Hoy recordamos: Dersu Uzala (1975) de Akira Kurosawa
Por Juan Murillo Bodas
La película que nos ocupa es una de las últimas obras maestras de uno de los grandes artistas de la historia del cine: Akira Kurosawa, el cual ha sido a lo largo de su trayectoria cinematográfica director, guionista, montador, pintor…
Dersu Uzala es una de esas películas cuya sencilla poesía conmociona por su autenticidad y sinceridad. Se trata de la adaptación al cine de Dersu Uzala, La Taiga del Ussuri. del explorador y naturalista ruso Vladímir Arséniev, especie de libro de viajes en el que el escritor dejó constancia de sus experiencias como cartógrafo en este salvaje territorio a principios del siglo XX junto a un anciano cazador de la tribu de los hezhen. Su relación de amistad con él marcaría toda su vida.
Kurosawa nos relata, a través de una narración episódica, una mínima línea argumental en la que el paisaje es un personaje protagónico lo largo de la mayor parte de la película; se usa la voz en off, pero no excesivamente, y con la intención de resaltar las vivencias del oficial ruso cuya admiración por el anciano cazador es realmente sincera.
La serenidad y el misticismo de la película residen en la mirada elegiaca que Kurosawa nos ofrece de una forma de vivir y de entender las relaciones entre el hombre y la naturaleza que proviene de un primitivismo ingenuo propio del animismo, una forma de vivir que no puede entenderse sin la comunión total con la Naturaleza; de ahí los valores que nos transmite el anciano cazador: la humildad, la paciencia, la ingenuidad o la resignación derivan del hecho de habitar tan vasto y particular territorio… El propio oficial ruso en uno de esos comentarios en off nos dice: “El hombre es demasiado pequeño al lado de la gran Naturaleza” y se deja guiar por el anciano cazador a través de su inmenso hogar, de hecho y tal como contará después a su hijo al calor del fuego de su hogar: “me ha salvado la vida varias veces”… Y es que en esta delicada narración poética aparece también el elemento épico/ existencial, especialmente en el episodio de la construcción de un improvisado refugio a base de plantas secas…
Kurosawa utiliza un lenguaje sencillo pero directo, y su exquisito uso de la cámara, que desliza suavemente a través de travellings laterales, capta a la perfección la enormidad del paisaje; por otra parte, la multitud de planos fijos en tonos apagados (con predominio del marrón, el gris y el blanco), nos hace partícipes de las conversaciones junto a la hoguera, de las reflexiones en lúcidas en voz alta de Dersu Uzala y de toda esa sucesión de momentos vividos en la taiga, que van dando consistencia a la historia
La película tiene un ritmo lento, pero nunca deja de tener interés para el espectador, ya que nos muestra la convivencia entre dos formas de entender la vida, una de las cuales es ajena por completo a la filosofía de vida occidental, alejada de las comodidades, la tranquilidad o el sedentarismo… Dersu Uzala no puede vivir encerrado, no puede vivir sin buscarse su propio sustento, no sabe vivir de otra manera…
El denso humanismo y la tolerancia-característica siempre presente en el mejor Kurosawa, halla aquí acomodo en una historia inolvidable de amistad llena de sabiduría, magia y tragedia.