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La levitación

La levitación. Guillermo Sánchez. Jirones de Azul, Sevilla, 2012. 443 páginas. 18 €

Por Pedro Luis Ibáñez Lérida

La levitación, de Guillermo SánchezLa decadencia de lo que fue la capital de mundo, Sevilla, avanzado el siglo XVII, es el panorama histórico y social en el que Guillermo Sánchez centra su obra. La bula pontificia que sin declarar como dogma de fe la Inmaculada Concepción de María, obligaba al silencio a quienes se resistían a aceptarla, sirve de pretexto al autor para adentrarse en la sinuosidades de tan compleja red social y urbana. Domeñada por el tráfico de influencias, la consentida corrupción, el influjo religioso y un desmedido y manirroto ejercicio de derroche en las finanzas. Felipe II forjador de un imperio sin ausencia de sol, prendió la mecha que, finalmente, hizo explotar el polvorín. No sólo era la necesidad de anexionar territorios, en esa peculiar mixtificación de lo divino y terreno en el que iglesia y estado formaban un tándem para conjurar, por devoción o  potro de tormento, a los herejes. También la miseria, incultura y fanatismo que procuró intramuros. Mientras los galeones procedentes del Nuevo Mundo y atiborrados de plata y oro, continuaban incesantes remontando el Guadalquivir para atracar en el puerto hispalense, meta de su larguísimo periplo viajero.

El autor sevillano señala en el epílogo de la obra, citando a Luis Cernuda –este  año se celebra el cincuenta aniversario de su fallecimiento en el exilio mejicano- que hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Los personajes de La levitación son arrojados como dados sobre el tapiz. Su destino está marcado por el grado de intoxicación en el que se encuentra la sociedad de la que forman parte. “Bienvenidos a la ciudad de la confusión y mal gobierno”. Sin embargo, se zafan de éste y protagonizan su propio acontecer. Así podemos ver como Bernardino Monroy y su esposa Catalina de Asís, son verdaderos gestores de la reeducación infantil y juvenil de un nutrido grupo de desharrapados niños. A los que enseña el oficio de escribano e impresor y educa en el amor a los libros, “Los libros hacen libre a quien los quiere bien”. Uno de ellos, Juanelo, junto a su amigo Jusepe de Isasi, desmadejan el hilo argumental y condensan en sus avatares, cuitas y aventuras, una mirada vivaz y conspicua de cuanta magnificiencia y miseria aglutina la sociedad del Siglo de Oro. Los pícaros, matachines, tahúres y una cohorte de tipos de los bajos fondos, nutren el poso más oscuro donde la vida no tiene precio, porque no vale absolutamente nada. Otros de mayor sofisticación aristocrática aspiran a más poder con la apoyatura de éstos y sus manejos en la sombra.

El autor hace fiel y sólido principio en la utilización de los vocablos empleados. Surtiendo de verdaderas joyas al lector, que no debe rendirse a la primera tentación de tomar el diccionario. El contexto va asintiendo el significado y abundando en la belleza de la lengua española, en la que aquél debe dejarse fluir. También el uso de germanías, giros y dichos dotan a la trama de ese contrapunto que beneficia el regusto por la curiosidad lectora. Hay una reivindicación de la estética del barroco en toda la obra. Se deja translucir en la pormenorizada descripción y la riqueza de las palabras que utiliza. A veces incluso dotando a la secuencia de cierto delirio.

En La levitación la existencia humana aparece con toda su crudeza y grandeza. Alma y conciencia se enfrentan al latrocinio y al fraude. La consistencia del mensaje impregnado de cierta moral y ética, nos invita a reflexionar. Hoy continúan vigentes las cuestiones planteadas en esta obra. La cruenta realidad en la que los valores benefactores e íntegros se ven abocados a la exclusión por el influjo económico. Como señala uno de los personajes, “no somos pobres, estamos pobres”. La pobreza no sólo se contiene en el estómago. El Padre Medrano lo define con sabia descripción: “el corazón del mundo latía sin compás”. Qué mejor y mayor precisión que ésta para considerar el mundo contemporáneo.

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