Ángeles, amor inmortal
Por DALIA FERRY. Aquí os dejo una historia con mucho gancho …
Estoy en el avión con destino a Roma.
¡Por fin!, No me puedo creer que después de tanta lucha, haya conseguido dinero suficiente para mis vacaciones en Roma.
¡Bueno! En realidad no eran unas vacaciones, sino más bien una manera lógica de terminar mi proyecto de fin de carrera en la Universidad de periodismo. Mi idea era escribir un articulo sobre las misteriosas desapariciones que últimamente se habían registrado en Roma.
¿La verdad? Estoy loca, pero es mi sueño y por fin se hace realidad.
El viaje fue bastante lento y pesado pero todo mi pesar desapareció cuando después de tantas horas pisaba suelo italiano. Cogí mis maletas y me subí a un taxi.
Elegí Pop Inn Hostel, un pequeño hotel, situado en pleno centro de ciudad muy bien comunicado y con buen servicio, lo ideal para mi que no conocía la ciudad más allá de fotografías y reportajes turísticos.
No me lo podía creer estaba en medio de la ciudad, a lo lejos podía divisar el Coliseo Romano y un poco más allá la increíble cúpula de San Pedro.
La entrada del hotel era sencilla, la recepción se encontraba vacía, el recepcionista al verme fue a mi encuentro.
– Buenos días
– Buenos días Srta, ¿Tiene usted reserva?.
– Sí
– ¿ A que nombre?
– Juliette Vinot
– Efectivamente señorita, aquí esta su reserva, habitación 510.
Estaba firmando mi hoja de entrada, cuando oí unos pasos a mi espalda, parecían bastante corpulentos, por el ruido que hacían al andar, al levantar la vista, vi la cara de angustia del recepcionista, me gire rápidamente y los vi, eran tres hombres armados con ballesta de aspecto robusto y muy altos, sus ojos me apuntaban con fiereza,
¡Iban a por mí!
En ese momento, ocurrió algo inesperado un hombre se interpuso entre ellos y yo, era igual de corpulento y alto, pero a diferencia de ellos, intentaba protegerme, era la criatura más perfecta que había visto antes comparable a el David de Miguel Ángel.
Empezaron a hablar entre ellos en una lengua desconocida, que no era italiano ni ningún otro idioma conocido, era como una especie de dialecto que solo ellos conocían.
Ellos me señalaban y le gritaban para que se apartara de su camino, pero el no accedía, los ojos de los otros eran color rojo, y su furia aumentaba por momentos. Me empujo hacía atrás y sentí como mi espalda chocaba con el mostrador de la recepción. Tanto sus brazos como su cuerpo me mantenían oculta y me impedían cualquier movimiento.
Su voz cálida y a la vez contundente, logro apaciguarlos y terminaron por marcharse.
Se dio la vuelta hacia mi, su rostro era perfecto y sus ojos oscuros y almendrados. No me hablo tan solo me miro fríamente y se fue.
– Se encuentra bien señorita, – Me dijo el recepcionista aún temblando
– ¡Creo que sí !- Creía porque en realidad estaba a punto de desmayarme.
– Voy a llamar a la policía – Dijo el recepcionista.
La policía nos hizo algunas preguntas y tomaron las oportunas anotaciones para la denuncia, aunque según nos explicaron podría tratarse de unos atracadores buscando un botín.
La verdad su teoría no me convencía demasiado, esos hombres no querían robar si no matar, seguro lo hubiesen conseguido de no ser por ese desconocido que se interpuso en su camino.
Después de tanto hablar para nada me dirigí a mi cuarto, a descansar estaba agotada, llevaba tres horas en Roma y ya parecía una eternidad.
Tome un baño caliente, y me tumbe en la cama. El sueño hizo el resto.