencia, todos somos hijos de Homero, de la Ilíada y de la Odisea, pero sí hay un libro que me ha tocado profundamente, al que vuelvo siempre, ha sido El Prometeo encadenado. En mi generación conocí a los grandes, a los mayores, desde Gerardo Diego, García Nieto, a todos…y evidentemente me enseñaron mucho. Luego estuve viviendo en Francia y los poetas de allá también me influyeron, como Verlain. Llevo algo de todos ellos.
P.- Es la pregunta obligada, pero ¿qué es la poesía?
La poesía es sustancialmente belleza, pero para mí no basta la belleza. El caleidoscopio de los fondos marinos es bellísimo, pero no te emociona. Lo ves y aprecias su belleza, pero no vuelves constantemente a ello, ni te llena los ojos de lágrimas. Lo poesía debe tener, como decía Shylock, una libra de carne del poeta, carne humana. Si no le pones eso que consiga emocionar al lector, acaba resultando fallida.
P.- ¿Cómo buscas el equilibrio entre lo estético, tan importante en la poesía, y lo pasional, que es ese río subterráneo que lo pone todo en contacto?
Pues sinceramente no lo sé. Es la lucha constante del poeta. Muchas veces te dejas llevar por la pasión y notas que eso no está bien dicho. La poesía hay que trabajarla y pulirla. Si bien es un temblor, es la inspiración, alguien que te está soplando al oído, luego hay que trabajarla.
En cualquier caso, este libro, Cuadernos del delirio, es una obra muy especial y diferente al resto de mis creaciones. La escribí casi en estado de trance. Es engañoso porque no soy yo. Fuera el súcubo que me tenía poseída, yo soy una poeta más cotidiana, más de lo común, me interesa más la criatura humana y más el pan antes que la rosa. No soy una poeta del amor.
Este libro ha sido una liberación de un tema muy doloroso y personal. Tras ello he vuelto a ser poeta de lo cotidiano.
P.- Percibo una rebeldía latente en todos tus libros. Cuaderno del delirio tiene algunos puntos en común con el resto de tus obras, aunque el contenido profundo sea diferente.
Sí, he sido rebelde desde niña. Escribí mi primera novela con diez años y sobre un tema tan cercano e íntimo como la familia. (“Mi padre era un buen hombre y mi madre una desaprensiva”, así empezaba el texto). Yo pensaba que desaprensiva era una persona “poco aprensiva”, que se quejaba poco, lo que hace no dominar el lenguaje…A mi madre le molestó muchísimo y la tiró directamente a la estufa. Aquello me dolió tanto que pensé, ya no voy a escribir más novela, sólo poesía. Así, casi como un acto de rebeldía, surgió la poesía en mí.
P.- El dolor como motor de la creación. En Cuadernos del delirio el dolor resulta una herramienta para ser creativo, aunque también hay esperanza al final ¿Es una obra en torno al dolor?
Sí, es una obra en torno al dolor. Toda mi obra está marcada por él. A mí no me motiva más que el dolor. Cuando estoy alegre, no me da por escribir, prefiero vivir (a pierna suelta…) y no pienso en ponerme a escribir sobre todo ello. Sólo me mueve a la poesía el dolor. El mío y el ajeno, por supuesto.
P.- Hay lugares en tu poesía, París, Ítaca, la antigüedad clásica, ¿son, en cierto modo, los paraísos perdidos personales?
Sin duda, el mundo clásico es comenzar a vivir, pero comenzar a vivir sensiblemente, inteligentemente. Todos nos hemos creído que Homero era el padre de la poesía, ahora sabemos que no es así. Él era un señor que iba por los pueblos y recogía la poesía que hacía la gente. Es el pueblo realmente el que con su fantasía y con la mitología que tiene va creando personajes y épica. Imagínate cómo debía ser Ítaca. Yo en un poema digo que Ítaca es de donde se escapa, no donde quiere volver Ulises, porque olía a orín, a asilo, es el pueblo viejo del que uno quiere huir. Es la fantasía la que nos hace héroes en algún momento.
P.- Veo que hay mucho en desamor en Cuaderno del delirio, pero es un desamor caduco, que no tiene más que pasado.
El gran dolor de este libro es que no tiene futuro. Es un libro que acaba consigo mismo, es un pasado doloroso que se cierra. Es más, he decidido que tras este libro, que me costó una enfermedad y que tiene mucho de mí, dejaré la poesía. No voy a escribir más poesía.
Decía un amigo escritor que cuándo uno no tiene nada más que decir o no quiere aportar más, debe aprender a poner punto y final a su creación.
Desde luego, es lo más honrado. Cuando uno tiene más años, es el momento en el que más recursos técnicos domina para seguir escribiendo, pero a mi no me parece honrado.
P.- Existencia, camino y transformación. ¿Esto es Cuaderno del delirio?
Sí, sin duda alguna, aquí hay una parte de mi existencia, vital y que ocurrió. Es dolor y es transformación, pues después de vivir y de escribir sobre esa experiencia ya no eres la misma persona. Está bien definido.
P.-Hay muchas metáforas del tiempo, ¿es una obra del pasado y del tiempo?
Yo he querido hablar en Cuaderno del delirio de cómo te va transformando el tiempo, es un tiempo al que uno querría volver siempre. El tiempo es Ítaca, siempre querríamos volver al paraíso perdido. El tiempo va haciendo una obra de destrucción, y de construcción, por otra parte, puesto que eres otra persona después de todo. Estás más vivo, eres capaz de disfrutar de la música, de la vida, de los seres humanos, de la amistad de otra manera tras todo ese proceso creador. Ya eres otra persona.
P.- Hay un reflejo de la naturaleza humana, dolor en estado puro
Ahí está la libra de carne de la que hablábamos antes…
P.- Es una poesía muy visual la tuya, hay mucha fotografía y pintura en tu obra.
Sí, yo he tratado a muchos pintores. He convivido con ellos en París. Llegué allí con 19 años y conocí a grandes pintores españoles, desde Saura hasta Eduardo González Arroyo o Pepe Lafont. Mi relación era con ellos, que me enseñaron a ver pintura, a situar la mirada. He podido ver el Louvre con diversos pintores.
P.- Para terminar, si te parece bien, cuéntanos cuál es tu proceso, ¿cómo te enfrentas a la creación?
Uno de repente siente el soplo, se le ocurre una idea. La apunta pues si no se escapa, como los vilanos de la infancia, que los perseguías y si no los cogías bien, venía un golpe de aire y te los arrebataba. No podemos dejar la creación a impulsos del aire. Coges la idea y poco a poco la vas transformando. Lo mismo en poesía que en novela, que es, además, muy torturante. Un poema lo resuelves ya, viene y lo dejas listo en poco tiempo. Pero en una novela, donde te enfrentas a unos personajes y ves que falla algo, hay que tratar de darle verosimilitud. Suele ocurrir que un personaje te encadena y se convierte en una obsesión que no te deja dormir. Soy muy obsesiva mientras escribo. Creo que en eso soy muy creativa, estoy muy pendiente de aquello que se oye interiormente, pero inmediatamente tengo que escribirlo.