Tributo a los brutos
Por MIGUEL ÁNGEL MONTANARO. Hace años conocí a un editor, dueño de varios diarios, que inmisericorde, insultaba a los redactores llamándoles: <juntaletras>.
El mandamás aprovechaba sus visitas ocasionales a la redacción para afearles a los periodistas su baja calidad estilística.
–¿Os parece bonito que os tenga que corregir los textos el becario de publicidad?… –vociferaba haciendo temblar el edificio.
De aquella, había un corrector que se dedicaba a esos menesteres, pero los licenciados preferían desnudar sus vergüenzas ortográficas delante del comercial, antes de que los artículos llegasen a la rotativa.
Esta práctica venía a ser algo así, como mostrarle diariamente un forúnculo en donde termina la misma palabra, al celador del consultorio médico, en lugar de ponerse a cuatro patas sobre la camilla de la enfermera de guardia.
Hasta que el editor se enteró, claro está.
En nuestros días, la extensión de la enseñanza a la sociedad de forma masiva es un logro indiscutible. Un hito
La tasa de analfabetismo en España es baja y eso es estupendo.
Hoy, hasta un servidor escribe.
Hasta Jorge Javier Vázquez, escribe, y no solo eso, vende más libros que Eduardo Mendoza. Aunque no nos debe extrañar esta circunstancia, pues todo aquel que ve un programa de televisión de este comunicador, capta al vuelo el poderío de su verbo refinado, la soltura de su elegante ironía y sobre todo, el uso magistral de su florido vocabulario.
El inefable presentador de programas del miocardio, es un indiscutible y justo heredero del trivium medieval; esto es, el arte de la retórica, la dialéctica y la gramática.
En resumidas cuentas, no se puede entender la literatura contemporánea española sin la insustituible aportación de Jorge Javier Vázquez…
Pero les hablaba de las dificultades de ciertas personas dedicadas a la escritura, para presentar sus columnas a los lectores de una manera cuidada.
La RAE no ayuda. Está dislocada. O chochea.
Sus últimas correcciones ortográficas tienen desubicado al personal amanuense.
Que si desaparece la letra che, que si se pulen también la elle, que si ahora el adjetivo: “solo” –o adverbio de modo, según se emplee–, ya no lleva tilde; que si palabras como: “guion” o “truhan”, tampoco se acentúan, etcétera.
Y para colmo de males, después de liarla parda y con la revuelta de los que le dan a la tecla, la Academia de la Lengua se echa para atrás y dice que esas indicaciones, son ahora simples recomendaciones y no, reglas de obligado cumplimiento.
La RAE no es perfecta desde luego y las letras están en permanente evolución, ya que el lenguaje no es inamovible y su propio uso engrosa constantemente el vocabulario con nuevos vocablos; pero al mismo tiempo la Academia de la Lengua mantiene ciertas incoherencias verbales y gramaticales, cuando menos, curiosas.
Les pondré un ejemplo. La RAE admite la palabra “malcomido”, sin embargo, no registra la palabra “maldormido”.
Cosa extraña esta, ya que en la mayoría de las ocasiones, el segundo de los dos estados va de la mano del primero.
¿O conocen ustedes a muchas personas que usualmente duerman poco y mal y coman mucho y bien?
Vista la anomalía, exijo que en la revisión de nuestro docto diccionario, se incluya esta nueva entrada que tan bien describe mi situación vital.
Maldormido: (Del part. de maldormir).
1. adj. Dícese de la persona que duerme poco.
2. loc. adj. Estado natural de Montanaro.
Que bonito es esto de hermanar las palabras.
Y ahora –si he conseguido arrancarles una sonrisa–, me permitirán que cambie el tono para hablarles de algo muy serio.
El asunto no es ridiculizar a los escribidores. No soy juez de nadie, ni soy perfecto. Todos hemos cometido alguna falta de ortografía y el que esté libre de pecado que arroje por la ventana su ordenador.
Pero una cosa es olvidar un acento y otra, olvidar el significado de las palabras.
Sobre todo, cuando las palabras encierran hechos que nunca debemos olvidar.
Hoy, se cumplen dieciséis años del asesinato de Miguel Ángel Blanco y me hierve la sangre cuando leo a docenas de licenciados en Ciencias de la Información, escribendo en sus crónicas, que este concejal fue “ejecutado” por los terroristas de ETA.
Que yo sepa, ejecutar, es sinónimo de ajusticiar y solo un Estado puede aplicar ese castigo –si contempla la pena máxima en su ordenamiento jurídico–, caso éste que no es el nuestro. Afortunadamente.
Por lo tanto a Miguel Ángel Blanco no se le ajustició. Se le asesinó.
Maniatado y de rodillas.
Así que, ruego que en adelante, llamemos a las cosas por su nombre y que no seamos brutos, que el primer significado de bruto es: necio.
Del asesino del concejal de Ermua no pienso hablar.
No merece siquiera mi desprecio.
En el diccionario ya hay una palabra que le define plenamente.
Es el adjetivo: malnacido.