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YO JUGUÉ CON UN ASESINO

librosPor JUAN LUIS MARÍN. La imaginación criminal de los adultos no conoce límites, sobre todo cuando se trata de proyectar sus inseguridades, miedos, frustraciones o, directamente, enfermedades mentales sobre los más pequeños.

Una madre desahuciada que se lanza al río con su hijo en brazos para suicidarse… y lo único que consigue es ahogar a su retoño. Otra que, incapaz de enfrentarse a la maternidad, esconde a su bebé en un conducto de aire acondicionado donde el pequeño pasa horas hasta que es rescatado por los vecinos, alertados por un llanto que, en un principio, confunden con el maullido de un gato. O ese despiadado monstruo cuyo nombre no merece ser nombrado capaz de quemar vivos a sus hijos en su finca.

Cuando suceden estas cosas siento verdadero pánico. Y me reafirmo en la idea de que no sé si algún día estaré preparado para ser padre. Porque, aunque pueda sucumbir al pretencioso pensamiento de que yo jamás seré capaz de hacer algo así con la sangre de mi sangre, más pretencioso sería creer que puedo protegerlo de otros monstruos que pueblan este mundo y se aprovechan de una inocencia que se mueren de ganas de devorar a mordiscos.

Pedófilos y pederastas que, como valientemente interpretó Kevin Bacon en El leñador, son tan humanos como tú y yo. Están en todas partes. Y no dejarán de ser lo que son hasta que reciban la ayuda que necesitan.

Hubo una vez un chico llamado Juanito que se encontró con uno de esos depredadores sexuales: Eduardo González Arenas. Quién, a través de la secta Edelweiss, se aprovechó de decenas de niños y adolescentes. Como hace poco supimos que hicieron monitores deportivos o coordinadores de actividades juveniles. Con una diferencia: Juanito, que venía de una familia desestructurada, se tomó la justicia por su mano, cortándole el cuello a su verdugo con un cuchillo jamonero. Una historia que el próximo mes de septiembre cumplirá su 15 aniversario y que Natalia Cárdenas narra con vibrante pulso y sinceridad extrema en Yo jugué con un asesino. No en vano, como dice el título, Natalia compartió juegos infantiles con Juanito y fue testigo de cómo la vida trataba injustamente a éste chaval hasta alcanzar el trágico desenlace.

Una justicia en pañales en esos asuntos permitió hace años a Eduardo entrar y salir de la cárcel para continuar cometiendo sus delitos sexuales entre Madrid e Ibiza. Y tuvo que ser una de sus víctimas quien pusiera punto y final a tan terrible trayectoria.

Hoy día ese tipo de crímenes continúan ocurriendo.

Los niños siguen siendo víctimas.

Es entonces cuando pienso que para tener un hijo habría que sacarse un «carnet de padre».

Y para vivir en este mundo…

Otro de ser humano.

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